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Jugando a Ser Dioses

Deseo contarles una historia que ocurrió hace algunos años y que todavía me provoca pesadillas, a pesar de estar seguro de haber actuado correctamente o, al menos, de la forma que ha causado menos daño. Soy doctor en medicina quirúrgica, y trabajo desde hace años en una de las clínicas privadas más prestigiosas del país. Esta historia no trata de mí (bueno, creo que al final voy a tener que tomar algunas decisiones importantes en ella) sino de un colega, Alejandro, uno de los más reconocidos cirujanos del medio, compañero de estudios e incluso amigo personal.

Alejandro era un genio, la carrera de medicina y luego todas las especializaciones que obtuvo fueron casi un juego para él. Alejandro fue el hombre más inteligente que he conocido durante toda mi vida, no sé qué lo llevó a actuar de la forma en que lo hizo. La historia relevante de mi amigo comenzó mucho antes, él era sexto hijo de una familia muy pobre que vivía en las afueras de la ciudad. Al poco tiempo de haber nacido, su padre murió en un accidente trabajando en las alturas de un edificio. La mala atención que recibió luego del accidente le provocó una muerte dolorosa y totalmente evitable. Creo que este hecho fue el que decidió el futuro profesional de mi amigo.

Sus hermanos mayores pudieron mantener a la familia trabajando duramente en lo que pudieron y, gracias a eso, Alejandro pudo concentrarse en sus estudios escolares. Desde los primeros años se destacó en las escuelas y afortunadamente (así me parecía hace unos años) se encontró con los maestros adecuados y supieron encausar todo su potencial. Gracias al apoyo de sus maestros, Alejandro logró conseguir las becas necesarias para continuar sus estudios en una reconocida universidad nacional, y obtener su título de doctor en medicina. En esos tiempos Alejandro y yo éramos muy buenos amigos, solíamos estudiar juntos (más bien él me ayudaba con mis estudios), teníamos los mismos ideales, salíamos juntos a fiestas e incluso nos casamos con dos hermanas y celebramos juntos nuestras ceremonias de matrimonio.

Nuestros primeros años (como muchos de los médicos de mi país) los dedicamos al servicio social, trabajando en hospitales públicos por muy poco dinero, comparado al que podríamos haber obtenido trabajando en el sector privado y más comercial de la salud. Llevábamos una buena vida y creo que éramos muy felices.

Alejandro continuó estudiando y perfeccionándose en su área. Perfeccionó y luego inventó nuevos métodos quirúrgicos para varios tipos de intervenciones y comenzó a hacerse internacionalmente reconocido. Solía viajar al extranjero a dictar conferencias sobre sus nuevas invenciones y a enseñar sus técnicas quirúrgicas. Antes de hacer pública cualquiera de sus nuevas invenciones le gustaba discutirla conmigo, creo que nunca encontré algún punto débil en sus inventos, él era definitivamente un genio.

A medida que el tiempo pasaba y que dejábamos el trabajo social a los médicos más jóvenes, Alejandro fue transformándose en un hombre cada vez más introvertido, ya casi no conversábamos y nos alejamos cada vez más. Nuestras vidas continuaron avanzando algunos años por rumbos separados, hasta que el destino nos unió nuevamente y nos encontramos con oficinas vecinas trabajando en la misma clínica privada.

En mi país la salud pública y privada se han manejado de formas muy extrañas, creo que la sociedad aún no decide cómo tratar a sus enfermos y los gobernantes de turno no se han atrevido a tomar medidas a largo plazo. Ocurrió que en esos tiempos el estado reconoció la gran diferencia en los niveles de atención entre las clínicas privadas y los hospitales públicos y decidió otorgar subvenciones a los estratos sociales más bajos para que se atendieran ciertos tipos de enfermedades en las clínicas privadas. Yo aplaudí la medida, me parecía una acción solidaria real y efectiva en beneficio de nuestros olvidados, sin embargo, creo que Alejandro no pensaba igual.

Recuerdo una tarde en que ambos estábamos de turno en emergencias y ocurrió un accidente en un edificio en construcción. Quedaron heridos un trabajador y un anciano indigente que pasaba por el lugar. Yo atendí al trabajador que tenía contusiones y fracturas, mientras que Alejandro atendió al anciano, el que presentaba contusiones internas muy parecidas a las que mataron a su padre. Uno de los avances más reconocidos de mi amigo era un tratamiento para este tipo de problemas. Alejandro no aplicó el tratamiento y, peor aún, no aplicó ningún tratamiento más que el suministro de calmantes, drogas muy fuertes que permitieron al anciano dejar este mundo en forma más relajada y que, según creo, incluso aceleraron su partida.

Pasada la emergencia y terminado nuestro turno fuimos a la cafetería y me comentó lo sucedido. Según me dijo, no se atrevió a utilizar el nuevo procedimiento que él mismo había inventado debido a la edad y estado del anciano. Yo he asistido a varias de las conferencias que Alejandro ha dictado y sé perfectamente que ese tratamiento él lo ideó para cualquier edad y condición de los pacientes. Quedé con una gran duda acerca de las intenciones reales de mi amigo, pero no me atreví a comentar más acerca del tema.

Un hecho similar se repitió en menos de una semana, esta vez fue una mujer indigente embarazada la que presentaba problemas. Nuevamente uno de los inventos de Alejandro hubiese permitido salvar la vida del bebé, pero él no lo aplicó. Durante las siguientes semanas ocurrieron varios casos en los que él no se atrevió a usar sus nuevas técnicas, casualmente todos ellos correspondían a pacientes de estratos sociales muy bajos.

Quiso el destino que la madre de Alejandro (que ahora vivía en un acomodado barrio de nuestra ciudad) tuviese un grave accidente y me correspondiera atenderla durante mi turno en la sala de emergencias. Las heridas de la anciana eran muy similares a las del padre de Alejandro y a las del anciano indigente del accidente en el edificio en construcción. En ese momento Alejandro se encontraba en horarios de consulta a pacientes en la misma clínica y corrió a la sala de emergencias apenas supo lo sucedido. Yo era el médico en jefe del turno, él sólo podía aconsejar, mientras se secaba el sudor de manos y rostro. Preparé la indumentaria para realizar una intervención y él se percató que no utilizaría su nuevo método, y me preguntó por qué no pensaba hacerlo. Le recordé el incidente del anciano de hacía un par de semanas, en donde el estado y la edad eran muy similares a los de su madre, y que él, el propio creador del método, había decidido no aplicarlo en esas condiciones. La respuesta de Alejandro me dejó atónito. El dijo “¡Pero mi madre no es una indigente!”.

Finalmente apliqué el método creado por Alejandro, el que funcionó perfectamente en su madre y ella se salvó. Este último incidente terminó por confirmar mis sospechas acerca de Alejandro, a pesar de no querer creerlas, debía reconocer que él estaba dejando morir a los indigentes. A los pocos días fui a su casa para conversar detenidamente del tema, debía aclarar lo sucedido, le daría una oportunidad a Alejandro para explicarse antes de denunciarlo, cosa me provocaría un gran dolor.

Mi antiguo amigo me dio un largo discurso acerca de las razas, de las capacidades que se heredan genéticamente y de las leyes de la evolución, no pude evitar recordar a Hitler mientras él me hablaba. Antes que él terminara su sermón ya lo había decidido, lo denunciaría al día siguiente, y se lo hice saber. Él tomó su automóvil y se retiró sin comentarle a nadie su destino. Yo partí nuevamente a la clínica a cumplir mi turno nocturno en emergencias y a preparar mi presentación de la denuncia.

Mientras esperaba la aparición de la primera emergencia de la noche y preparaba mi informe de denuncia para entregar al tribunal en la mañana siguiente, suena mi teléfono y me avisan que Alejandro tuvo un grave accidente automovilístico y que me prepare para atenderlo, porque lo estaban derivando a mi sala de emergencias.

A los quince minutos llegó la ambulancia que lo llevó y evalué su condición: heridas internas graves, un caso propicio para aplicar el nuevo tratamiento inventado por mi amigo. Me estaba preparando para comenzar cuando todos los hechos de las últimas semanas pasaron por mi mente, los indigentes que dejó morir y el discurso en su casa, vi su imagen otra vez hablándome apasionadamente acerca del futuro de nuestra raza, de cómo nosotros podíamos intervenir y del mundo que le dejaríamos preparado a nuestra descendencia. Nunca fui un genio, así que en ese momento dejé de pensar y sólo escuché y actué de acuerdo a mis sentimientos. Miré al médico ayudante a mi lado y le dije: “Alejandro me aseguró que su nuevo tratamiento no es aplicable en estos casos ni en su estado”.

Después de aplicar calmantes, una dosis exagerada de drogas, me dirigí a mi oficina, destruí el informe para la denuncia que estaba preparando y me conformé pensando que al menos el nombre y el legado de mi amigo estaban a salvo.

Jota

Texto agregado el 30-10-2006, y leído por 303 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
08-12-2006 Crudo y no muy lejano de la realidad. Se me ha contraido el alma querido amigo. _poemme_
02-11-2006 ME encanto, y me senti muy identificado. En Uruguay sucede lamisma situacion. Excelente LORD_USELESS
31-10-2006 Muy bueno. La medicina me toca de cerca, y veo que esa diferencia es inevitable en mi pais al menos. hay medicina para pobre y medicina para ricos... Muy bueno! Un Mengele, Alejandro! ***** sinopsis
31-10-2006 Según el juramento de Hipócrates ( creo que de el se trata) cualquier vida es valiosa, tanto la del rico , como la del pobre...Excelente relato, acaparas siempre la anteción del lector.. churruka
30-10-2006 yo escribi una historia similar hace mucho tiempo, pero era más larga y nadie la leyo. la lei y me gusto. qu emás peudo decir, 24horas
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