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LOS ANILLOS FATIGOSOS

Todo comenzó aquella tarde cuando fui al centro de la cuidad y comencé a revisar unas cosas en un almacén-Para no perder la costumbre- en verdad, lo que necesitaba solamente era hilo, aguja y un botón, URGENTEMENTE, corría el riesgo de quedarme sin pantalón. Pensé en los diversos motivos por el cual el botón -de mi pantalón- había emprendido la huida y perdido quien sabe en donde. Compré lo que necesitaba y me fui a un pequeño lugar, también del centro, y pedí un café.
Mientras lo colocaban en la mesa—Recuerdo- quedaba al lado derecho en un rincón separada del bullicio de la gente, protegida de la luz pero sobre todo con una perfecta vista de todas las salidas del sitio-por si tenía que salir corriendo-tal como había pensado que me bebería un café. Iba principalmente buscando aquella mesa. Bueno entré al baño. Me entretuve alrededor de veinte minutos creo que un poco más intentando pegarle el botón al condenado pantalón-Recordé a mi madre- inevitablemente, cuando en muchas ocasiones me decía “Procure agarrar una aguja y aprenda a coser...Algún día le hará falta…” precisamente, ese día me hizo falta. No sabía coser. Mucho menos pegar un botón ¡Por favor!
Me pinché alrededor de cuatro veces –Creo que más- justo las mismas veces que profería no se cuantas maldiciones, al final cuando terminé, me di cuenta que no era nada del otro mundo y pensé: ¡Todos algunas vez se pinchan cosiendo! Salí del baño, después de lavarme las manos, para probar el jabón recién colocado en el dispensador, ¡Hasta burbujitas hice con mis manos!, luego agarré como tres toallas, me las sequé y salí de inmediato.
El mesonero aún no me traía el café, mientras esperaba, me puse a mirar alrededor y me llamó mucho la atención una señora de estatura media, con una figura algo gruesa, tez blanca, ojeras pronunciadas, gafas, y la cabellera recogida en un moño algo desaliñado, que se devoraba unos espaguetis con una emoción tenaz. Me abismé. Hablaba entre dientes, con la boca repleta de comida, ¡Tamaña educación!-Pensé- estando en mis reflexiones llegó el café a mi mesa. Después de preguntarle la hora al mesonero, observé el café y noté que estaba más espumoso de lo normal. Lo medio moví -luego de verterle el azúcar- y lo comencé a tomar.

Aclaratoria: Prefiero el café medio amargo y bien caliente. OK prosigo.

Noté que la señora –la misma que se comía los espaguetis- se levantó de su mesa y se fue al baño. En el camino tropezó con un grupo de niñas chic que se encontraban en el lugar y sin ni siquiera pedir permiso las empujó abriéndose paso entre ellas. Se intercambiaron miradas suicidas entre aquel grupo dirigidas hacia aquella señora.
Pensé: “Los espaguetis le hicieron mal”. Bueno, noté que se estuvo un rato a diferencia de mí, que también me estuve un rato laaaargo, pero era sudando la gota gorda y pegándole el botón al pantalón, aparte de eso luego me puse a hacer burbujas con el jabón-La vagancia claro- me imaginé de nuevo, que en verdad si le habían caído mal los espaguetis a la Doña, pero cuando salió, mi teoría se derrumbó.
La vi sonriente, mirándose las manos. La escuché que dijo: ¡Que lindos! … ¿De quién serían? Me incliné un poco sobre mi mesa y pude ver bien. Cargaba dos anillos lindos en sus manos. Me parecieron familiares, pero no presté atención a aquel detalle. Cuando me fui de aquel lugar y después de hacer otras cosas llegué a casa. Cual sería mi sorpresa cuando voy a quitarme mis pulseras y demás prendas -Como de costumbre- siento la falta de mis anillos. Los busqué por toda la casa. No los encontré.
Me detuve. Pensé. ¡Aquella señora tenía mis anillos! ¡Si!. Ella se los encontró. Si. Ahora no eran míos sino de ella. Si. ¡Yo la observé y no se me ocurrió mirarme las manos! Si. ¡Que burra soy! Si. Ahora… ¿Quién me dice a mí que la volveré a ver para pedirle mis anillos? ¿Cómo le digo que eran míos?
Pensé de nuevo. Ya había armado una estrategia: Ir de nuevo a aquel lugar. Lo hice. Le pregunté al mesonero que con qué frecuencia iba una señora -Le di la descripción- y el me dijo:
-¡Ah si, la señora Gertrudis!, ella viene tres veces por semana, si. Mañana seguro la encuentra aquí.
Le hice caso y volví al día siguiente. Estuve esperando largo rato y la mujer no apareció, mis esperanzas de decirle que me devolviera los anillos parecía esfumarse. Estaba dispuesta a todo, ¡A todo! Con tal de recuperar mis anillos. Pero la estocada final me la dio el mesonero. Cuando me dijo:
-La señora no va a venir más.
Recuerdo que le pregunté ¿Por qué? Y éste me dijo:
-Murió anoche de un infarto.
Ahí me arranqué a llorar con un desconsuelo terrible, no era por la vieja, era por mis anillos y de paso se había muerto la vieja. ¿Cómo los iba a recuperar?

Recuerdo que el mesonero me dijo:
-Se nota que la quería mucho, pero no se preocupe su alma ya está en el cielo, ¿Sabe? La están velando en la funeraria Cristo Rey de la Calle Arriba…Por si quiere ir…Para cuando se calme. Sentido pésame y me dejó un pañuelo. Luego se marchó.
Yo, me sequé las lágrimas con el pañuelo. Después de tranquilizarme un poco y de pensar en miles de cosas más…En la vieja muerta, en la actitud del mesonero, en mi reacción, en mis anillos, en que ella se había ido al cielo, que me daba lo mismo, por mí se podía ir al cielo o al infierno, ¡ME DABA LO MISMO!, -pues no la conocía- ¡Solo quería recuperar mis anillos!
Me calmé. Y subí a la funeraria. Esperé a que todo el ambiente se despejara y la muerta quedara sola. Después me acerqué. En sus manos tenía mis anillos y me disponía a recuperarlos, cuando una mujer esbelta de cabellera rubia y abundante me interrumpió y dijo:
-¿Quedó igualita verdad?
Yo asentí. En verdad no la había mirado siquiera, yo iba por mis anillos y nada más. Después de eso la mujer se le tiró a llorar encima a la muerta. Me retiré cerca. Para matar el tiempo mientras esperaba el momento para actuar, le pregunté a un señor que estaba cerca de mí y que rezaba que ¿Quién era aquella mujer que lloraba? Y me dijo que la única hija que la muerta había tenido y que había abandonado a la buena de Dios para irse con otro. Escuché que la mujer-La que lloraba- le dijo algunas cosas a la muerta luego, se marchó afuera.
El tiempo pasó el señor se durmió y yo me volvía poner en acción. Le tomé las manos a la muerta, estaba a punto de quitarle los anillos cuando de nuevo entró la misma mujer que hacía rato se le había tirado encima a la muerta a llorar y mirándome fijamente me preguntó:
-¿Qué hace?
¡Me descubrió! Pensé. Pero no se dio cuenta y yo aproveché para soltar las manos de la vieja. Luego me dijo:
-¿Sabe?...ella jamás me quiso…ni siquiera sé que hago aquí.
Yo no respondí. Luego vi como le quitó un crucifijo -del pecho- a la muerta, y se lo puso ella. Me miró. Yo seguía igual. Sin decirle nada. Y ella continuó. Después le quitó unos camafeos lindos de oro y se los metió al bolsillo.

El viejito que le rezaba había comenzado a roncar, seguía dormido y ella con la tarea de despoje que tanto me había costado a mí. Le quitó otras cosas más y también se las echó al bolsillo. Luego me dijo:
-¡Siempre fue una pichirre, merece morir sin nada!
Me puse azul. Sin embargo, permanecí en silencio. Luego tomó los dos anillos. Pensé: ¡Se los metió al bolsillo también! Pero al contrario de lo que creía me los colocó en la mano y me dijo:
-Tome, se los regalo, se le verán lindos en sus manos, esa vieja pichirre no los va a necesitar en el más allá.
Después de eso la mujer salió de allí dejándome sola, con la muerta y los ronquidos del señor. Levanté las cejas y salí de allí. Ya bajando, me puse a reflexionar, de nuevo sobre todo lo que viví por buscar mis dos anillos y de cómo aquella mujer me los había “Regalado” desconociendo que realmente eran míos y las verdaderas intenciones con las que yo había ido a aquel lugar. No supe más de la Doña. ¡Definitivamente el mundo da muchas vueltas! Al final regresé a casa.

Texto agregado el 30-10-2006, y leído por 93 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-11-2009 Muy lindo! <a href="http://www.misanillos.com.ar>Anillos</a> Anillos
 
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