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EL LECHUZO QUE DESCUBRIÓ LA LUZ


Para Fernando

—¿Tú conoces las lechuzas?

Yo creo que aunque sea en estampitas, o en tus libros de Naturales las habrás visto más de alguna vez representadas, firmes y solemnes.

Son bonitas, agraciadas, reservadas y apuestas; de elegante entalladura, su emblema y oriflama del cuello es original y muy propio de su especie. Tienen garbo y prestancia; su plumaje entreverado es de matices serios pero claros y hasta agradable y no hirientes a la vista; usualmente van revestidos sus colores plumeríos de café claro, franjas blancas y oro ambarino.

Siempre he pensado que estos volátiles majestuosos parecen, por su cuello engalanado, descendientes de virreyes antiguos; porque, por su vestimenta palaciega y suntuosa, asemejan mujeres aristocráticas o al menos cromos mayestáticos de pinturas antiguas. Además, las lechuzas son ágiles, de pico duro y consistente, de percepción auricular acentuada, fonación gañitosa pero esforzada, de fuertes alas y atrevidas en su vuelo. Son como la versión nocturna de las águilas reales, porque ellas planean y viven sumergidas en el océano insondable de la noche oscura; por lo cual, y sin lugar a dudas podemos nombrarlas, si es que nadie nos contradice, las reinas de las aves nocturnas. —¿O, acaso tú prefieres a los murciélagos?

Bien, en esta ocasión, quiero narrarte la historia exacta que me participó un día el abuelo Juan, acerca de un autillo de esta familia que hemos entronizado entre las de estirpe regia y clase señorial de las aves noctívagas.

Se trata de un pequeño alucón, que se saltó las trancas, atreviéndose a salir de la esfera y ambiente velado donde ordinariamente se mueven esta clase de aves, consideradas entre los voladores noctámbulas de rapacería, porque son cazadoras de otros volátiles más pequeñas, roedores y pequeños reptiles.

Pero, respecto a la epopeya de nuestro lechuzo, estará mejor dicho, si afirmamos que ejercía el magisterio de su vida en un grupo y una bandada especial de aves engañadas; porque, aunque para todas las aves nocturnas está prohibida la visión de la luz solar, existen, sin embargo, algunas bandas honestas y sinceras, que con legitimidad pueden llamarse de "avanzada", porque están abiertas a la posibilidad de hacerlo. Decía una de ellas: "Ver de día y de noche, es como hablar dos idiomas. Y, si sabes volar más lejos, te podrás comunicar todavía con esclarecidas muchedumbres y gustar superlativas experiencias".

En cambio, esta partida con derechos reservados, a la cual pertenecía nuestro lechuzo, eran recalcitrantes, obstinadas e incorregibles en su visión; pues estaban mezcladas con otros vicios que maleaban su corazón y lo convertían en el modo negro de ver todas las cosas. Por eso, este pequeño y valiente ululador del cuento, fue expulsado de la mesnada cegarra y obscurantista; porque hizo un grandioso descubrimiento que puso a temblar la forma de ver y entender la vida que por siempre habían tenido las bandas de curucas cegatonas y otras avechuchas mojigatas, retrógradas, carcundas y obcecadas, que hasta perdieron su prestancia señorial.

—¿Qué donde vivía este hatajo y camarilla de aves de rapiña menguadas?

—Pues, en la oscuridad, donde viven las lechuzas. Sí, éstas que te cuento eran las dueñas y señoras de la noche, y su vida la desenvolvían siempre en tránsito y girovagar nocturno. Pero, ya sabes que toda clase de estigres alados, despliegan sus mantos y su influencia ahí en los campos donde todo es deplorable, sombrío, infeliz, desdichado y pintado de ignorancia; doquier está tendida una capa oscura y se cubre el sitio de carbón endrino o de tiza africana en el tiempo que no ilumina el sol. Ellas dormían de día para no ver la luz, porque les hacía daño, y tal vez a esto se refería tu pregunta.

Las lechuzas, en general, habitan en los huecos y pozuelos soporíferos, que son como desiertos a los cuales nunca riega el esplendor del sol; por eso, su escondrijo puede ser la bóveda de una casa abandonada o que nadie fumiga, las hendiduras de las peñas, los hoyos y covachas de paredes viejas y ruinosas, la oquedad de los árboles, la cavidad de una cueva, la hondura de una barranca; pueden vivir en los perdidos albañales o cualquier tabuco de las ciudades modernas, o bien, hasta en el acelajado sobaco de un puente zaguero.

Contaba al abuelo que este novato polluelo de lechuzas, había sido, hasta entonces, como uno de tantos, o igual que todos los de su especie: un ocluido cernícalo de raza autómata y corto de vista de la facción que te refiero; porque había vivido centrado en aquello regularmente tergiversado, soporífero, limitado e intranscendente, al trabajar sólo de noche y vivir escondidos del sol que da la vida. Pero, con el estudio, los sueños de altura, su fe y sus proyectos; con el esfuerzo, la observación y los viajes subrepticios, el nada ocioso ni dejado volátil, se había ido convirtiendo poco a poco en un avispado lechuzo, que dejando la manía de no querer ver al día revestido de claros matices, y abandonando el temor a los umbrales espectrales, pudo adaptarse a la realidad de los colores, donde palpita la luz de la vida y ríen limpios e inmarchitables sus encantos.

—Sí, era todavía joven; pero muy joven y despierto, y por eso peligroso. Tú sabes que a los muchachos les tienen miedo las familias, los grupos, las escuelas, y hasta el mismo Gobierno. Y, podemos decir que en general la sociedad y todos los gobiernos temen a los galopines efebos; porque su vitalidad, empuje y apertura natural a la vida, representa siempre una tromba amenazante y embravecida para los sistemas viciados imperantes.

—Pero, ¡atención!; —hablamos de los jóvenes sanos, responsables y esforzados; no de aquellos que viven de prisa y nada pueden experimentar, ni descubrir, ni admirarse de las cosas maravillosas y profundas de la vida; porque éstos, en su afán de velocidad y apresuramiento, todo lo viven en forma ligera y superficial, sin reflexionar los hechos y acontecimientos; para muchos de ellos todo el mundo lo encuentran aparente, cambiante y pasajero como sus vidas huecas. Porque viven un mundo que no entienden.

Acuérdate que la persona que es verdaderamente sabia no disturbará jamás el orden, sino que lo estudiará, lo seguirá y luchará por conservarlo. En cambio, al irresponsable y necio, todo lo contrario, no le importa el orden: lo viola, lo transgrede, lo altera y lo subvierte. (Pero, hablamos del orden, no del desorden, de la arbitrariedad o de la injusticia, contra la que hay que luchar. Esto sí es criticable, porque criticar en su sentido original, quiere decir: “Opinar”, "saber juzgar", "saber distinguir", "meter en crisis", y en consecuencia, saber actuar o decidirse por el bien y la verdad).

Aquí no hacemos referencia, pues, a la hilera o carrete de jóvenes gaznápiros, mentecatos, fantoches y fanfarrones que también existen, y quieren cambiar el mundo que ni conocen, ni entienden, ni comprenden, porque viven fuera de él: esos que sin experiencia de la vida tienen su cerebro huero y anodino, y cuyas acciones son fosca y calina, y sus criterios un postizo de hollejos como los cueros viejos.

En cambio, aquí apuntamos y nos ocupamos de la juventud soñadora y despierta, idealista y virtuosa, responsable y estudiosa. Éstos, sí que son y serán en todo tiempo un amago para los individuos establecidos, colocados y aferrados en el poder; porque ellos son un terremoto para sus puestos de dirección, de gobierno y de control, cuando no están basados sobre columnas de la verdad, el respeto, la responsabilidad y la justicia.

Los jóvenes representan un peligro para todos aquellos que están muy contentos disfrutando malamente de su cargo y posición, y orientando los destinos de los grupos y del mundo. Porque la fuerza, el ingenio despierto, la imaginación soñadora y sorprendente de todos los inquietos mancebos, es capaz de voltear un gato al revés y convertirlo en una pelota; de modo que cualquiera podría darle un puntapié y quitar del campo de juego a todos los felinos hinchados, aunque saquen las uñas.

Muchas veces, todo los aseñorados y autonombrados de “raza y sangre azul”, aunque dicen que sirven y se dan por el bien de su pueblo, de las familias y comunidades, en realidad sólo se aprovechan del puesto para beneficios propio; por una y otra parte exprimen ganancias astrosas y ventajas de todo tipo y en todos los niveles; entre las cuales el afán de poder, las riquezas y el culto e idolatría de sí mismos, es una ola que les llega hasta el cuello y les cubre las orejas; por eso siempre los verás alzados y crecidos, aunque sean chaparros y encogidos.

Es así, que cuantos se han levantado con el mando, reprimen, controlan, sojuzgan, compran o pervierten a los jóvenes talentosos, agudos y penetrantes; y, cuando no es posible ninguna de sus estrategias, los expulsan de sus comunidades, de sus grupos o moradas; tal como le sucedió a este bisoño guaraguo, que encabezó una revuelta entre la huestes neblíes de la familia lechuzana, de la que te estoy historiando sus rasgos más negros, podridos y desnivelados.

Te decía, pues, que los lechuzos hacen su vida de noche. Las sombras son como el día para toda esta pléyade de macarros miopes. Por lo tanto, cuando ya pueden volar los pequeños mochuelos, sus progenitores los mandan o llevan a la escuela, para ser educados por sabios, bien pagados, controlados y entendidos lechuzos de experiencia, los cuales usan lentes y llevan gruesos libros para enseñarles sólo aquello y no más de cuanto ellos dicen y juzgan que conviene saber y aprender de la vida. No todo, ni de todo.
No pocas veces, esta tarea de la educación la encargaba esta familia de lechuzas de la narración, a algunas maestras miopes, lúgubres y cegatosas, quienes tenían el encargo de la formación, o mejor, la "desorientación" de estas bandadas neblíes, parecidos palafrenes que, saltando apenas al concierto de la vida, tenían deseos y sed de correr y saber; a ellos, sin embargo, pronto los dejaban más ciegos que ellas mismas las lechuzas cotorras parlanchinas y chismosas; por su insubstancial y tergiversada falsa ciencia, por la cuerda larga de su natural orgullo, por lo descentrado y perdido de los temas que hacen abrir en verdad la inteligencia, ya que estaban todo el día predicándose a sí mismas, y los méritos y cumplidos de sus protectoras.

—¿Qué a dónde iban a estudiar los lechuzos?
—Bueno, es cierto que los lechuzos no tienen escuelas con aulas, ni pupitres, ni pizarras. Pero, en cambio, sí les dan calificaciones.

Para muchos de ellos, sus puestos de aprendizaje favorito son al aire libre; o bien, cerca de las alhucemas aromáticas, el verdor de la campaña silenciosa, las ramas de un añoso pirúl, o las riberas de un río profundo.

Algunos de sus maestros, al modo de los filósofos antiguos, quienes enseñaban caminado y llamaban "peripatéticos"; pero, aquellos antiguos, mientras amaestraban a sus oyentes, que atentos y con mucha veneración, los seguían, no con el lápiz o la computadora en la mano, sino con las orejas abiertas y el espíritu crítico despierto, para ejercer el don del razonamiento, el poder observador y saber cuestionarlo todo.

—Sí, entre los filósofos verdaderos, se valía dudar de todo, hasta de aquellos pasos que habían andado, cuando caminado llegaban a un desfiladero, y tenían que regresar; o bien, cuando la acrópolis o ciudad si adivinaba apenas dibujada entre las brumas, luego de tres días de camino. Ellos no sólo permitían, sino mandaban cuestionarlo todo, y les hacían examen de cuestiones enredosas: "esto forma y es parte de la educación —nos repetía el abuelo— para activar, despejar y avivar la inteligencia; porque si no los enseñan a pensar, estarán siempre dormidos, creyendo en duendes y en pepitas de oro fresco".

Los antiguos aprendices de pensadores se cuestionaban hasta si aquellos pasos que levantaban al retorno de sus largas caminatas había que inscribirlos en el tiempo, o si solamente debían lavarse los pies para descansar de sus filosofías, o definitivamente todo era tiempo perdido.

Pero, fíjate que, suele ocurrir también, que hay algunos maestros, semejantes a estos lechuzos miopes, los cuales queriendo imitar a los sabios antiguos, enseñan en el aire a sus parvadas, volando mucho, de aquí para allá, sin ningún aterrizaje en algo concreto. Pero, todavía más crítico es el hecho que no sólo tratan de implantarles cosas muy altas y elevadas, sino que navegando por la región de los aires y el viento, las corrientes peligrosas y los picos montañosos y escarpados, nada tienen de materia substanciosa y vital sus alocadas disquisiciones metafísicas, porque son cortos de vista, y no pueden ver toda la realidad. Por eso, no han sido pocas, sino muchas las aves tiernas, quienes no pudiendo estacionarse mucho tiempo allí en esos altos niveles de la irrealidad, tienen que regresar llorando a sus hogares.

Algunos se han caído y descalabrado, cuando la clase y el ambiente son muy aburridos y les ha ganado el sueño de la indolencia, despertando con grande dolor a la triste realidad, aunque a veces en un hospital, del que nunca más pueden salir, por haber quedado atrofiados sus sentimientos y su voluntad.

Bueno, sucedió una vez, entre las lechuzas del cuento, que estando en la clase del más aventajado lechuzo; y, ¡figúrate qué rara coincidencia!, precisamente tratando el tema filosófico del ser, del vivir y la existencia, el experimentado y entendido maestro de la ciencia del pensamiento y la razón, les explicaba a los guaraguos ingenuos, que la esencia de todas las cosas era el color negro: "Sólo existe un color que define absolutamente todas las cosas, y este es el negro". Esta era su tesis y toda la sustancia de su materia.

Este apotegma lo debían aprender de memoria los corvatos, y repetirlo cien veces al día, para meterse bien en su realidad y ennegrecer desde temprano, sin retoques, su metafísica. Les decía el maestro: "Pónganse a contemplar todos a su alrededor; —¿qué cosa ven? Nada. Todo es oscuro, todo es sombra, ¿verdad? —Pues, este es nuestro mundo y no hay otro. Todo envuelve la sombra negra de la realidad negra, que es esencia y presencia de cuanto existe".

Y, subrayaba lo anterior, porque los autillos llevaban clase y materias de planeación y programación, todo controlado, por supuesto. Este era el primer paso: conocer a través de un profundo análisis y contacto con el medio, que les describía con sus tintas el maestro, toda la realidad en donde se desenvolvían y estaban llamados a influir; saber y entender la eficacia de sus mismas posibilidades, para emplear en ella su negra existencia; pero que debía tener una motivación y un substrato.

Enseñaba que sin este conocimiento, ciertamente no podrían aplicar las demás estrategias para volar cuando era permitido, buscar los escondrijos oportunos cuando los sorprendía el sol, o cuando perdían sus anteojos contra la luna; también para cazar ratones, los pichones y hasta las tortugas velocistas (las que van en bicicleta). Sin saber la realidad de lo que eran, tampoco podrían platicar con otras aves, y menos con las aves diurnas que se encontraban al acaso en la campiña, cuando iban éstas en alguna peregrinación, buscando un hijo perdido, o haciendo patrulla nocturna; aunque esto último estaba prohibido por el Consejo de las Lechuzas, para esta raza opresa.

"Es negro el color del cielo y todo cuanto contiene" —les explicaba el maestro—, y si ven algunos puntitos lejanos que brillan en el sólido firmamento, son fenómenos de imaginación, que se pueden contemplar y se producen por la distancia; así como los espejismos que los hombres suelen ver en forma de agua encharcada en las carreteras, y nunca la encuentran, porque es ilusión óptica.

Es negra toda la vida, continuaba, porque negros son los árboles, las plantas, las flores y las tunas. Negro es el aire, y negra la lluvia cuando desciende de las renegridas nubes. Negruzca es la nieve, el granizo, la escarcha, la lana y el algodón. Son obscuros todos los animales, sus dientes y sus uñas; porque, éstos, aunque de diferentes tamaños, todos están hechos del mismo color y esencia azabache obnuvilada. El fuego es negro junto con sus llamas; negra es la energía calorífica, y requemada es la ceniza que afirma la combustión aciaga que se alza con grados negros incandescentes.

—¡Ah!, también enseñaba el maestro a ultranza a sus mochuelos, que tenía un encanto particular el humo, el cual es tres veces más negro, por eso, ante toda columna de humo, los lechuzos se debían quitar el sombrero. También, por esta veneración del humo, ellos no pueden fumar, y menos los pequeños, aunque a veces lo hacen, pero nunca delante de los mayores.

Así pues, confirmaba el letrado nada perdigón: "todo lo encierra el color negro, todo lo comprende el color negro; porque negra es toda la existencia y cuanto envuelve". —"No existen amaneceres radiosos, sino tristes, rugosos y llenos de seres negros que se mueven en el manto oscuro de la negra realidad. El astro que los hombres llaman con el nombre de sol y que les quema —explicaba el literato—, ellos mismos nunca lo pueden ver de frente, porque les hace mal y chamusca la retina.

Pero, en cambio, para los lechuzos, el sol equivalía a su enemigo principal y era la misma muerte". Por eso, el día negro, para ellos comenzaba cuando su enemigo el sol dejaba el campo abierto y ellos podían saltar a la existencia. —¡Ah!, para cubrirse de la débil luz lunar, los lechuzos tienen anteojos oscuros, que son a modo de ligeras capas como cataratas naturales, que se hacen más densas cuando hay luna llena, o pasan por un campo de luciérnagas.

Se complacía en repetir el entendido profesor: "nuestra vida es toda negra, porque ha sido la tintura agraciada y elegida por el mismo cielo, el cual siempre vive cubierto de esta capa tenebrosa".

Insistía el connotado maestro del pensamiento negro: todos nosotros somos negros, porque somos seres vivientes y participamos de la negritud del ser retinto y calcinado que lleva inscrita la esencia del negro vivir. Y, ejemplificaba su lección el ilustrado lechuzo diciendo que los hombres cuando se bañaban, era porque se querían desprender del color negro, que ellos llamaban mugre; esta era la explicación del por qué las lechuzas no podían querer a los hombres, y éstos las perseguían a ellas para sus colecciones.

Luego continuaba el maestro: —"aquello que no ven ni saben los hombres, es que el agua también es negra y los pinta de un oscuro más trinante". Es por eso que las lechuzas se ríen cuando ven bañarse a los hombres o, cuando oyen el sonido de las regaderas y a veces cuando llueve.

Después, apostillaba su explicación satírica el maestro lechuzón, "los hombres se alisan, pulen, pintan y acepillan su pelo negro. El cabello lo cuidan mucho hombres y mujeres, porque al final, es lo más negro que tienen, y por lo tanto, aquello de mayor valor que entre los hombres podían apreciar los lechuzos".

Sí, a eso se debe también que estas lóbregas aves de rapiña no estimen para nada a los hombres que padecen de alopecia, los de cachola pelona o quienes han sido esquilados a rapa. Ellos fueron los que inventaron aquel dicho famoso: "Cuídate del amigo infiel y ponle la cruz a un calvo". Por eso, en cuanto ven a una persona sin cabello, sin pestañas ni pelusa, la atacan con furia y sin avisarle; a menos, claro está, que el interpelado lleve algún indumento de color negro, vaya fumando cigarro y haciendo bolitas, o muestre un salvoconducto con una copia en carbón. ( CONTINUARÁ....)

Texto agregado el 30-01-2004, y leído por 503 visitantes. (0 votos)


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