UNA JUANA SEXAGENARIA
A la promo 65
¡Cuando llegue el dos mil voy a tener cincuenta y cuatro pirulos, mi madre que garrón¡ alucinaba una Juana en la que unas marquitas imperceptibles le cosquilleaban su mínima historia. Un laberinto de sueños en los que ni se permitía dilucidar cada uno de los sucesos por venir.
Destino irredento que sin saberlo se alojaría en algún lugar de sus esencias y abrevaría un puñado de sucesos que le permitieran sobrellevar dimes y diretes, no siempre con el resultado de la mejor cosecha. Como los buenos vinos, algunos sucesos se avinagraron en el devenir, otros se trastocaron en la inmediatez y también hubo de los que se lloraron con esas lágrimas secas que duelen hasta los tuétanos, porque un día salen, otro afloran precipitándose, y muchos otros se entrelazan para intentar debilitarnos. A pesar de todo se resistió. Casi feliz pudo remontar certezas plagadas de incertidumbres.
Una flatulenta culpa recuerda sonriente el timbre que nos quebraba el final de cada clase de Ronchi . Era el preciso momento en que treinta y seis culos en silla rogaban por un corte luz . Esa interrupción que ahogara la impertinencia de un timbre y permitiera que el envolvente relato durara un cachito más, entremezclado en la esperanza de una casi inaudible campanita del patio de segundo.
San Ignacio nos marcaba los cuartos de hora que anunciaban la progresiva reducción de las posibilidades de que la libreta roja marcara un imponderable. Cada un@ sabía en qué hoja y certeramente a qué altura, estaba es@ indeseable que nuestr@s oídos no querían escuchar.
Un timbre y un campanario, las marcas que suenan en este dos mil seis, en el que un mismo número nos hará traspasar un distendido puente colgante que creíamos lejano.
Juana sabe - porque lo repitió hasta el cansancio - que las vueltas de la vida, y fueron tantas que no vale la pena por hondas y sencillas ponerse a enumerarlas, la expusieron en muchas ocasiones frente a dilemas que pudo resolver de la mejor manera, y allí siempre surgía la pregunta: ¿dónde encontré depositadas las herramientas que posibilitaron las habilidades para concretarlos?
Cada un@ habrá andado calzando las circunstancias como pudo, con lo mejor y lo peor que el devenir le permitió elegir entre las idas y venidas de un laberinto imprevisible.
La respuesta era siempre la misma, aunque silenciada en el principio mientras se preservaba guardada en una mágica e íntima cajita. Sin embargo los años sumados permitieron la solidez de plantarse frente al mundo con ese insolente orgullo de pertenencia, que sólo reconocemos los que pudimos compartirlo.
Juana hizo de la cultura del trabajo el eje de su vida, tampoco vale la pena aquí analizar porque cursó diez materias en un año y medio en económicas, y otras tantas cuando pidió el pase a Letras y no terminó ninguna de las dos. Sin embargo no niega que aún con el peso de esa carencia, pudo enfrentar con idoneidad la competencia frente a ese otro que chapeaba como el mejor, y además los hechos demostraron una capacidad casi similar. Muchas veces pensó que este sentir venía desde su lado mas soberbio, las mezquindades que todos arrastramos en el revés del retrato con la mejor careta.
Juana también cargó con la fuerza ética que desde un humilde hogar de raíces gallegas le había abierto tantas puertas que parecían infranqueables, incluso ese rígido y pesado portón de la calle Bolívar. Ese paso no había sido fácil, sin embargo un siete de diciembre en el que la revista Patoruzú cambiada su formato, y se declaraba el día del buen humor, ese día supo que había aprobado el tan sonado examen de ingreso mientras la puerta chirriaba advirtiendo insolente que ése era sólo el principio.
Juana fue feliz por ella y por cada uno de los que la habían ayudado: sus hermanos, Sophia, el maestro Vaca de Villa Luro, también por aquell@s que no habían apostado ni un mango por tamaño emprendimiento.
Juana siente la gratitud emocionada que le adeuda a la Fischer, ya que sin duda fue la primer persona que la jerarquizó otorgándole distinción valorizadora a esa tímida e insegura precoz adolescente que investía su pequeña figura. Imagen que, aunque parezca extraño, la acompañó en cada oportunidad en que un algo o un alguien intentaba quebrarle esa estructura de mujer que se hizo a los ponchazos frente a un mundo de utopías embarrado de mentiras. Juana se plantaba firme y un silbido entrecortado le chiflaba en la oreja un vos podés al mejor estilo del rioba , pero con un acento especial que arrastraba el vibrar glotal de un idioma ajeno.
El recorrido no fue fácil, pero posibilitó un andar lento en trasnoches y madrugadas certeras, donde como dice Gelman el vacío de lo hondo nunca le permitió bajar la guardia. Renacer de muchas cenizas fue una profesionalización impensada e imprevista pero ejercida desde los más inhóspitos rincones, y cuando reaparecía la misma pregunta replicadora de caudales presuntuosos: ¿dónde encontré depositadas las herramientas que me posibilitaron tantas habilidades?. Allí la respuesta siempre era la misma, pero ahora Juana que tiñe canas y es lo único que se permite tapar con el paso del tiempo podía por fin verbalizarla: Todo se lo debo a las semillas acuñadas durante esos seis controvertidos años del Colegio .
Juana en actitud desafiante, mira a ese viejo choto que la observa desde el banco de la plaza, replicando un quiero desde un simple cuatro de copas.
En el inicio de la sexta década, la mira y le increpa, ¿cuál colegio?. El único nene, el único, EL COLEGIO, o el alzheimer ya te quemó la última neurona útil que te quedaba.
Silvia Haydeé García
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