UNA CHARLA DE CAFE
Buenos Aires, a fines del siglo XX
-El tema de los desaparecidos es tan terrible,
que cada vez que se destapa algo, surge la sensación de que, por debajo, hay mucho más de lo que se suponía o de lo que se podría imaginar al respecto- dijo el hombre mientras volvía una página del diario, mirando a su interlocutor, que respondía asintiendo con la cabeza mientras bebía el café. Cuando levantó la vista de la taza y le devolvió la mirada, continuó:- Lo que sí ya ha quedado claro es que todos los desaparecidos están muertos.
-Sí, desgraciadamente eso parece ser absolutamente cierto, pero fíjese que además resulta una verdad a medias- le respondió el otro- porque no hay que olvidar que también hubo bebés nacidos en cautiverio, que fueron luego niños desaparecidos, y que hoy en día deben ser ya jóvenes que todavía, en su gran mayoría, no se han podido identificar para reunirlos con su familia natural.
-Así es; eso fue algo...inconcebiblemente aberrante, si uno tuviera que calificarlo de alguna manera- replicó el hombre, y dobló el diario sobre la mesa-. Vea que, en general, todavía hoy en día no se sabe ni quienes son ni dónde están. Los diluyeron entre ellos y sus cómplices. Una imperdonable manera de eliminarlos...
-Pero por lo menos podemos presumir que están vivos...- Con un leve suspiro al final dejó el otro la frase en suspenso.
-Sí, suponemos que en alguna parte y de alguna manera, están...- y afirmando con la cabeza, sopesaba el hombre la evidencia de esa posibilidad. Finalmente, inclinó el rostro hacia un costado, cuando una sombra lo cruzó marcándole con severidad las arrugas, y murmuró bajito, como para sí: -También...¿te imaginás si eso tampoco fuera cierto?
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