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Dos idas y una vuelta

H era el hombre más feo del mundo. Nació en el Pueblo del Sol, o quizá sea más correcto decir que creció en el Pueblo del Sol, ya que no les hemos dicho aún en donde lo fueron a parir. Todo lo que les contaremos por ahora es que H fue abandonado a las puertas del convento de las Hermanas de la Caridad de la Santísima Trinidad Para los Apostolados de los Últimos Días, una congregación que se encontraba sólo en el Pueblo del Sol, y que existía desde algún tiempo que nadie recuerda, ni siquiera las propias Hermanas de la C.

Dicen que fue durante un atardecer otoñal, cuando escucharon las campanas de llamada a la puerta principal, y que fue la Hermana Teresa quien tuvo la traumática experiencia de ser la primera en observar a la horripilante criatura que aullaba dentro de la canasta. No había ninguna nota ni nada en la canasta que permitiese rastrear su origen. Más aún, el Pueblo del Sol era un lugar tan pequeño en que todo el mundo se conocía, y los forasteros no podían pasar desapercibidos. La Hermana Teresa no recordaba ninguna mujer preñada del pueblo ni tampoco alguna forastera que hubiese transitado por allí en las últimas semanas. Sólo le bastó con mirar a la criatura que aún aullaba para entender por qué alguien la querría abandonar. Sintió piedad de la supuesta madre y la perdonó al instante.

La fealdad de H era natural, no era el resultado de alguna enfermedad o accidente; es por ello que nos atrevemos a otorgarle con tanta seguridad el título de “El Hombre más Feo del Mundo”. Por supuesto que los habitantes del Pueblo del Sol no podían haberlo sabido, y sólo aseguraban que H era el hombre más feo del pueblo y sus alrededores conocidos (los que no eran muchos para la mayoría de la gente del Pueblo del Sol).

Una vez que el impacto de las primeras impresiones ha sido superado y nuestros cerebros se acostumbran a las señales que nuestros ojos le envían, comenzamos a aceptar a las personas por su presencia y no sólo por la imagen que ellas proyectan. Esto fue lo que ocurrió en el Pueblo del Sol, en donde la noticia del arribo de H al convento cundió rápidamente y prácticamente todos los habitantes fueron a saciar su curiosidad y dar la bienvenida al nuevo integrante de su comunidad. Afortunadamente para H la gente simple tiene comportamientos simples. Una vez que lo aceptaron, H efectivamente pasó a ser uno más en su comunidad. Se educó con las Hermanas de la C. y creció como un niño casi normal. Su fealdad se resaltaba aún más con el paso de los años, sus rasgos se hacían más notorios, pero, gracias a que la primera impresión había sido dejada atrás hacía mucho tiempo, el pueblo aceptaba a H y lo trataba como a cualquier otro niño travieso. Los verdaderos problemas de H comenzaron cuando alcanzó la pubertad, aquel momento de exaltación de las superficialidades, de sobrevaloración de las características más bestiales de los humanos, como la belleza.

***
S era la mujer más bella del mundo, aunque su belleza no era reconocida como tal en el Pueblo de la Luna, el lugar en donde creció. S fue encontrada cerca de un río, en una canasta, por un pastor que pasaba por el lugar dirigiendo a su rebaño a las montañas. El único lugar al que se le ocurrió al pastor llevar a S fue al prostíbulo del pueblo, en donde la Encargada rápidamente reconoció la belleza de la niña y valoró su potencial. Aún esta mujer recuerda aquella noche de otoño en que el pastor llamó a su puerta y ella le ofreció las atenciones que se solían entregar en su casa. El pastor ruborizado (él era uno de los pocos hombres del Pueblo de la Luna que aún no había probado los placeres de esa casa) le comentó acerca de la niña que encontró sollozando a la orilla del río y, al verla, la Encargada quedó fascinada con le hermosura de la pequeña, cuyo llanto de hambre parecía casi una canción de súplica.

El Pueblo de la Luna era un lugar pequeño, en donde todos los vecinos se conocían y se saludaban cordialmente en el mercado y en las misas dominicales. Incluso las prostitutas eran respetadas por la gente del pueblo y podían llevar una vida social bastante normal. A medida que el tiempo pasaba, la belleza de la niña se resaltaba cada vez más. Sus rasgos eran finos y delicados, su belleza era casi mágica. Sin embargo, la gente del Pueblo de la Luna apreciaba más la simpatía y la alegría que ella evocaba más que su belleza física, a la que ya estaban acostumbrados.

Por supuesto que los habitantes del Pueblo de la Luna sabían lo que el futuro deparaba para S, pero recuerden que la prostitución no era allí rechazada (al menos públicamente) como lo es en nuestras cada vez más civilizadas y desarrolladas comunidades. Si bien a S no le molestaba mayormente el hecho de tener que dedicarse a ejercer la única profesión que conocía, ella sabía que, una vez que comenzara en ella, no podría cambiar. Si bien las prostitutas eran aceptadas en la sociedad del Pueblo de la Luna, a ellas les era casi imposible cambiar su vida para intentar criar una familia común, después de todo, el Pueblo de la Luna si era un lugar de gente conservadora, sólo que sus costumbres las había moldeado la historia un poco diferente a lo que acostumbramos. El pueblo de la Luna comenzó como un lugar dedicado casi exclusivamente a la minería del oro, muchos hombres solos llegaron hasta allí en busca de fortuna y muchos la consiguieron. Esto atrajo rápidamente a las sacrificadas trabajadoras del cuerpo, las que siguen a lo sacrificados trabajadores de las minas a donde éstos vayan. Así fue que en el pueblo estas trabajadoras crearon su propio estilo de vida y se ubicaron en una posición desde donde no pudieron ser expulsadas por las mujeres “decentes” que más tarde llegaron.

El tiempo y la evolución de su cuerpo hacia una belleza más físicamente excitante, obligaron a S a tomar una decisión que afectaría el resto de su vida. Ella debía decidir en ese momento si dedicaría su vida a la prostitución, como el resto de sus compañeras y amigas, o buscaría nuevos rumbos, aún desconocidos para ella. A pesar de confiar plenamente en sus amigas prostitutas y, especialmente en la encargada del prostíbulo del pueblo, S se sentía encerrada y sin libertad de acción. El destino y sólo el destino le había llevado hasta ese lugar en donde había recibido mucho, pero no deseaba tomar la decisión de quedarse ahí sólo porque ahí había sido criada. Ella deseaba la libertad.

Así fue como S se despertó una mañana cuando aún era de madrugada y decidió encaminarse hacia su destino. Nunca había salido fuera del pueblo y existía sólo un camino, que terminaba justamente en su amado Pueblo de la Luna. Esto facilitó bastante la salida de S, ya que sólo tenía una posible dirección hacia donde encaminarse.


***
H se sentía podrido. Todos sus amigos de colegio acostumbraban a juntarse en reuniones y fiestas típicas de su edad, en donde comenzaban a encontrar la atracción de los juegos con el sexo opuesto. H era cordialmente rechazado y él se daba cuenta perfectamente de este hecho. Ese fue el momento en que H se sintió diferente, nunca antes se había percatado de su fealdad de esa forma. Siempre habían estado las bromas entre niños, pero sólo en ese momento él se percató que su problema iba más allá de ser “gordo”, “chico” o “narigón”, como él mismo llamaba a varios de sus amigos. El suyo era un problema diferente, más profundo, y no se solucionaría con la desaparición del acné.

Esa sensación de aislamiento fue la que impulsó a H a abandonar el Pueblo del Sol. “Debe de haber algún lugar más grande, con personas mucho más feas que yo”, pensaba equivocadamente él. En ese lugar él podría ser y vivir como uno más, sin ser rechazado por su horripilante condición. Una mañana cualquiera H se fue. Juntó sus pertenencias más preciadas y se lanzó al camino, el único camino que salía del Pueblo de Sol, y caminó y caminó.

Luego de un par de horas, H se percató que estaba en un lugar desconocido. Estaba más lejos que nunca del Pueblo del Sol, y todo lo que ahora veía y vería le sería desconocido. Sintió temor y alivio a la vez. Eso es lo que él estaba buscando, quizá había cientos de personas más feas que él a sólo unos metros. No sabía cuán equivocado estaba.

Mientras caminaba por caminos desiertos no había problemas, pero cada cierta distancia encontraba alguna pequeña granja en donde los perros comenzaban a ladrar con sólo olerlo. ¿Acaso hasta su olor era feo?, pensaba H. Cuando las personas se asomaban a reconocer al viajero causante del alboroto de sus animales, y apenas lo veían a la distancia, se escondían rápidamente en la seguridad de sus madrigueras. ¡Aquello que venía por el camino no podía ser humano!

Llegó cierto momento en que el hambre y la sed que H sentía lo obligaron a detenerse frente a una pequeña casa, desde donde curiosamente nadie salió a observar al viajero después de los ladridos de las bestias guardianas. H se acercó a la puerta y llamó con fuerza. Para su sorpresa, casi inmediatamente sintió unos pasos y el sonido de la vieja puerta principal abriéndose. Un hombre anciano, de ojos completamente blancos apareció frente a él. H se percató de la ceguera del anciano y comprendió que podría hablar con aquel hombre sin mayor problema, y deseó que todo el mundo fuera ciego, especialmente las jóvenes de su edad.

H conversó largamente con el anciano, comió bebió y pasó la noche en su pequeña casa. A la mañana siguiente H se despidió luego de agradecer al hombre y continuó su marcha hacia lo desconocido. Caminó durante varias horas más con el ya acostumbrado sonido de los ladridos y las siluetas huyendo rápidamente al verlo. Avanzó hasta que llegó a una intersección de un camino pequeño a la izquierda y un camino más grande hacia su derecha. El camino pequeño indicaba “Pueblo de la Luna”, mientras que el más grande decía “Ciudad de la Tierra”. H buscaba un lugar en donde él no fuera el más feo, para ello necesitaba que allí viviera mucha gente, mientras más mejor.

Mientras H meditaba acerca de esta decisión sentado al borde del camino, observó a la distancia la silueta de una joven que se acercaba caminando por el camino pequeño. Su primera reacción fue la de correr a esconderse tras unos arbustos para no asustar a la joven, pero luego pensó que estaba tan cansado y que tenía tanto derecho como cualquiera a estar ahí. La joven tendría que huir si deseaba escapar de la visión de este ser horripilante, no sería él quien se movería.

***

La salida de S de su amado Pueblo de la Luna fue triste. Dejaba muchas amigas, especialmente aquellas chicas con las que vivió toda su vida. S consideraba la Encargada del prostíbulo casi como una madre y le apenaba mucho dejarla, sin embargo, ella creía que su derecho a la libertad de elección no debía depender de sus sentimientos de agradecimiento hacia esa mujer.

S empacó sólo sus pertenencias más preciadas en un pequeño bolso de mano y comenzó su viaje hacia un destino inesperado. Caminó por horas por el único camino de salida del Pueblo de la Luna hasta que se topó con el mismo pastor que la había encontrado y entregado a la Encargada del prostíbulo. S no sabía el papel que él había desempeñado en su vida, aunque él conocía perfectamente los detalles de la vida de ella. Más aún, el pastor esperaba con ansias el día en que la Encargada colocara a S a disposición de la clientela del pueblo. Él creía tener el derecho a ser el iniciador de su promisoria carrera como prostituta y, al mismo tiempo, él quería iniciarse en las artes de ser cliente del prostíbulo del pueblo. No estamos seguros, pero creemos bastante probable que el pastor hubiera ya concertado esta iniciación con la Encargada, y que incluso ya le hubiese adelantado algo de dinero para asegurar su derecho (nuestro comentario se basa en que por esos días la cantidad de cabezas que el pastor tenía había disminuido considerablemente y creemos que las había vendido a un forastero que pasaba por ahí para obtener el dinero necesario).

En el momento en que el pastor vio acercarse a la joven pensó que podría ahorrarse una gran cantidad de cabezas de ganado si la lograba convencer de iniciarse en ese momento. Suponemos que para los pastores el hacer el amor a un borde del camino, tras algunos arbustos y sobre una pradera de pasto en donde sus animales se alimentan, debe ser tan excitante como para un cocinero el hacerlo sobre la mesa del comedor, o como para un médico sobre el quirófano. El caso es que él se abalanzó sobre ella y le propuso hacerlo en ese momento.

S se sintió pésimo. Por supuesto que en ese momento lo que menos ella deseaba era iniciarse en esa profesión. El pastor no entendía por qué S no lo aceptaba y, luego de una fuerte discusión e incluso algunos golpes (de ella hacia él afortunadamente) S se alejó corriendo y llorando. Cuando se detuvo a descansar y se sentó a un borde del camino meditó lo sucedido y sintió miedo de estar sola, sintió miedo de su belleza. Ella se sabía atractiva, pero aún estaba por descubrir qué tanto.

Durante las siguientes horas de caminata S se vio obligada a correr y huir de dos grupos de trabajadores que pasaban por el lugar. En su pueblo eso nunca la había sucedido y ahora, además de terriblemente asustada, estaba muy confundida. ¿Es que esos hombres no podían ver a una mujer cerca sin tratar de saltar sobre ella? La verdad creemos que esos hombres si podrían hacerlo si la mujer que pasaba a su lado fuera una mujer normal, pero recuerden que la belleza de S era casi mágica.

El miedo obligó a S a caminar muchas horas más ocultándose cada vez que se acercaba alguien y dando largos rodeos alrededor de las pocas casas que encontraba. Finalmente tuvo que ceder ante la sed y el hambre y acercarse a una pequeña casa, muy pobre, pero delicadamente adornada. “Ahí debe de habitar una mujer” pensó ella, acertando en su pronóstico. Luego de llamar a la puerta y esperar unos segundos, S vio aparecer a una mujer muy anciana, que incluso aún reflejaba una belleza que de seguro en su juventud fue sobresaliente. Según los registros y los datos geográficos, creemos incluso que en su tiempo esa anciana fue la mujer más bella del mundo, aunque ella tampoco nunca lo supo.

La anciana miró por un largo y tenso minuto a S, desde su cabeza a sus pies. La cara de la anciana, y especialmente sus ojos, mostraron por instantes una envidia muy fuertes, pero luego de unos momentos este sentimiento (y junto con él los ojos y una amable sonrisa que luego apareció) se transformó en compasión. A la anciana le bastó ese minuto de observación para conocer gran parte de los problemas que afectaban a S. Ella los había sufrido también. Ella nunca se había atrevido a caminar en busca de alguna otra cosa, como S. Luego de comer, beber y conversar tranquilamente por varias horas, la anciana alentó a S a seguir su camino. Ella le recordó a S la gente de su querido Pueblo de la Luna, y los extrañó mucho, a pesar de haberlos abandonado hacía tan solo algunas horas. S pensó que la gente del exterior era más parecida a los grupos de caminantes que a la anciana que acababa de conocer y volvió a sentir miedo, fue sólo gracias a las palabras de aliento de la anciana que se atrevió a seguir adelante en su búsqueda. S descansó esa noche en la casa de la anciana y al despertar y luego de despedirse cariñosamente, emprendió nuevamente su camino con los ánimos renovados.

Luego de otro par de horas de caminar, esconderse y rodear casas, S divisó una intersección en el camino. Sentado a un lado del camino vio la silueta de un joven y pensó en alejarse. Avanzó un poco más buscando alguna senda que le permitiera rodear el camino pero no la encontró. Cuando se encontraba a unos pocos metros miró nuevamente al joven y perdió el miedo. El rostro del joven mostraba, además de un gran cansancio, una expresión de tristeza y desconcierto que le hicieron pensar en ella misma. ¿Acaso era él otro solitario en busca de algo que no sabía bien qué era? Esta posibilidad le dio ánimo y continuó avanzando hasta que el joven la vio.

***

Seguramente habrán notado que tanto S como H no se percataron de la extrema fealdad y belleza del otro. Para este hecho no tenemos una explicación satisfactoria, pero es efectivo. Como más adelante observarán, ellos se percatarán de este hecho sólo gracias a la actuación de otros personajes y no porque ellos lo hubiesen notado por sí mismos.

H saludó cordialmente a S y ella confió en él. No había maldad en su mirada ni en sus palabras, sólo le estaba diciendo “hola” y ella le respondió igual, con la misma inocencia. H le preguntó hacia qué lugar se dirigía y S se quedó pensando. Miró las indicaciones en la intersección de los caminos, vio el camino pequeño a su derecha que decía “Pueblo del Sol” y el camino más amplio a la izquierda que decía “Ciudad de la Tierra”. “Creo que voy a la ciudad”, respondió con una sonrisa. “¿Quieres caminar conmigo?”, agregó, y fue así, de la forma más simple, que es como quizá debieran resolverse todos las grandes encrucijadas, como nuestros amigos decidieron enfrentar juntos el final de su camino hacia donde ninguno de ellos sabía más que el nombre: “La Ciudad de la Tierra”.

A esas tempranas alturas de su vida H ya casi había perdido las esperanzas de encontrar una mujer que quisiera ser su compañera y pareja, por lo que ni siquiera pensó en S como un objetivo de conquista. Estamos seguros que H ya había perdido esa ilusión y fue por eso que no intentó abordarla con otras intenciones, porque es imposible que ellos supieran en esa etapa del viaje aquello que ustedes aún no saben, pero de lo que luego se enterarán.

H estaba feliz porque tenía una compañera de viaje que le ayudaría a pasar las horas, que no molestaba a los perros y que incluso atraía las miradas de la gente. Por otra parte, S estaba contenta porque ya no debía dar grandes rodeos ni ocultarse de la gente. Desgraciadamente no hemos podido contactar a nadie que hubiese sido testigo de esta etapa del viaje de nuestro amigos, pero es fácil imaginar la impresión que causó esta extraña pareja de viajeros, la fealdad extrema junto a la belleza divina.

S fue la primera en abrir sus sentimientos a H. Fue quizá porque confió en él desde el primer momento o porque deseaba demasiado compartir sus problemas con alguien. H sintió rabia por las injusticias del destino, por la falta de libertad de S y la consoló diciéndole que él creía que había tomado la decisión correcta. En el Pueblo del Sol no había ningún prostíbulo y a H le consumió un gran esfuerzo comprender el objetivo y el funcionamiento de este negocio. Finalmente se propuso conocer algún día el lugar en donde S fue criada, sin saber lo que el destino ahí le deparaba.

Después de un esfuerzo bastante grande, S consiguió que H le contara acerca de su vida. Él le comentó acerca de cómo cada vez más sus amigos lo estaban dejando fuera de sus grupos y que estaba buscando un lugar más grande, en donde pudiera confundirse entre las multitudes para sentirse igual al resto. H no le comentó a S acerca del motivo de la separación y S tampoco lo preguntó. Suponemos en este punto que H no lo encontró necesario ya que su fealdad era tan evidente que no podría haber otra razón, sin embargo, y como antes lo hemos mencionado, S no había notado esta característica tan sobresaliente de su nuevo amigo. Es probable que en el ambiente del prostíbulo en donde ella creció las mujeres fuesen entrenadas a no ver a los hombres como el sexo opuesto, sino sólo como el sexo cliente, omitiendo cualquier característica que no tuviese relación directa con sus billeteras o sus cuentas bancarias o sus tarjetas de crédito.

S tranquilizó a H asegurándole que en la Ciudad de la Tierra ambos harían nuevos amigos, tendrían un grupo de conocidos común y hasta encontrarían un trabajo que les gustara. Luego de esta conversación su floreciente amistad se consolidó aún más y se sintieron más unidos y decididos a enfrentar juntos a la monstruosa ciudad que se acercaba a ellos. Después de recorrer los hechos de la vida de nuestros amigos en los años anteriores, creemos bastante factible que esa parte del viaje haya sido para ambos el momento más grato que habían vivido durante sus últimos años. Ella se sentía libre y tomando sus propias decisiones, lo que era algo que había perdido en su pueblo. Él se sentía integrado y se sentía importante para alguien, lo que era algo que quizá nunca había conocido.

Después de un par de días de caminar llegaron una mañana temprano a la entrada de la Ciudad de la Tierra. Los límites de las ciudades rara vez representan a las ciudades como son, pero en el caso de la Ciudad de la Tierra el límite era tan marcado que, luego de doblar una curva a la izquierda junto a un alto cerro, ella se presentaba ante el visitante en toda su majestad. Los jóvenes quedaron impresionados ante el tamaño y la majestuosidad con que la ciudad se les mostró. Su vista se perdía en el horizonte de casas y edificios, los diferentes barrios, los que estaban notoriamente demarcados por los estilos de las construcciones, parecían los órganos vitales de un gigantesco monstruo en constante evolución y ebullición.

Revisando los hechos, podemos concluir que nuestros amigos estaban ubicados en la entrada sur de la Ciudad de la Tierra, la que está cruzando sobre unos cerros. Ese es el único lugar desde donde se puede observar una vista panorámica de todos los barrios. ¿Qué impulsó a nuestros jóvenes protagonistas a dirigirse justamente al barrio hacia donde se encaminaron? No lo sabemos con precisión, pero podemos elaborar alguna teoría. Una vez que se ha recorrido una distancia considerable y se ha consumido mucho esfuerzo en llegar a un lugar, el cuerpo se niega a detenerse bruscamente, casi obligándonos a continuar desacelerando un trecho más. Al estar ambos jóvenes de pie observando la ciudad completa ninguno miró los puntos más cercanos, ni siquiera los barrios ubicados al centro. Quizá uno siempre espera que lo que no se ve bien es mejor que lo que se tiene delante de los ojos. Bueno, sea como fuere, ellos escogieron atravesar toda la ciudad para llegar al barrio norte y ahí buscar un lugar en donde comenzar su nueva vida.

Mientras comenzaron a descender por la ladera norte del cerro, y en la primera de una larga hilera de pequeñas casas divisaron la silueta de una mujer que los siguió con la vista sin quitarle los ojos de encima, y con una extraña expresión en su rostro. A esa altura del viaje ellos ya estaban acostumbrados a las miradas de la gente, pero las expresiones normales eran de repugnancia, deseo, asco y principalmente sorpresa. La mujer tras la ventana los observaba con lágrimas en los ojos y un temblor en todo el cuerpo. Ambos jóvenes observaron a la mujer, pero ninguno lo comentó con el otro. Quizá esperaban que muchas cosas extrañas comenzaran a ocurrir desde ese momento.

El viaje a través de la ciudad fue traumático, tuvieron que soportar burlas, comentarios obscenos y hasta golpes de la gente. En silencio, ambos caminaron y caminaron imaginándose qué hubiese sido de ellos de llegar solos, y se sintieron afortunados y fortalecidos de tener al otro a su lado para defenderlo y ser defendido. Casi sin fuerzas llegaron finalmente al barrio norte, en donde se decidieron a entrar a una gran iglesia ubicada frente a una plaza pública. Una vez dentro del templo consiguieron hablar con el párroco encargado. H le comentó que había sido criado por las Hermanas de la C. en su pueblo, mientras que S prefirió no comentarle acerca de sus orígenes. El párroco no podía creer que esa congregación aún existiera, le preguntó por la Hermana Teresa, y se mostró fascinado, y terminó por ofrecerles inmediatamente refugio a ambos jóvenes en los albergues de la iglesia.

***

Los albergues de la iglesia eran lugares ubicados en cada barrio en donde se ayudaba a indigentes, entregándoles abrigo y alimentación. S se sentía tan cansada y asustada que aceptó inmediatamente el ofrecimiento del párroco. H se sintió feliz, pensaba que era el mejor lugar para comenzar su búsqueda de gente que lo encontrara a él normal y lo aceptara. La vida a la intemperie, la mala alimentación, el exceso de alcohol y las enfermedades hacen que entre los indigentes se encuentren algunas de las personas más feas del mundo (eso lo podemos asegurar después de haber recorrido varios albergues y, específicamente aquél en donde H y S vivieron un tiempo).

Los indigentes son gente solitaria por naturaleza, a pesar de comer y dormir todos juntos en el albergue, casi no hablaban entre ellos. H intentó varias veces acercarse a ellos, pero siempre fue rechazado. Sólo en un par de ocasiones encontró a un pequeño grupo de ellos jugando algún juego de cartas desconocido para él. H no culpó a su naturaleza estética de su nula integración, sino que al carácter huraño de estas personas, lo que le permitió mantener aún algunas esperanzas de comenzar a vivir una vida normal.

S, por otra parte, dedicó esos primeros días en la ciudad sólo a reflexionar acerca de su futuro. La ciudad era un lugar complicado y ella estaba comenzando a percatarse de que cualquier profesión es una carrera en el tiempo, la que comienza mucho antes de la línea de largada. Ella estaba comenzado atrasada, sólo estaba preparada para ser una muy buena prostituta, pero recordemos que ella buscaba la libertad de elección.

Después de una semana de vida en el albergue, y de salir a diario a reconocer los lugares del barrio norte, los jóvenes se decidieron a hablar con el párroco para pedirle consejos acerca del futuro. S se atrevió a contarle al párroco acerca de su pasado y sus proyecciones futuras, de haber seguido viviendo en el Pueblo de la Luna. El párroco, después de preguntar tres veces y convencerse del estado virginal de nuestra protagonista, dibujó una expresión de satisfacción que sorprendió a ambos jóvenes. “Te has salvado, hija mía. ¡Te hemos salvado! ¡Te he salvado!”. Nunca hemos comprendido bien a este tipo de personajes, ni es la idea el intentar hacerlo en este relato, pero simplemente debemos hacer notar la actitud de este Hombre. No podemos dejar de comparar esa actitud con los juegos de video de aventuras, aquellos en que el personaje (comúnmente jugados en primera persona) debe ir recolectando tesoros, puntos, diamantes o cualquier otra cosa y que le permitirán comprar artículos en el nivel siguiente. ¿Acaso el párroco acababa de recolectar puntos para asegurar su siguiente nivel?

Luego de terminado el momento de excitación del párroco por los puntos recolectados, y una vez disminuido el asombro de nuestros protagonistas ante la reacción de aquel hombre (recuerden además que ellos no tenían los prejuicios comunes acerca de la prostitución), el párroco se dedicó a aconsejarlos. Él reconoció que los jóvenes no estaban preparados para ninguna profesión especializada y que estaban comenzando un poco tarde, pero les hizo notar que existían muchas actividades dignas que podían comenzar a aprender y que les podrían ser útiles en sus futuros. Ellos se quedaron con la tarea de pensar qué les gustaría hacer durante el resto de sus vidas y luego volverían a conversar.

El siguiente par de días los dedicaron nuestros amigos a recorrer nuevamente las calles del barrio, pero ahora observando detenidamente a la gente que trabajaba, desde las cosas más simples como descargar sacos desde camiones, hasta las más difíciles de entender, como las mujeres que digitaban todo el día detrás de los computadores.

Para H la tarea fue fácil. Después de observar a un hombre trabajando en los jardines de un parque quedó fascinado y no pudo dejar de mirarlo trabajar toda la tarde de ese día, mientras S se sentaba a su lado a intentar resolver sus dilemas. H pensó que el trabajo de jardinero era ideal para él, no necesitaba trabajar con más gente, las flores, plantas y árboles lo aceptarían como a cualquier otro y podría esconderse siempre detrás de los arbustos, si era necesario. Estaba decidido.

S estaba desorientada y no sabía qué escoger. A ella siempre le gustó el contacto con la gente y se creía lo suficientemente simpática como para atraer clientes (bueno, recordemos que para eso había sido entrenada toda su vida). Finalmente se decidió a ser mesera en algún café.

Cogieron sus ideas y se dirigieron nuevamente a la iglesia. Aunque no lo habíamos mencionado, para el párroco las diferencias estéticas de nuestros amigos eran obvias. Se supone que él estaba entrenado para mirar los interiores de la gente, pero en este caso los exteriores eran tan extremos que todo su entrenamiento no le bastaba para poder penetrar hasta sus almas. Le costaba un mundo mantener la vista en H cuando le hablaba. Le costaba otro mundo dejar de mirar a S cuando no le hablaba. Le repugnaba la visión de H y le provocaba la de S. No estamos seguros si la excitación que sentía por S era sexual o no, pero supongamos que sólo le provocaba un placer estético. De todas formas, lo que queremos expresar en esta etapa del relato, es que estos aspectos estéticos de la apariencia de nuestros protagonistas están siempre presentes en la mente y en las decisiones del casual consejero que ellos encontraron.

El primero en hablar fue H, quien le comentó al párroco su idea de ser jardinero. Al párroco le pareció una idea estupenda y se comprometió a presentarlo al día siguiente al jardinero oficial de los terrenos de la iglesia (los que eran bastante grandes), un hombre de avanzada edad, que había trabajado desde siempre en esos jardines y que necesitaba de un aprendiz ayudante.

S no confiaba plenamente en el párroco. Bueno, confiaba en él un poco más que en el resto de la gente que había conocido en la ciudad, pero no en la forma en que lo hacía con la gente de su pueblo o con la anciana del camino. Quizá era debido a la forma en que él la miraba. De todas formas, S le comentó que su decisión había sido muy difícil, porque había muchas cosas que ella podría hacer, pero ninguna que apreciara tanto como le había sucedido a H. Le dijo que preferiría comenzar trabajando en algún café, ya que tenía experiencia tratando gente y atendiéndolos. El párroco se ofreció a hablar con una mujer, dueña de un café cercano, la que asistía regularmente a su iglesia.

Ambos jóvenes se despidieron muy agradecidos con el párroco y con el corazón lleno de esperanzas en sus futuros.

***

El párroco acompañó a H en su primer día de trabajo para presentarlo al anciano jardinero. Al llegar, el párroco y el anciano se separaron para conversar, mientras H los observaba a la distancia. Sólo por los gestos del anciano H comprendió que no era bienvenido, ellos discutían y el anciano giraba continuamente su cara en dirección a H, ofreciendo un gesto de repugnancia que no se ocupaba en ocultar. Finalmente el párroco, levantando la voz y con una expresión de rudeza, obligó al anciano a tomar a H como su aprendiz. Suponemos que H no esperaba que las cosas resultaran fáciles, pero tampoco tan difíciles. Ahora tendría que soportar al anciano jardinero e intentar ganar su confianza poco a poco, hasta lograr que él se olvidara de la fealdad de nuestro amigo.

La presentación de S con la dueña del pequeño café comenzó de manera mucho menos traumática. “¡Pero si es una jovencita tan simpática!”, “¿Y además sabe atender gente?”, fueron sus primeras expresiones. A S no le dio confianza esta señora, más aún, su prejuicio fue confirmado al minuto siguiente que el párroco abandonó el café. “¡Espero que no comiences a portarte como una putita delante de los clientes!” le dijo sin ninguna provocación por parte de la joven. S pensó que quizá su crianza y su entrenamiento los tenía tan asimilados que hasta su sonrisa invitaba a potenciales clientes del sexo, y eso las mujeres maduras lo podían percibir a la distancia.

Al final del día ambos jóvenes llegaron de vuelta al albergue a comentar sus primeros días de trabajo. H estaba físicamente agotado. El anciano jardinero estaba muy lejos de aceptarlo y era claro que el párroco lo obligó a aceptar a su aprendiz bajo amenaza de despedirlo del puesto. H se propuso ganar la confianza del anciano en base al esfuerzo, demostrando que él podía hacer todos los trabajos que le pidieran y aún más. H no sabía si podría soportar este ritmo el tiempo necesario, pero lo intentaría.

El primer día de S fue triste. A los comentarios iniciales de la dueña del café, se sumaron las bromas de las otras dos chicas que allí trabajaban. La única persona que la defendió fue el hombre encargado de la cocina, el que la miraba con ojos de animal. A S le habría encantado poder contarle sus problemas y confiar en sus nuevas compañeras de trabajo, pero ella estaba comenzando a comprender que su belleza provocaba una envidia muy fuerte en el resto de las mujeres, tanto que las otras chicas comenzaron a llama a S “la puta”, sin que ella comprendiera totalmente la maldad de ese calificativo.

Las cosas continuaron de la misma forma por algunos días, hasta que lo inevitable ocurrió. Cuando S estaba atendiendo a un grupo de clientes uno de ellos comenzó a hacerle insinuaciones y a ofrecerle dinero por “servicios externos”. S cordialmente lo rechazó, hecho que al hombre pareció enfurecerlo (recuerden que estaba en un grupo de amigos, y algunos machos de nuestra especie suelen tener comportamientos estúpidos en estas situaciones). El hombre tomó fuertemente a S por la cintura y comenzó a tocarla bruscamente entre las piernas. S dio un fuerte grito, lanzó un codazo a la nariz del hombre y corrió llorando hacia la cocina, en donde el hombre allí encargado al verla llegar en ese estado salió corriendo a insultar, golpear y expulsar al hombre que inició todo (recuerden que hay otro tipo de machos en nuestra especie que parecen siempre querer hacer el papel de superhéroes, y que creen que eso les otorga algún tipo de derecho especial). Al volver a la cocina, el hombre le sirvió un vaso de agua a S y la abrazó. Al principio la joven se sintió agradecida, pero cuando las manos del hombre comenzaron a avanzar hacia sitios no permitidos, ella comprendió lo que sucedía, recordó la mirada de animal del hombre que la abrazaba, dio otro fuerte codazo, provocó la ruptura de otra nariz, emitió otro fuerte grito, volvió a llorar desconsoladamente y volvió a correr, ahora en dirección a la calle, hacia los jardines de la iglesia en busca de H.

Al verla llegar en ese estado, H la abrazó tiernamente y S sintió la diferencia en los contactos de la gente. S lloró desconsoladamente durante varios minutos en los brazos de su amigo, mientras éste intentaba alentarla diciéndole que ahora estaba segura y que buscarían otra cosa que ella pudiera hacer. Se dirigieron inmediatamente a la iglesia en busca del consejo del párroco. Al hombre le bastó con ver la cara de la joven para saber inmediatamente qué había sucedido. Quizá no sea de ninguna importancia para el desarrollo del resto de los acontecimientos que aún nos falta por relatar, pero no podemos dejar de hacer notar los sentimientos de la muchacha y del párroco en ese momento. En él se mezclaban los deseos de dar cobijo a la joven que tanta desesperación demostraba, ofrecerle sus brazos y sus caricias, junto con otros sentimientos más básicos que no le estaban permitidos, pero que la belleza de S terminaban por despertar hasta en los muertos. S se sintió en un primer momento tentada a aceptar el abrazo del párroco, pero le bastaba con sujetar firmemente el brazo de H, con quien se sentía completamente segura y era el único hombre en quien confiaba. De hecho, en ese momento, él era la única persona en quien confiaba.

La posterior conversación entre los jóvenes y el párroco podría ser resumida en el siguiente párrafo: H le comentó acerca de sus casi nulos avances con el anciano jardinero, pero aseguró que aún quería seguir intentándolo. H le dijo que quería buscar otro trabajo en que pudiera aprovechar su entrenamiento en tareas domésticas, pero preferiría menos contacto con la gente. El párroco ofreció contactar a la encargada de un pequeño hotel del barrio y ver si necesitaba una nueva mucama, lo que ayudó a subir el ánimo de la joven.

El nuevo trabajo de S parecía funcionar bien. La encargada la miraba y trataba siempre con desconfianza (y probablemente muchos celos por su belleza), pero a S no le importaba, ya que sólo la veía en la mañana para recibir instrucciones y en la tarde para reportarse y despedirse.

El trabajo de H continuaba igual, el anciano lo explotaba y no reconocía sus avances. De todas formas H se sentía bien, porque estaba aprendiendo mucho con sólo mirarlo trabajar. Cierto día ocurrió que un grupo de niños estudiantes pasaron por la plaza frente a la iglesia y vieron a H trabajando. Comenzaron a jugar a “quién se atreve a acercarse más al monstruo”. Este juego comenzó a repetirse día tras día y rápidamente se corrió la voz acerca del ser monstruoso que trabajaba en la iglesia. Esto molestó aún más al anciano jardinero, el que obligó a H a hacer tareas aún más pesadas, pensando que quizá con eso lograría que él abortara.

Esta vez fue S quien consoló a H. Después de una larga conversación ocurrieron dos cosas: H se tranquilizó y ella comenzó a comprender que en H había algo especial, algo que hacía que el resto de la gente lo rechazara. Ella sintió pena por su amigo y se sintió aún más unida a él.

Ocurrió en cierta oportunidad que, mientras S terminaba su turno y preparaba la última habitación para entregarla, había aún un pasajero del hotel en el baño y la observó mientras ordenaba la habitación. En el momento en que ella entró a preparar el baño, él la atrapó con claras intenciones de abusar de ella. No sabemos de dónde S sacó las fuerzas y la concentración necesarias para hacerlo, pero esa debe de haber sido una de las mejores patadas en las zonas más delicadas de la masculinidad que se tenga memoria en nuestra historia humana.

Nuevamente corrió en busca de su amigo y lo encontró en el peor momento. Estaba siendo apedreado por una turba de niños, mientras sus padres hablaban con el párroco para que expulsara al monstruo, el que podría ser peligroso para sus adorables niños. H escuchó a S a la distancia y corrió a su encuentro. Los niños comenzaron a burlarse gritando algo como “el monstruo tiene novia”. H no los escuchaba, sólo se preocupaba de su amiga, imaginándose lo que le había ocurrido. Una vez más los brazos de H consolaron a su amiga, y el joven comprendió que la belleza de su amiga era la que le estaba causando esos problemas.

***

Esa tarde decidieron no volver a pedir el consejo del párroco. No dudaban acerca de sus intenciones (al menos H no dudaba) pero sus consejos no habían dado resultado. Entonces, y casi al mismo tiempo ambos jóvenes pensaron que ya era suficiente, que la ciudad los había vencido, que al menos lo habían intentado, pero que ya estaban cansados de la Ciudad de la Tierra. Al leer esta historia en tan pocas páginas nos parece casi una decisión apresurada lo que nos podría llevar a concluir equivocadamente en una falta de perseverancia en nuestros protagonistas, pero recuerden que el tiempo en el mundo real transcurre bastante más lento que en las líneas que se leen. Los hechos vividos además suelen ser mucho más impactantes que los hechos leídos, el cansancio físico y mental de nuestros amigos debe haber sido muy superior al de ustedes, estimados lectores, al leer acerca de sus aventuras en la abrumadora ciudad. No estamos intentando con esto justificar la decisión que ellos tomaron en ese momento, sólo nos aseguramos que los hechos se consideren con su debido peso.

Fue de esta forma como los jóvenes decidieron dar por terminada su aventura en la gran ciudad para volver a las conocidas amarguras de sus respectivos pueblos. Agradecieron al párroco toda la ayuda brindada y se despidieron amablemente de él antes de emprender el viaje de regreso. El viaje a través de la ciudad fe incluso más triste que el anterior. Esta vez ni siquiera hablaron entre ellos ni tenían la esperanza de aquello que se esconde al final de los viajes. Ahora ambos sabían lo que la gente pensaba acerca del otro. H sabía que todos los hombres que veían en el camino deseaban a S y lo odiaban a él por ser tan feo y estar junto a la joven. Las bromas, las burlas y los vegetales que les lanzaron esta vez les dolieron mucho más que en el viaje de ida.

Finalmente llegaron al límite sur de la ciudad y se enfrentaron a la última hilera de pequeñas casas. Sentada en el jardín de la última de estas casas divisaron a lo lejos a la misma mujer que los había observado extrañamente a través de su ventana cuando recién se enfrentaban a la Ciudad de la Tierra. Esta vez la mujer no se ocultó tras una ventana, sino que salió al camino directamente en dirección a ellos, los detuvo y los invitó a sentarse un momento a conversar con ella. Tanto H como S estaban muy cansados después de la difícil travesía por el centro de la ciudad y decidieron aceptar la invitación de la mujer, después de todo ¿qué podría ser peor que lo que habían vivido estos últimos días?

La mujer comenzó por preguntarles de qué lugar venían y hacia donde se dirigían. Ellos le contaron resumidamente sus historias, mientras la mujer asentía con su cabeza. Ella los detuvo y les preguntó con cierta desesperación si ellos eran novios. La respuesta que H le dio a la mujer en esa oportunidad fue quizá la primera ironía que usaba el muchacho. Las últimas vivencias lo habían marcado definitivamente para el resto de su vida y sólo atinó a responder de forma muy natural “¿Acaso cree posible que una mujer como ella y un hombre como yo podamos ser novios? ... ¿acaso cree posible que yo pueda encontrar algún día una mujer que desee ser mi novia?”. Antes que H terminara de formular su segunda pregunta, S lo interrumpe diciendo: “¿Acaso cree que algún hombre pensaría en ser mi novio antes de pensar en acostarse conmigo?”.

La mujer dio un notorio suspiro de alivio, y ambos jóvenes se miraron extrañados. “¿Entonces son sólo amigos?” exclamó ella con una sonrisa en la cara, y ellos respondieron que eran los mejores amigos que podrían desear, que se querían mucho y que pensaban mantener su amistad por el resto de sus vidas. La sonrisa se terminó de dibujar en la cara de la mujer y una lágrima brotó tranquilamente de su ojo y se quedó estancada en su mejilla, quizá como una testigo de lo que la mujer estaba a punto de decir.

“Lo que acaban de decir me tranquiliza la mente, me libera en parte la conciencia y me alegra profundamente el corazón, porque ustedes son hermanos y yo soy su madre”. Silencio. Más silencio. S comenzó a llorar y poco a poco aumentaba el volumen de sus lamentos. H se quedó mirando el suelo, comenzó a apretar las manos empuñadas y a temblar de rabia.

Analicemos por un momento lo que ocurría en las cabezas de nuestros jóvenes protagonistas luego de enterarse de esta impactante noticia. La sentencia que en primer lugar se estableció en las cabezas de ambos jóvenes fue la relativa a “yo soy su madre”. La lástima y la autocompasión se apoderaron de S, quien se imaginó en una décima de segundo toda una vida creciendo junto a su madre, teniendo las libertades que nunca tuvo. H sintió mucha rabia. Se imaginó a una madre que lo hubiese acompañado, protegido, consolado y defendido en los momentos difíciles de su vida. Su reacción en ese momento era dar media vuelta y dejar a la mujer sola, tal como ella lo había hecho con ellos, olvidarla como ella seguramente los había olvidado. Fue en ese preciso momento cuando la segunda sentencia, a pesar de haber sido la primera en decirse, se posó al mismo tiempo en los cerebros de ambos jóvenes. De pronto se explicaron el por qué habían confiado tan fácilmente el uno en el otro, el por qué se necesitaba y el por qué no querían separarse más. El impacto de esta sentencia asimilada fue tan grande que ellos se vieron casi obligados a mirarse, ponerse de pie y abrazarse fuertemente mientras lloraban como dos niños pequeños.

H fue el primero en dirigirse nuevamente a la mujer diciéndole: “hay sólo una cosa que quiero preguntarle señora, antes de marcharnos para siempre. Comprendo perfectamente el por qué me abandonó a mí, pero no entiendo por qué también se deshizo al mismo tiempo de S, quien de seguro poseía una belleza increíble desde el momento en que nació”. La mujer sabía que H estaba ofreciéndole sólo una oportunidad para explicarse. Midió muy bien sus palabras y les explicó a los jóvenes sus actos de la siguiente forma:

“Si no me equivoco, en estos momentos están volviendo a sus pueblos porque las cosas no les han resultado como ustedes esperaban. Tanto la belleza como la fealdad de ustedes son de tal magnitud que no podría haber sido de otra forma, y eso ahora ustedes lo saben y les duele, es por eso que cuando entraron a la ciudad no los detuve. Desde ese día he estado todas las tardes esperando que regresaran por este camino, y debo reconocer que han tardado bastante más de lo que había supuesto. Ahora imaginen que ustedes hubiesen crecido en esta ciudad. Inevitablemente hubiese llegado el momento en que se habrían visto enfrentados a las mismas realidades que han descubierto en este viaje, sólo que ahora tienen una gran ventaja, una ventaja que les ofrece una única esperanza para el resto de sus vidas, y que no habrían tenido de otro modo. Ahora pueden volver a sus pueblos. Sólo gracias a que los abandoné, sólo gracias al dolor que yo he tenido que soportar y que ustedes han tenido que vivir imaginando una madre que los abandonó, es que ustedes tienen aún un futuro por delante. Sé que no me van a perdonar ni tampoco me atrevería a pedírselos, sólo espero que aprovechen la oportunidad que les queda.”

Más silencio. Los jóvenes se levantaron, dieron media vuelta y comenzaron a caminar en silencio sin mirarse. No podían dejar de odiar a la mujer que decía ser su madre, pero tampoco podían dejar de encontrar razón en sus palabras. Definitivamente las ciudades no estaban hechas para gente como ellos, para personas que se escaparan de los promedios, o luces y te comportas de acuerdo a lo que la ciudad proclama como sus leyes o ella misma se encarga de expulsarte. Ahora ellos estaban seguros que no podrían vivir en una gran ciudad. Además era cierto que ahora tenían un sitio donde volver. La vida que ellos llevaban en sus pueblos era incomparablemente mejor a lo que habían alcanzado a probar de la ciudad. Esta vez fue S la primera en tomar la decisión acerca de su futuro. “Quiero ser la mejor prostituta que se ha visto en el Pueblo de la Luna” le dijo a H con una gran sonrisa en la cara y los ojos brillando de emoción. H se alegró por su hermana y se decidió a acompañarla a su pueblo hasta aclarar su destino.

***
Después de pasar una alegre velada con la anciana de la antigua belleza y dormir en su humilde cabaña, los jóvenes arribaron al Pueblo de la Luna. La gente se acercaba alegre a saludar a S, pero reaccionaba sin poder evitar su expresión al ver a H. S les explicaba quién era él y la gente del pueblo rápidamente lo aceptaba. Recordemos en este punto que H estaba ya completamente acostumbrado a estas reacciones de la gente, pero lo que le asombraba era la rapidez con que lo aceptaban luego que S les decía que él era su hermano. “Ciertamente esa gente debe apreciar mucho a S”, pensaba H.

En el prostíbulo S fue recibida como una reina. Sus compañeras y la Encargada no paraban de abrazarla y preguntarle por sus aventuras. El pueblo se alborotó con la llegada de la joven y rápidamente se inició una fiesta en el prostíbulo. Por fin H conoció de qué se trataba este negocio y quedó fascinado por el ambiente y la alegría que allí se respiraba. H pasó la noche con una de las mejores amigas de su hermana, con quien conoció los placeres del cuerpo y de una mente relajada. Recordemos que las prostitutas que realmente conocen su profesión están entrenadas para interactuar con el sexo cliente, por lo que la condición física de su pareja ocasional no hacía ninguna diferencia. Recordando hechos anteriores, nos atrevemos a deducir que el entrenamiento de estas jóvenes era incluso más fuerte que el que había recibido el párroco de la iglesia que los acogió en la Ciudad de la Tierra, quien no pudo traspasar las capas superficiales para tocar las almas de nuestros amigos. Entre las muchas cosas que esa joven tocó esa noche estaba el alma de H. Para él la joven no fue sólo un cuerpo en el que saciar sus nunca liberados impulsos, sus deseos de penetración no fueron sólo físicos, afortunadamente él no sabía de las diferencias entre cómo se debe tratar a una mujer decente y a una prostituta.

H se quedó unos días más en el prostíbulo, siendo aceptado por todas las muchachas, por la encargada, y principalmente por la amiga de S, la chica iniciadora de H, con quien pasaba todas las noches alternando entre encuentros físicos, intelectuales y finalmente amorosos. La Encargada del prostíbulo notó rápidamente lo que estaba ocurriendo, pero consideró que ganar a S era mucho más rentable que perder a su amiga. Además a esa mujer le interesaba realmente la felicidad de sus jóvenes, lo que la hacía sentir alegre por lo que estaba ocurriendo, y sería la primera vez en muchos años que una de sus prostitutas podría dejar la profesión.

Al poco tiempo todos en el prostíbulo sabían lo que H decidiría, menos él. Después de una conversación dirigida por S, H terminó diciendo: “Por fin se lo que haré. Le pediré a ella que me acompañe a comenzar una nueva vida en mi pueblo. ¿Crees que aceptará?”. Claro que ella aceptó encantada, y H se sintió el hombre más feliz del mundo. Fue así como H emprendió junto a su compañera el último viaje de nuestro relato. Ya les comentamos que la gente del Pueblo del Sol aceptaba a H como uno más y que sus problemas aparecieron junto con los deseos normales de la juventud. Ahora que él volvía acompañado, sus amigos ya no tendrían excusa para no integrarlo. De hecho, hasta creemos que sus amigos debieron de sentir bastante envidia, ya que la belleza de su compañera, a pesar de no ser comparable a la de S, era bastante sobresaliente para los estándares del Pueblo del Sol. Quiso además la buena fortuna que H encontrara rápidamente un trabajo como jardinero en la escuela del pueblo, en donde las burlas de los niños ya no le molestaban. Incluso él mismo iniciaba estos juegos del “monstruo que intentaba capturar a los niños para comérselos”. Estos juegos comenzaron a crear una relación de amistad entre él y los niños, los que con el tiempo acudían a él en busca de conversaciones y consejos. Este tipo de vida realmente satisfacía a H, quien se sentía ahora importante para su hermana, para su pareja y para todo un grupo de niños.

Luego de un par de años de vivir este tipo de vida, tanto S como H se sentían las personas más felices del mundo. Corroborar la fealdad y la belleza de nuestros protagonistas nos fue simple en un comienzo, pero la felicidad no es tan fácil de comparar como esas características externas, por lo que no nos atrevemos en esta oportunidad a asegurar que realmente fueran los seres más felices del mundo. Por otro lado, y debido justamente al hecho de que la felicidad es interna, el no poder asegurarlo para ustedes no tiene ninguna importancia mientras ellos así lo creyeran.

Nos hubiera gustado terminar este relato contándoles que los felices hermanos decidieron un día perdonar a su madre, que viajaron nuevamente a la Ciudad de la Tierra, y que todos se abrazaron y lloraron de felicidad, pero esos hechos nunca sucedieron. Los hermanos se escribían y visitaban constantemente, de hecho no eran capaces de estar mucho tiempo alejados. Muchas veces conversaron acerca del último encuentro con su madre y ambos estaban de acuerdo en la sabiduría de sus palabras y de sus actos; sin embargo, los corazones no saben muchas veces escuchar estas razones y ellos nunca pudieron olvidar lo que se siente ser abandonados en una canasta. Quizá los corazones tengan mejor memoria que los cerebros y puedan incluso recordar nuestros primeros días en este mundo.

Jota

Texto agregado el 27-10-2006, y leído por 314 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
15-11-2006 ¿Me retaste a leer esto?, entonces gracias, no sabes lo que lo he disfrutado, yo se que no necesitas mas votos, pero va el mío con mucho cariño.***** clavelrojo
10-11-2006 Bueno! Se trata de un relato corto nuy intenso y lleno de lecciones de ética y moral, pero sobre todo muy liberal; ya que acepta y suprime al prostíbulo como tabu de la sociedad para reconvertirlo en pilar de las delicias y la felicidad que solo puede hallar una mujer excelsamente bella. ¿Acaso las bellísimas han de ser todas prostitutas? La realidad nos dice que muchas sí lo son pero, en el mundo hay de todo claro y el teorema no es tan cierto. Y... ¿qué de hay de los feos? ¡Oh! Ésos lo tienen más crudo me parece a mí. Sobre todo si son como el "Hombre Elefante." Claro que aquí también nos das toda una clase de moral explicándonos de forma intercalada y preciosista que no todo se reduce a la vista; es decir, a "mirar" el físico de las personas, ya que su verdadera belleza está en su interior, en su espirítu, digamos. Encuentro paradójico el concepto del feo y la bella y me recuerda al mítico cuento de la bella y la bestia, pero en tu texto narrado de una forma especial y diferente y dirigido por una senda que nos muestra sus efectos de cara a una sociedad ultrajante, y en la que solo son aceptados con pelna benevolencia los seres que entran dentro de los parámetros y esquemas más vulgares e insuslsos. En resumen; pintoresco retrato de una sociedad que a veces uno cree medieval y de pronto descubre actual:pues hay ordenadores y objetos de la actualidad. Y un final feliz en el que por fortuna, claro que en lugares apartados de los grandes núcleos urbanísticos y fundacionales, hay lugar para estos seres... ¿sobresalientes,horribles, excelsos o tan sólo piezas de difícil encaje en nuestra sociedad estigmatizada por los tabues y la idiotez? Felicitaciones y un saludo.***** josef
04-11-2006 realmente buena la historia y la forma de contarlo. Los tiempos impecables y la lógica de la historia no deja nada al azar. Definitivamente eres un exelente cuenta cuentos. patra
03-11-2006 asombroso!!!! atrapante!!!!!!! manejado coin un gran profesionalismo y si se hubiese extendido seguiría leyendo con el mismo interés que el principio mari-posa
30-10-2006 Fue realmente agradable haber leído este cuento, Jota, me gustó mucho, tiene un mensaje hermoso, fue llevadero, me encariñé con los personajes, sufrí con ellos y me emocioné. Precioso. chantal-deveraux
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