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Cuando el guerrero dio la orden de abrir las puertas, nadie se atrevió a contradecirle, o tan siquiera a preguntar sus motivos. Las lagrimas secas que bañaban su rostro eran suficiente testigo de la tragedia ocurrida. Así que los dos guardias tiraron de la pesada mole de metal y el negro paisaje apareció poco a poco. Era de día, pero un nube de perpetua niebla grisácea ocultaba la luz del sol. Mas allá de la enorme muralla se hallaba una pendiente que descendía hasta el río Aegis, repleta de afiladas rocas desposeídas de cualquier vida, entre las que afloraban los huesos de los horrores que la habían asaltado,

El Aegis era un río que apenas merecía ese nombre por su caudal, sin embargo por el las gélidas aguas corrían rápidas, y arrastraban a una muerte segura contra sus afiladas orillas a cualquier que cayese. Sobre el río se alzaba El Puente, una afloración de roca natural que era una de las pocas formas seguras de cruzar el río. Aunque llamar natural a aquel perfecto arco de piedra negra colocado justo en las márgenes del río era poco creíble, lo cierto es que la propia piedra parecía surgir del suelo y estar profundamente enraizada en el. Cuantas veces habían tratado de derribarlo o de dañarlo por los mas diversos medios, el punte había resistido estoicamente. Y cada vez que se intentaba construir algo junto a el, la propia tierra parecía tragarse los cimientos y las edificaciones se derrumbaban. El Puente estaba demasiado cerca de las Tierras de la Niebla como para poder construir allí.

Mas allá del puente, la niebla lo ocultaba todo. Pocos eran los que habían cruzado al otro lado y habían regresado indemnes de cuerpo y mente. Aquella era la tierra del mal, de los horrores de pesadilla que acechaban a los soldados de la muralla. Cada uno de los testigos la definía de un forma diferente, para unos era una llanura volcánica, para otros un inmenso lodazal. En estos días, ya a nadie importaba lo que hubiera al otro lado, si no tan solo que sus habitantes no atravesasen la muralla.

El capitán Torak respiro profundamente antes de atravesar el portón de la muralla. Acarició el pomo de su espada, esperando que ese gesto mil veces repetido le transmitiese algo de calma, pero su espada tan solo le transmitió el frío del acero. Poco importaba ya. Se colocó su yelmo y lentamente pero con paso decidido fue descendiendo la pendiente. Desde la muralla ya era una multitud los que lo miraban.

- ¡Cerrad las puertas!- Dijo con una voz acostumbrada a dar ordenes en combate- ¡Cerradlas!

Los dos jóvenes soldados, sin comprender, o sin querer comprender, empujaron las dos pesadas hojas de metal, que se cerraron emitiendo un profundo sonido metálico. El capitán continuó hasta la base del delicado arco de piedra negra. Desenfundado su espada, puso un pie sobre la superficie pulida, y dio un paso adelante. Continuó hasta la mitad del arco, beso el símbolo sagrado que colgaba de su cuello y luego se llevo su cuerno a la boca y lo hizo sonar, lanzando un desafío a la pesada niebla.

- ¡Soy Torak Nethaniel, capitán de la tercera compañía, campeón de su majestad! ¡Yo os reclamo a vosotros y a vuestro cobarde amo! ¡Venid a mi y os daré la muerte que merecéis en nombre de nuestro Señor!

Durante un tiempo pareció no suceder nada, pero al poco un murmullo se fue apoderando de la zona. Un murmullo que se hizo cada vez mas fuerte hasta que, de pronto, unas criaturas horrendas surgieron de entre la niebla preparadas para acabar con aquel que osaba invadir sus terrenos. Torak tomo de nuevo aire y echó un ultimo vistazo a la muralla que quedaba atrás. Luego se lanzó contra sus enemigos con la espada en alto, dispuesto a llevarse cuantos pudiera consigo.


- ¡No es cierto! ¡No lo es! Maldito... deja tus mentiras y enfréntate a mi.. enfréntate a mi...- Sus piernas, incapaces de sostenerlo por mas tiempo, cedieron, haciéndole apoyar sus manos en el fangoso terreno negro y pestilente.

¿Cómo había llegado a esta situación? ¿Cómo era posible? Debería estar muerto, debería estarlo. Sin embargo ninguna de las criaturas que aquel día se enfrentaron a él en El Puente eran rivales para su espada. Pero no cabía la posibilidad de dar marcha atrás, no tras haber perdido su honor. ¿Cuántos habían muerto por su error? Demasiados para cargar sus cadáveres a su espalda. Así que se había internado en la niebla dispuesto a matar y morir.

¿Cuánto tiempo llevaba vagando sin rumbo en aquel lugar maldito? No podía decirlo. No había comido ni bebido nada en todo este tiempo, pero seguía vivo. Estaba seguro de que tenían que haber pasado ya muchos días y muchas noches. Debería estar muerto, debería estarlo.

¿Cuántas horrores había cercenado? No importaba, pues siempre encontraba mas entre el cambiante terreno... llanuras de ceniza y huesos, pantanos hediondos, parajes helados... ¿cómo podía haberlos recorrido todos? Le dolía todo el cuerpo, por los centenares de golpes y pequeños cortes que lo adornaban, pero seguía adelante.

Pero lo peor no era el dolor de su cuerpo, si no lo que su mente había visto. El dolor de su esposa tras su muerte, su soledad y desgracia, la muerte de su hijo... de su único hijo ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Lo había abandonado todo para limpiar su vergüenza, para limpiar su pecado, y tan solo había cometido otro mucho peor. Si tan solo pudiera abandonar aquel infierno...

Y ahora las visiones le mostraban a su esposa compartiendo lecho con el príncipe, quien le había encomendado aquella peligrosa misión que acabó con todos los hombres a su cargo muertos. Y también le mostraba a quienes habían urdido la trampa que pretendía llevarlo a la muerte, a el y a todos su hombres. No podía ser cierto, no podía serlo.

Su boca escupió una masa sanguinolenta Torak calló al suelo, sin fuerzas ni esperanzas para hacer nada. Con un gran esfuerzo se dio la vuelta y asió el símbolo que colgaba de su cuello, brillante como el primer día. Trataba de recordar alguna oración, pero en este tiempo las había ido olvidando todas, una por una, como si alguien se las fuese robando poco a poco.

-¡Dios!- fue todo cuanto acertó a pronunciar- dios...

Cuatro figuras aparecieron de entre las sombras a escasos metros de el. Sus instintos lograron que su derrotado cuerpo se pusiese en pie y asiera la espada rota y mellada. Una sonrisa demente afloro a sus labios.

- Por fin... muestras... tu cara. He venido a acabar contigo- dicho esto Torak se lanzo contra aquellas figuras.


Una luz. Vislumbraba una luz lejana. ¿Podrían ser las antorchas que marcaban la posición de la muralla? ¿O sería otro engaño mas?. Trato de continuar avanzando, pero sus pies no le respondían. Aún así siguió adelante, trastabillando, luego a gatas y finalmente arrastrándose hacia lo que, ahora sí, se distinguía claramente como la muralla. Con un inmenso dolor logro arrastrarse hasta la mitad de El Puente, y allí desfalleció. Completamente cubierto de sangra, suya y de sus enemigos, de cieno y cenizas, con su armadura reducida a chatarra y su ropa hecha jirones, Torak quedó tendido en El Puente, sobre las gélidas aguas del Aegis. Cuando su mano quedo sin fuerzas, el símbolo sagrado que aferraba se deslizo de sus dedos y la corriente lo arrastró.



Ambos soldados se miraban ceñudamente. Les habían encargado vigilar a aquel hombre, que yacía ahora inconsciente sobre una cama. Nada especial si un fuera porque aquel hombre era el capitán Torak, al que ellos mismos habían visto sumergirse en un mar de bestias sin nombre. Y ahora, diez años después, había regresado.

Nadie había permanecido tanto tiempo en las Tierras de la Niebla. Nadie podría haberlo hecho salvo él. Sin embargo su cuerpo mostraba el terrible precio a pagar: las cicatrices cubrían toda su piel, a excepción de su cara, envejecida como si hubiesen pasado siglos. Aquel pelo absolutamente blanco hacía todavía mas inquietante su aspecto.

- ¿Te acuerdas, Gurn? ¿Recuerdas el día en que lo vimos salir?
- Pues claro que lo recuerdo. ¿Cómo habrá podido sobrevivir todo este tiempo?
- Ya antes de llegar aquí había oído hablar de él, pero esto...
- ¿Y que ocurrirá ahora? ¿Cómo crees que reaccionará lady Marie?- En el interior de Torak algo se revolvió al oír aquel nombre- ¿Y que dirá el príncipe Svenson?- Los ojos del envejecido capitán se abrieron de par en par, aunque los distraídos guardias no se percataron- ¿Qué ocurrirá con su matrimonio?

Como un relámpago, Torak se puso en pie. Su brazo aferró el cuello de uno de los soldados y, con una fuerza impensable para un cuerpo tan deteriorado como el suyo, lo arrojó contra una pared. Un instante después atravesaba al otro guardia con su propia espada. Se ciñó su vieja armadura, que colgaba en un rincón de la habitación, y esta se retorció sobre su cuerpo, formando extraños dibujos y cubriendo los huecos que el deterioro había creado. La espada en su mano se transformó en una hoja de absoluta oscuridad, y su cara adoptó una mueca cruel.

Salió de la enfermería, y dio muerte a cuantos se cruzaron en su camino. Alcanzó las puertas de la muralla y, poseído por una fuerza inhumana, las destrabo y las abrió sin dificultad. Tomando un cuerno de un cadáver, lo hizo sonar, lanzando su desafío al viento, seguro de que el propio Svenson podría oírlo por muy lejos que estuviera.

Una horda de criaturas infernales cruzaban el Aegis por El Puente, y se colaban por las puertas abiertas, llevando la muerte al interior de la muralla. El fuego y la sangre salpicaban cada rincón. Mientras tanto, Torak el Enviado de los Cuatro sonreía sobre la puerta, en lo alto de la muralla, al igual que sonreían sus cuatro amos. Pero todo aquello poco importaba, era el momento de la venganza.

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Inspirado en "Buscando una luz", de Warcry

Texto agregado el 27-10-2006, y leído por 119 visitantes. (0 votos)


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