Armas: disfrazadas de miradas, de palabras, de sermones, de contratos, de golpecitos en la espalda, de sonrisas pensativas, de canciones suaves, de platos de comida, de choques de manos, de pasajes gratuitos, de minutos de sexo, de besos en el portón o en donde sea, de hogares...
son armas que te permiten seguir vivo; se despiertan antes de que suene tu alarma del celular para poder llegar a tiempo allá, ¡donde debes ir!; miran con cuantas cucharadas te tomas el café, se fijan en la marca de tu desodorante, te ven caminar hasta el paradero de bus. Cuando a la noche vuelves y mientras compras la leche, cuando sacas la basura, donde paseas al perro, los ves, nunca se van, siempre han estado ahi, y no parecen tener intenciones de marcharse; por lo tanto, yo he optado por sentarme a observar con ellos, a entender que entienden, a digerir con su crítica, a comer en su mesa, a pintarme la piel de colores y a dejar mi mente en blanco.
Todo es una gran mentira, no?
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