Ojos
Hay ciertos momentos en la vida de cada uno que producen quiebres, momentos que parecen chispazos dentro de tu mente y que te obligan a plantearte las cosas y tu vida entera desde nuevos puntos de vista. No sé qué produce esos momentos. Es quizá la combinación exacta de estímulos externos con experiencias y vivencias internas, más algún elemento catalizador. Todo esto junto produce una mezcla explosiva de la que no podemos escapar. Una bomba de cambio que no podemos desactivar y que luego de explotar, nunca más podremos olvidar.
Hace algunos años me ocurrió uno de estos momentos. Todavía siento la explosión de esa bomba cada vez que lo recuerdo, y siento pánico de sólo pensar qué hubiese sucedido con mi vida de no haberse mezclado las cantidades exactas de elementos, o si hubiese faltado el catalizador que me ha traído adonde ahora estoy.
Todo comenzó una tarde lluviosa y muy fría. Como solía hacerlo, abandoné mi lugar de trabajo y me dirigí a almorzar al local de siempre, en donde el ambiente ya era familiar. Mientras esperaba que trajeran mi comida acostumbraba a jugar un juego de observación que me ayudaba a matar el tiempo de una manera entretenida. Jugaba a observar los ojos de las personas que llegaban al mismo local y trataba de descubrir sus experiencias, sus emociones y sus sentimientos.
¿Cuánto de nuestro yo pueden expresar nuestros ojos? ¿Son realmente vitrinas trasparentes hacia nuestro interior? Nunca comprobé mis deducciones con los seres observados, por lo que no puedo darles una respuesta. Sólo sé que al menos yo creía (y aún lo creo) que lo que observaba era la verdad, una verdad tan personal del ser observado, que probablemente él mismo nunca llegaría a conocer como yo.
Mi mesa preferida del local estaba ubicada al lado derecho, pegada a la pared, de tal forma que la puerta de acceso quedaba a mis espaldas y la entrada a la cocina quedaba al frente. Al lado de la puerta hacia la cocina, y directamente al frente de mi mesa, se encontraba una barra tipo bar, atendida por una joven de ojos profundos.
Las primeras víctimas de mi juego aparecieron desde atrás a mi izquierda. Se sentaron en una mesa a unos seis pasos directamente a mi izquierda. Me acomodé con mi espalda apoyada en la pared para poder concentrarme en los ojos que aparecían. Los ojos estaban en la cara de un hombre de unos cincuenta años y en una mujer más joven, de unos treinta. Mi primera impresión, como es natural en estos casos, fue la de un adulterio, el jefe sale con su secretaria a comer a un lugar pequeño en donde nadie lo conoce. Una vez que me logré concentrar en los ojos de él, esta impresión desapareció casi inmediatamente. Los ojos de este hombre mostraban tranquilidad, cosa poco normal en una situación como la que originalmente presumí.
Seguí escudriñando los cuatro ojos por unos minutos hasta que encontré amor de verdad en todos ellos. Sus cuatro manos estaban tomadas, sus ojos se miraban. Me sentí casi un intruso interrumpiendo las miradas que entre ellos serpenteaban. Yo tenía interceptadas sus miradas y podía casi escuchar lo que se trasmitían el uno al otro. Los cuatro ojos pertenecían casi a un mismo ser. Ellos eran capaces de sentir las experiencias del otro, de vivir su lugar. Eso era amor verdadero, un amor como nunca yo había visto en mi vida ni menos aún sentido. Sentí una profunda envidia por esa pareja. Sentí ganas de llorar, de no levantarme más de mi asiento. Me sentí desposeído, el ser más pobre de este planeta.
Para aliviarme comencé a girar lentamente mi cabeza hacia la derecha hasta que mis ojos encontraron a un hombre delgado, de unos cuarenta años, sentado con las piernas cruzadas, tomando un café, fumando un cigarrillo y leyendo el periódico de la tarde. En este juego tengo bastante experiencia y cuando uno observa a un hombre leyendo el periódico, lo normal es ver en sus ojos las emociones que van causando las noticias o artículos que está leyendo en cada momento. Este caso era diferente. Ese hombre estaba leyendo casi sin leer, estaba usando el periódico como una excusa para dedicarse a pensar en sí mismo, sin tener que rendirse cuentas por hacerlo.
Sus ojos expresaban un nerviosismo extremo. Ese hombre tenía serios problemas, estaba a punto del colapso nervioso. Sus ojos tenían el color de la nicotina y el café, seguramente sus mejores compañeros de los últimos días. De pronto sus ojos mostraron una luz de esperanza. Se detuvo en algún artículo del periódico, lo marcó con un lápiz y digitó un número en su teléfono móvil. Ahí lo entendí, el hombre estaba buscando un nuevo empleo. La expresión anterior era de desesperación a causa de su actual empleo y el estaba buscando en el periódico alguna otra posibilidad. Terminó la llamada telefónica y la expresión de sus ojos mostró satisfacción e incluso tranquilidad, esa llamada lo dejó relajado. Incluso pidió un pastel, se lo comió rápidamente y salió del local tarareando una canción alegre.
Ese hombre tuvo la valentía necesaria para atreverse a abandonar el trabajo que le estaba provocando daños a su salud mental y física. El destino le ayudó y, al parecer, encontró algo que sí le satisfacía. Me sentí feliz por él pero, al mismo tiempo, volví a sentir una gran envidia. Yo era joven pero ya llevaba algunos años trabajando en el mismo empleo, mis tareas eran de oficina y rutinarias, a pesar que desde siempre soñé con trabajar al aire libre y ser independiente, nunca me había atrevido a hacerlo. Sentí envidia de la valentía de un hombre que sí se atrevía a seguir a sus deseos.
Continué con el giro de mi cabeza hacia la derecha hasta que me tope con la joven que atendía el bar. Era extraño pero esa fue la primera vez que apliqué mi juego con ella, a pesar de estar trabajando en el lugar desde hacía un par de meses. Tenía los ojos profundos y multicolores típicos de los artistas. La mujer no era tan joven como para parecer universitaria ni tan vieja como para dejar de llamarla joven. Su apariencia física le permitía mezclarse entre los clientes y pasar casi desapercibida, no es que le faltara belleza, es sólo que ésta no le sobraba en ninguna parte especial de su cuerpo. Bueno, quizá si le sobraba en sus ojos, pero sólo un observador experto como yo podía darse cuenta de ello.
Esos ojos eran una ventana abierta de par en par hacia una mente abierta de par en par. Me sumergí por algunos minutos dentro de ese mar de colores, formas, sonidos, palabras, y todos los elementos de la paleta de un artista y que ellos tienen a su disposición para crear y vivir en sus obras de arte. Su vida, sus experiencias y sus ojos parecían una obra de arte que cambiaba con cada segundo que pasaba. Ella atendía al público, preparaba tragos y los servía a los clientes de una manera casi superior, pero que extrañamente parecía inferior para aquellos que no sabían observar esos ojos. Tomaba su trabajo como parte de su continua creación de obras. La forma en que se movía, la manera de tomar los vasos e incluso de limpiar la barra mostraban aquello que yo veía en sus ojos y que estaba oculto al resto de la gente.
Siempre creí que todas las personas tenemos algo de artistas, es decir, que todos somos artistas en potencia, pero que sólo algunos se atreven a hacer de su arte una parte de su vida, de sus experiencias cotidianas, aquellas experiencias que vivimos día a día y que van formando nuestro yo. Yo nunca me había atrevido a hacer eso, a liberar mis capacidades artísticas para que fueran formando un yo distinto, un yo más artista, un yo más femenino. Otra vez sentí envidia, ahora de la libertad que esa mujer expresaba a través de sus ojos.
Continué girando mi cabeza hacia la derecha y vi un hombre joven de ojos tristes. Intenté entrar a las profundidades de esos ojos, pero no pude. Quizá no había profundidad en ellos o quizá la puerta a sus profundidades estaba cerrada en ese momento, o quizá nunca fue abierta. Sus ojos demostraban una profunda depresión, de esas que no son causadas por un hecho en particular, sino que se van formando por el paso de varios años de inconformidad. Ese tipo de depresiones son las más difíciles de detectar, ya que pasan a ser parte de las personas y no son una excepción a su sentir habitual. Esas depresiones además son las más difíciles de sanar, ya que requieren un cambio radical del yo del que forman parte. ¿Es posible cambiar los diferentes yo sin cambiar a las personas? No, no es posible, pero no importa. Nosotros cambiamos con cada segundo que pasa, las nuevas experiencias nos hacen ser otros en cada momento, lo que nos une en este continuo cambio, y que nos da la ilusión de seguir siendo nosotros mismos, es sólo la memoria. ¿Qué le pasaba a ese hombre joven que no se atrevía a cambiar su yo para salir de ese estado de costumbrismo inconforme en el que se encontraba sumido por un tiempo tan largo? Sus ojos no mostraban el miedo o la desesperación que deberían haber estado ahí si su situación hubiese sido obligada, forzada por alguna condición externa. La única respuesta posible era que ese joven era un cobarde, que le faltaba la valentía para hacer cambiar sus experiencias, y con ellas ir formando un nuevo yo, un yo que aplastara ese estado depresivo constante que lo había acompañado por demasiado tiempo. Los medios están siempre a disposición, sólo falta el atreverse a usarlos, y, en ese momento, el joven se percató de ello y se decidió a cambiar su vida.
Si son lo suficientemente observadores como yo, ya se habrán percatado de los hechos. Hace algunos momentos les comenté que la barra atendida por la joven estaba justo al frente de mi mesa y que a mi derecha estaba la pared. Recuerden además que después de sumergirme en los ojos de la joven, seguí girando mi cabeza a la derecha. Así es, el hombre joven al que me refiero era yo mismo, viéndome reflejado en un espejo colgado en la pared. Por supuesto que en ese momento me di cuenta que era yo mismo, pero decidí por primera vez atreverme a jugar el juego con mis propios ojos, y siendo tan frío como lo era con el resto de las personas. Creo que las conclusiones que obtuve después de haber aplicado el juego con la joven de la barra me dieron en ese momento el coraje para haberme atrevido a observar mis ojos de forma tan crítica.
En ese momento decidí cambiar mi vida. No se puede cambiar el pasado, pero sí se puede uno atrever a hacer las cosas que le dan miedo para ir acumulando nuevas experiencias, para ir formando un nuevo yo, un yo que nos guste, un yo más acorde a nuestros sueños. Me levanté de mi mesa y me dirigí con decisión hacia la barra en donde se encontraba la joven de los ojos multicolores. La mire fijamente a los ojos y le dije:
“Señorita artista, decidí hace algunos minutos cambiar mi vida, y realmente deseo que tú seas parte de mi nueva vida, de mi nuevo yo. Estoy dispuesto a ser parte de ti, desde tus ojos hasta tu corazón. Necesito ayuda y lo que he visto en tu mente es lo mejor que podría pasarme. Por favor libérame de mis miedos, impúlsame a atreverme a cumplir mis sueños, y créeme cuando te digo que son también los tuyos, y que quiero que los vivamos como uno.”
Sólo un artista podría haber tomado esas palabras en serio. Desde ese momento, y ya por largos años, ella ha estado a mi lado y yo he estado a su lado. Cuando nos miramos somos uno, una experiencia común que va formado un yo común.
Ahora, cuando me miro al espejo, veo una gran satisfacción a través de unos ojos profundos que me llevan dentro de una mente abierta y, desde allí, hacia un corazón feliz.
Jota |