Él la esperaba. La había imaginado tantas veces entre sudores fríos y espalda mojada. Desde que entró en esa celda, luego de haber recorrido otros lugares, sabía que vendría por él. Esperándola, olvidó el dormir.
No le dolían tanto los golpes como la aberración de que otros seres humanos lo flagelaran. Trataba de ahuyentar el espanto recordando cosas simples, cosas grandes, como cuando él y su mujer querían cambiar el mundo. Les parecía tan fácil en aquel entonces. En ese sueño entregaron tiempo de adolescencia, tiempo de adultez.
Y esos pasos…esos pasos que no cesan…Y ese miedo, ese miedo que cala hasta los huesos…Y lo obligan a acurrucarse, cuando él quisiera permanecer erguido. Escucha cerrojos que se abren uno a uno. Pasos de botas, exagerando el peso. Comprende, que ahora, ella viene por él. Se levanta y cuando abren su puerta, lo sacan de un empujón. Ve a los otros que vienen detrás y siente una mano en su hombro derecho. Caminan en hilera por el pasillo que termina en el patio de cemento.
Antes de la descarga, alcanza a leer en uno de sus muros, “la esperanza es la última flor de mi jardín” .Y sonríe.