Ella se preguntaba si estaba mal querer que soñaras con ella. Me lo decía con una sonrisa, como si le diera pena o como si fuera algo tonto en verdad. A mí era al que le daba pena; me quedaba sin palabras ante dicha demostración de honestidad escondida en juegos de niña. Era todavía pura, con un rostro de colegiala y un cabello desatado como fiera en celo. Me daba pena porque tú preferías drogarte los viernes, reír con los cuates, ligar a muchachas de bustos prominentes y olvidarte por completo de ella. Como si no lo supiera, como si yo no hubiera estado allí contigo.
Yo le decía que se concentrará en la escuela, que disfrutará de actividades extracurriculares, que empezara a apreciar las notas de la música, que viera la vida dentro de arbustos y aves del paraíso. Entre palabras ocultas realmente quería decirle que se alejara de ti, que eras un parásito, que estaba mejor sin ti. Ya no quería ni escuchar lo que me respondía, asentía con la cabeza y sonreía irónicamente para mis adentros. De repente su inocencia se me hacía estúpida, vulnerable, sensible, desastrosa, incoherente. Es que sabes, el amor es incoherente. Se me hacía una farsa que sintiera aquellas cosas por ti, pero creo que hubiera matado porque sintiera una mínima pizca de esa pasión por mí.

Cada vez que la dejo de ver, me sumerjo en una botella de Azteca de Oro. Me ahogo y cuento chistes vulgares de animalitos en la selva y cojones del tamaño de una pera. Me asfixio entre risas secas y me empiezo a sentir vacío y tronado. Entonces saco los expedientes de mis pacientes más dañados y me subo la autoestima pensando que yo no estoy tan mal como ellos. Realmente hay gente con problemas en esta vida, pero se trata de adaptación más que nada. Si la señora de metro ochenta aceptara mamar a su esposo, no tendría peleas maritales sobre el costo de las naranjas en el súper. Si la morenita de ojos verdes se protegiera sexualmente, empezaría a dormir mejor por las noches. Si el puberto granoso se diera tiempo de crecer, aprendería que las niñas saben usar plástico. Si la pareja Armani le dedicara una sola hora a su hijito, quizá él dejaría de dibujar suicidas colgados del techo. Fórmulas sencillas.

Es curioso, cuando empiezo a pensar en Freud, me vienen imágenes de lesbianas rubias y grandes tocándose en moteles baratos. Ahí es cuando me doy cuenta que necesito otra dosis de Azteca.

Andreíta viene a verme cuando la desprecias tú y yo, hipócritamente, la abrazo y le digo que vendrán mejores épocas. Cuando siento su corazón latiendo contra el mío, me dan ganas de desgarrarle la ropa y hacerle el amor ferozmente. En lugar de eso, le doy mis frases compradas del libro de psicología (siendo una mejor persona, año del mañana), y pretendo escucharla mientras pienso que la dotación de Azteca está escasa últimamente. Ha de ser tu culpa. Si cuidaras a tu novia, yo no tendría que tomar tanto. Si le invitaras un café en lugar de comprarte otra de esas líneas baratas que tomas, yo tendría más dinero. Si te acordarás de cumpleaños y aniversarios, finalmente tendría tiempo de buscarme una mujer, una de verdad, y cogérmela.
Andrea llora a veces y mi primera reacción vuelve a ser pena; luego me dan ganas de darle una cachetada fuerte y decirle que despierte. ¡Si eres un patán! Ni yo me fijaría en ti si fuera mujer. Pero ese ya es otro tema. Yo me pregunto cuando vendrá alguien a decirme que habrá mejores épocas.

La desgracia de la tonta, la suerte de un rostro bonito, enserio, no se la deseo a nadie.