Imágenes que no termino de comprender sus razones y, sin embargo, disfruto cual niño frente a su primer caricatura. Imágenes que van y vienen entre las montañas nubladas en las que se ha convertido aquel baúl de recuerdos antaño ordenado. Imágenes que no salen de la nada, sino que han estado dando vueltas ahí desde hace semanas, pero que no me daba el tiempo de ponerles atención; que me reclaman por el abandono y por ponerles de pretexto el olvido. Ocupado, preocupado, desocupado, semiocupado. ¿Cuantas veces podemos jugar a no saber? ¿Cuántas veces podemos ignorar lo que, con tanta insistencia busca permear el insondable y estúpido escudo del tiempo? ¿Cuantas veces hemos perdido vuelos con destino a los recuerdos y vacaciones todo pagado en la playa del ayer? ¿Cuantas respuestas se encuentran detrás de un tal vez...? ¿Cuantos barcos han anclado en nuestras costas sin que hayamos sido capaces, ni por curiosidad, de caminar entre sus camarotes, subido por su proa, cantado en sus bares, pescado desde su popa, girado el timón y quizá, levar anclas como piratas en busca del tesoro perdido que oculta en sus cámaras secretas? ¿Cuantas, cuando, cuáles...?
Las imágenes hoy se arremolinan frente a mí a través del cable telefónico. Las ideas y los idilios creados en la imaginación infantil e ingenua de las utopías dantescas me hacen sonreír una vez más y descubro lo pequeño que fui pudiendo ser tan grande. En el fondo de la imagen el reloj transcurre como imagen grotesca de mis desperdicios, de mis olvidos, de mis descuidos. Frente a mí, el jugueteo de un cuerpo frágil y delgado que me tardo en reconocer como tuyo, la sonrisa y la madurez que tanto me hubiera servido en aquel momento. ¿Cuál momento era ese? ¿Que tan niños éramos? ¿Que tan niño era yo? ¿Que ha cambiado? ¿Seguimos siendo constantes y cómplices que, por un tiempo, dieron golpes fuera del camino? ¿Seguimos siendo fantasmas el uno del otro? Fantasmas... interesante definición de tu voz a través de la frialdad de un aparatejo de plástico relleno de cables de cobre que me permite jugar con las imágenes y recordar aquellas risas, los buenos riesgos, los malos momentos, y las heridas causadas por la simple estupidez de entender que los momentos llegan cuando tienen que llegar. Momento que, en las imágenes que insisten en revolotear frente a mis ojos perdidos, insistía en creer que era aquel segundo exacto. ¿Es este un reencuentro de fantasmas en el momento preciso? ¿Es tu voz en el otro lado de la bocina un momento exacto en un segundo exacto? No se, y no me interesa imaginar la respuesta. ¿Existe en realidad un momento? ¿Somos fantasmas? ¿Fantas...mas...? ¿Es un simple juego de las manecillas universales ponernos en la boca la palabra fantasma, cuyo origen estriba en la palabra fantasía? ¿Fantasía? ¿Fantas...ía? ¿Es esto un pasado que, de pronto, aparece como pirueta de una obra de teatro preparada desde hace tanto? ¿Hay respuesta? ¿Hay preguntas? ¿Hay?
Fantasmas... me gusta la palabra. Es un buen presagio para alguien que sigue pensando en la luna llena como parte intrínseca de él. Es un buena realidad para alguien que no ha querido abandonar el infinito de las fantasías que, como ceniza de ave fénix, siempre realimenta lo que ha de surgir para no dejarme ser un peregrino cualquiera. Sí. Sí somos fantasmas el uno del otro. ¿Materializarnos? ¿Exorcizarnos? ¿Platicarnos? O, quizá más interesante y trascendente, ¿atravesar las paredes en las noches y viajar hasta donde nuestro plasma nos permita?
Lo bueno de ser fantasmas es que hemos estado vigilándonos, a veces sin darnos cuenta. Y apareciéndonos (a veces como simples fantasmas de cuento, otras como fantasmas místicos milenarios) frente a nosotros una vez, después de tanto tiempo para decirnos simplemente, hola... te he estado vigilando...
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