Fue una mañana-tarde en blanco y verde donde nuestro tablero fue una cama, donde quedamos, vos conmigo y yo con vos, en un perfecto final de peones donde ninguno podía ni debía resultar en vencedor, nadie pudo coronarse más allá de lo logrado en ese intento de alcanzar los dos el mismo punto.

Te miré la guardia puesta con tus ganas y el disimulo, con la música de fondo y el frío profundo que nos unio, dolor de manos y espalda planeando la apertura, la estrategia vencedora, el gambito indicado para jugar entre dos.

Una apertura extraña de caballos y alfiles presurosos, torres y dedos llenos de dolor por el intercambio, mordidas sobre los peones que perecieron, un juego medio intenso y lleno de arrebato, sudor y embates agresivos.

La esperada victoria parcial que llegó para ambos y al final, hemos quedado tablas, en un perfecto final de peones donde ninguno se debe mas nada, hasta que decidamos que esto debe resolverse en un nuevo match.