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Ella siempre con ese andar cansino, se desplaza por la habitación viendo que todo esté en orden.
La elogiaban siempre por la delicadeza con la que desarrollaba su trabajo. "Una obra de arte", decían algunos, otros simplemente observaban asombrados el esmero con que lograba engalanar todo lo que hacía. También estaban aquellos que la tildaban de ridícula, demente, hasta perversa, pero ella hacía caso omiso a las habladurías, se limitaba a concretar la tarea. En realidad, ella no la asumía así, para ella era más que un trabajo o profesión. Sencillamente una pasión.
Ursula, así se llamaba, era una mujer de porte poderoso, con su 1,93 y sus 115-80-120 no pasaba desapercibida, más aún cuando por alguna razón esgrimía palabra. Su voz era áspera, grave, algo tétrica y ni qué hablar de la risa.
En las noches, mientras realizaba SUS LABORES, que en general eran nocturnas, le fascinaba cantar y más si estaba acompañada por varios de sus "clientes" a la espera de ser atendidos.
Esos ojos verdes, enormes, no brillaban, algo oscuro se asomaba en la profundidad de la mirada. El pelo negro natural, sutilmente marcado, los labios adornados de un rojo fuego al igual que las uñas de las manos daban un toque muy de ella, muy a lo Ursula.
Su profesión era todo, se abocaba incondicionalmente con una pasión que algunos no comprendían, y hasta admiraban, pero nunca se lo decían.
Es que no era fácil hablarle. Nadie sabía mucho de ella, es más, siempre fue reacia a contar algo que tuviera que ver con su privacidad, solamente se sabía que el padre había sido un gran médico de quien heredó su pasión.
Era como que todo su mundo se limitaba a esa sala de trabajo en la que pasaba más tiempo del que correspondía. En realidad, ese era su hogar.
Alguna vez recuerdo que en una celebración, todos comenzamos a decir cosas relacionadas con a la vida de cada uno, Ursula en cambio, sólo hablaba de los "clientes" que había atendido ese día y de las diferentes tareas que realizó en ellos. En su relato se podía visualizar la pasión casi enfermiza que la poseía.


Lo más importante es que todo esté en su lugar. Cada herramienta debe estar acomodada para evitar equivocaciones. Soy una mujer que no se permite falla.
De mi desempeño dependen muchas cosas. En esta profesión, el menor descuido puede llegar a ser irreparable. Por ese motivo soy así. Un ejemplo de ello es que jamás utilizo las agujas atraumáticas que me suministran aquí, son de mala calidad y desmerecen mi trabajo, así que las compro yo. Cada triótomo (recipiente en donde coloco los órganos) está perfectamente etiquetado, y cada etiqueta la escribo yo misma, de puño y letra, utilizando lo que aprendí en mis clases de caligrafía, el taco de parafina lo guardo en un estuche de alpaca que hice hacer específicamente.
Sé que muchos se burlan de mis excentricidades, pero me tiene muy sin cuidado, yo soy así y no pienso cambiar absolutamente nada, sé positivamente que en mi trabajo soy la mejor y eso representa que me tengan envidia y celos, pienso que mi éxito se debe a que pongo AMOR en mis tareas y trato a mis clientes como si fueran únicos, en realidad cada uno de ellos lo es, por lo menos para mí. Me encanta recibirlos con flores, todo ordenado, y con algún detalle especial, siempre ambiento el lugar de una manera particular. Recuerdo una vez, para mi cumpleaños, preparé una torta para compartirla con ellos. Aunque esa noche éramos pocos, la pasé de maravillas.
Sé que muchos se preguntan por qué tanto preparativos y esmero, pero es simplemente porque ellos son los únicos que siempre me dedican tiempo, me escuchan y hasta puedo sentir que, de alguna manera, me quieren.

Pero cierto día algo cambió, llegó al lugar un asistente para ella. Como se imaginaran Ursula se sintió en un principio, invadida, no le gustaba el hecho de verse observada, estudiada por un extraño.
Uriel, así se llamaba el joven, poco a poco, fue ganándose la confianza de Ursula. El muchacho poseía una personalidad muy particular. Con ella y con su empeño por aprender, consiguió conquistar a esta mujer. Cada día se los podía ver más unidos y ensimismados en su mundo, porque sí, ellos habían creado un mundo propio, o en realidad él consiguió que ella lo introdujera en el suyo. Ya no sólo en el horario laboral, sus momentos eran interminables y se los podía ver abstraídos el uno con el otro. Todos murmuraban sobre aquella "parejita" - como se los llamaba. Ursula era otra, se la podía ver distinta, contenta, con una luz en los ojos como nunca antes.
No se puede decir que ella en alguna ocasión fuera descortés, si algo la caracterizaba era la amabilidad con que nos trataba a todos, pero siempre manteniendo una distancia. No permitía que nadie llegara más allá. En cambio, ahora daba la sensación de que uno podía más que solo saludarla. Recuerdo que en uno de nuestros cruces me atreví a preguntarle algo de ella, ya no recuerdo qué, pero sí, no olvido qué me respondió y me extrañó.
Fue una época maravillosa para ella. Se notó. Pero algo sucedió que lo cambió todo de golpe.
Una tarde, en la que se encontraban los dos muy compenetrados vaya uno a saber en qué, apareció una joven buscando a Uriel, algo muy común para todos. No fue así para Ursula.
Esta mujer, muy bonita ella, muy joven, habló con Uriel. Se lo vio algo perturbado por la presencia de la joven y se retiraron juntos. A partir de ese día, él cambió, pero no fue un cambio paulatino, al contrario, comenzó a cumplir al pie de la letra con su horario y se retiraba sin más.
Ya las charlas fuera de hora, los chichoneos, las cenas interminables dejaron de sucederse y Ursula comenzó a marchitarse, volvió a su otra, a su anterior personalidad.
Lo que nadie sabía, era qué pensaba ella de todo y qué cosas se le cruzaban por la cabeza. Fueron pasando los días, él cada vez más alejado. Casi ni cruzaban palabra, más que las estrictamente necesarias. Era como al principio, toda la etapa intermedia parecía como su hubiese sido un sueño, algo que jamás había pasado. Los días siguieron su curso, ya nadie recordaba nada de todo esto. Como siempre cada uno seguía con su rutina, al igual que Ursula.
No recuerdo exactamente cuánto tiempo pasó. Es increíble con qué facilidad algunas cosas pasan desapercibidas. Lo que no olvido fue el día que volvimos a ver a aquella muchacha, la causante, la culpable, como algunos la tildaron.
Llegó cerca del mediodía, se la notaba inquietamente triste. Vino hacia mí. En las manos pude ver cómo retorcía un pañuelo. Luego de algunos rodeos, me preguntó por Uriel. Ahí tomé conciencia de cuánto tiempo hacía que no lo veía, ni sabia nada de él. Me sentí culpable y lo único que atiné a decirle fue que no lo había visto hasta el momento, que mejor sería que le preguntara a Ursula. Ella le informaría. Con un evidente temor se dirigió hacia la sala de trabajo de Ursula, no sin antes darme las gracias.
Cerca de las 22:30 hrs., fui a ver a Ursula, pero noté que las puertas estaban cerradas con llave. Me llamó la atención. Golpeé pero nadie me respondió, aunque pude escuchar ciertos murmullos. Como estaba apurado, me fui y no le di mayor importancia en el momento. Al otro día me crucé con Ursula y le pregunté por Uriel. Me miró sonriente y me dijo: Estamos mejor que nunca. Esa expresión en plural me sorprendió, luego pregunté por la chica pero no contestó, siguió como si mi tiempo ya hubiera expirado. Creo que eso fue lo que despertó mi curiosidad. Por ese motivo las noches siguientes fui a la sala con cualquier excusa y siempre la puerta se encontraba bajo llave y nadie contestaba. Esto acrecentó aún más mi interés. Fue así que aquella noche no pude más y decidí esperar que ella se fuera para saber qué era lo que tan celosamente escondía.
Recuerdo que aquella noche esperé y esperé. Se podía oír la risa inconfundible de Ursula, música. Eso me intrigó más aún. Las horas pasaban y ya el cansancio del día comenzaba a ganarme, pero el interés, las ganas de saber eran más fuertes. Cuando creí que ya todo era inútil, la vi salir. El corazón parecía querer salir de mi pecho, las manos comenzaron a mojarse. Cuando la perdí de vista, corrí como un chico hacia la puerta, traté con desesperación de abrirla, pero sin suerte, eso me impacientó aún más, sabía que no podía dar marcha atrás. Intenté diferentes formas para abrir esa maldita puerta y nada. Ya creía todo perdido entonces recordé que Cipriano - el de mantenimiento – tenía copias de todas las llaves. Extasiado por mi descubrimiento corrí hacia la oficina. Por suerte él no estaba, pero sí las llaves. Las agarré y volví desesperado, ansioso porque ya mi intriga sería develada. Miré hacia todos lados por temor a que Ursula volviera. Casi temblando, comencé a probar una a una las llaves. Una nada, dos, nada, y así hasta llegar a la sexta – no me lo voy a olvidar - en mi cara se debe haber leído el placer que sentí al darme cuenta de que esa maldita puerta abría. Entré triunfante, lleno de la arrogancia de los ganadores, prendí las luces, y ahí fue cuando todo se desmoronó. Todo eso que sentía, se volvió horror, asco, un conjunto de sensaciones, que en un momento creí que el cuerpo no podría soportar. Todo como siempre, perfectamente ordenado, olía a jazmines, los había por donde mirara. Las paredes repletas de fotos de la parejita. En un rincón un sillón que antes no estaba, pero lo más espeluznante fue cuando vi la mesa, decorada con el toque de Ursula y en ella a Uriel sentado con el rostro apoyado en las manos como observando algo o a alguien. Me acerqué y le apoyé la mano en el hombro. No respondió. Con un movimiento más enérgico de la mano pedí respuesta. Ahí hice mi macabro hallazgo. Jamás respondería, él era un cuerpo inerte, un "cliente " más de Ursula. Un frío me caló los huesos, quise correr, gritar pidiendo ayuda pero nada salía de mi boca. Cuando pude despegar los pies del suelo, salí de la sala y fui al teléfono, marqué, no sé cómo, ni recuerdo lo que dije, tampoco cuándo Ursula entró, volví en mí cuando todos ya estaban ahí.
La policía fajaba el lugar. Me costó entender, creí en un momento que era un sueño, pero al ver a Ursula gritar aferrada al cadáver de Uriel, entendí que no, que todo era real y por un segundo me sentí culpable.
Algunas veces cuando salgo temprano de mi nuevo trabajo, paso a visitar a Ursula, creo que es algo de culpa. Ella permanece internada ya que la declararon insana. Cuando me ve llegar grita y avisa a las enfermeras: Llegó Uriel, mi amor, él nunca me va a abandonar, y yo la dejo, tal vez un día vuelva a ser la de antes, tal vez si supiera algo más del pasado podría ayudarla, pero esa es otra historia que algún día descubriré.

Texto agregado el 25-10-2006, y leído por 128 visitantes. (1 voto)


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