LA ROSA SIN NOMBRE
[Umberto Eco: El nombre de la rosa, (4ª. ed.), México, Representaciones Editoriales, 1985.]
"Después de todo, nada es fácil”.
Ernest Hemingway
PRÓLOGO
(Personajes principales de la novela: fray Guillermo de Baskerville y el novicio Adso de Melk)
Dominus vobiscum. Et cum spiritu tuo. Que el Señor te perdone el hecho de haber interrumpido mis oraciones en este mundo bajo; a mí, viejo franciscano recluido en este lugar de aparente castigo, donde purgo los innumerables pecados que en vida no me cuidé de evitar.
Como bien sabes, gocé de una clara inteligencia que mucho me ayudó a esclarecer no pocos entuertos y evitar no pocas injusticias en el mundo de arriba.
El caso que mejor he resuelto (y que Dios ignore la soberbia), ha sido el que se encuentra en tus famosos manuscritos, y que, estoy seguro, ahora se hallan arrumbados y olvidados, llenos del polvo del tiempo, en algún laberinto de alguna perdida abadía.
Me imagino que te estarás preguntando en qué lugar oscuro vive ahora mi inquieta alma; pues si no lo has comprendido o intuido, te diré que no es otro lugar que el mismo Infierno. Estoy “bajo esta agua donde hay una raza condenada que suspira”(1).
Como dice el dulce poeta: “No hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria”(2); sin embargo, en el Limbo, el mejor lugar creado por la imaginación del hombre, se encuentran las mentes luminosas que mientras vivieron transformaron al mundo. Estas almas no conocieron la luz del cristianismo, pero siempre fueron en busca de la verdad, quisieron “dominar la técnica que permite dominar la Naturaleza”(3); y su orgullo, como el mío, los ha condenado per omnia saecula saeculorum a soportar el capricho del que todo lo Rige.
Pero, como verás, no estoy tan apesadumbrado; a diferencia de muchos (que el Señor me perdone) me siento contento en este triste lugar, porque aquí puedo dialogar con los grandes maestros; con Homero por ejemplo, que es el jefe de esta camada de genios; con Esquilo o Sócrates, con Platón o Lucrecio, con Marco Aurelio o con otros más que no terminaría nunca de enlistar.
Pero lo más importante, lo que más me llena de gozo, es que aquí puedo conversar con ese gran maestro que un día su ciencia dominó por encima de todas las demás ciencias: con el gran Aristóteles. (¡Si supiera el hermano Jorge de Burgos cuánto se rió Aristóteles cuando le conté el episodio de la abadía!, de cómo en esa misma abadía: él “reinó como un zorro, gobernó como un león y murió como un perro”)(4).
¡Espero que en el mundo se hayan terminado los hombres como Jorge de Burgos!
En fin, para no hacer más largo este prologuillo, te diré desde este lugar tenebroso donde se entra para abandonar toda esperanza, que contestaré a tus preguntas, puesto que “amor me impele, y es el que me hace hablar”(5), “pues tal cual fui en vida, soy después de muerto”(6). Donde hay preguntas, quiero respuestas; donde hay oscuridad, quiero luz.
Andando pues, que se acerca la hora de laudes y “las peticiones justas deben satisfacerse en silencio”(7).
TRANCO I
(Maitines)
Donde se cuenta lo que significó el hecho de que Guillermo de Baskerville fuera inglés para las costumbres de la Edad Media
Has de saber Adso, que “no se alcanza la fama reclinado en blanda pluma, ni al abrigo de colchas: y el que sin gloria consume su vida, deja en pos de sí el mismo vestigio que el humo en el aire o la espuma en el agua”(8). Por lo tanto, debes siempre investigar la solución de los problemas por ti mismo, debes desentrañar sus misterios y alcanzar lo inalcanzable cueste lo que te cueste, incluso debes dar la vida si ello fuera necesario.
“Cree siempre en la dulce violencia de la razón sobre los hombres...”(9), puesto que “la dicha está en la duda”(10).
Es por eso que allá, en Bretaña, en aquellos tiempos, su burgos fue un centro importante para el pensamiento progresista del hombre de nuestro tiempo.
El pensamiento europeo-occidental estaba dominado por el nominalismo en su lucha constante contra el realismo y que durante muchos siglos fue el problema relativo a la naturaleza de los conceptos generales (los universales) o el problema acerca de la relación entre las propiedades generales (sabiduría, color, etc.), la relación entre los objetos generales (hombre en general, bien, mal, etc.) y los objetos individuales sensorialmente percibidos.
En otras palabras, los nominalistas y los realistas divergían en cuanto a la solución de los problemas cardinales de la filosofía: ¿son anteriores a las ideas generales las cosas objetivamente existentes y sensorialmente percibidas, o al contrario?; ¿el conocimiento humano va de las sensaciones que reflejan directamente las cosas a los conceptos, o de éstos a las cosas? Las disputas acerca de los universales se conjugaban con la condenación de los dogmas de la teología católica.
Los realistas consideraban que los objetos generales, los conceptos, existen bien en un mundo especial, al margen de la razón y de los objetos individuales, antes que estos objetos [realismo extremo: Erigena], bien en los mismos objetos individuales, constituyendo su base espiritual [realismo moderado: Anselmo de Canterbury, Tomás de Aquino].
La Iglesia utilizó los puntos de vista del realismo para fundamentar filosóficamente distintos dogmas; por ejemplo, el mito acerca del pecado original: se consideraba que el pecado del primer hombre, Adán (objeto general), tiene que ver con todo el género humano, con cada hombre en particular.
El nominalismo sustentaba un criterio distinto en cuanto a la naturaleza de los conceptos generales; rechazaba en su forma extrema la existencia de cualesquiera objetos generales (en la razón y fuera de ella) y sólo reconocía la existencia de los objetos individuales [Roscelino].
Los nominalistas afirmaban que los conceptos generales son únicamente las denominaciones de las cosas, ‘hálitos de sonido’, con lo que nada realmente concuerda.
Desde el punto de vista del nominalismo moderado (más tarde denominado conceptualismo) los universales existen con posterioridad a las cosas, es decir, existen en la razón humana [Abelardo].
El nominalismo adquiere forma definitiva durante el siglo XIV con la teoría de Occam, mi buen homónimo, o si tú quieres, mi heterónimo, Guillermo de Occam, que fue también, como yo, franciscano inglés, teólogo, filósofo y tratadista de cuestiones políticas. Nació en torno a 1285, en Occam, al sur de Londres, y murió más o menos el mismo tiempo que yo, en 1347, en Munich. Casi toda su doctrina filosófica [el occamismo], se encuentra consignada en sus Sentencias (comentario a Pedro Lombardo). Su doctrina filosófica fue una corriente progresista en aquellos días, representaba una tendencia materialista en cuanto reconocía la existencia de las cosas materiales y subrayaba el papel de las sensaciones en su conocimiento.
En suma, fue instrumento de crítica de los dogmas teológicos, por ejemplo, el de la divina trinidad, en tanto que negaba la existencia de un concepto general que uniese a los integrantes de la trinidad.
El nominalismo coadyuvó a la descomposición de la ‘escolástica’, impulsó el desarrollo de las ciencias naturales durante la época siguiente y desbrozó el terreno a las teorías materialistas de los tiempos venideros.
Es por eso Adso, que los errores del hombre han creado todos los demonios; y el hombre tiene derecho a equivocarse. A veces te das cuenta que algunos demonios tienen razón; “porque la ciencia no consiste sólo en saber lo que debe o puede hacerse, sino también en saber lo que podría hacerse aunque quizá no debiera hacerse”(11).
Ese fue el secreto por el que renuncié a mi cargo como inquisidor, ya que la Inquisición (Dios lo sabe) no combatía a la mentira como hacía creer, sino todo lo contrario, atacaba a la verdad y, “a menudo, eran los propios inquisidores los que creaban a los herejes”(12).
Los herejes no hacían mal alguno, sólo buscaban una verdad que los ayudara a comprender mejor el mundo que les rodeaba. Algunos de ellos fueron hombres buenos, y “si no se tiene por buenos a quienes deparan bien al mundo, nada valdría cuanto de bueno acontece en el mundo”(13).
“Sabemos lo que somos ahora, pero no lo que podemos ser”(14), por eso trata siempre de buscar tu propia verdad Adso, nunca te detengas ante cualquier obstáculo, busca más allá de tus pies, aunque te acusen algún día de herejía: la vida bien vale la pena sufrirse.
TRANCO II
(Laudes)
Donde se trata de la importancia que se tenía de guardar el secreto del finis Africae para la vida cultural, religiosa, filosófica y moral de la Edad Media
El mundo, Adso, está cubierto de espejos, lo que ellos reflejan no es más que tu imagen invertida, tuya o de las cosas. Siempre, atrás de un espejo, se encuentra una verdad o una mentira ocultas; y a ti te toca el privilegio de mirar en él para engañarte o de romperlo para traspasarlo.
Recuerda que el finis Africae, que encerraba los libros de casi todos los paganos, representa el lugar en que los demonios eran encarcelados detrás de un espejo, con el fin de que no pudieran salir al mundo y provocar, con sus apologías, la perturbación en la mente de los hombres.
Pero todo fue idea de un hombre castrado, de ese maldito Jorge de Burgos, judica me, Deus, et discerne causam meam de gente non sancta: ab homine iniquo et doloso erue me.
Tú, Adso, procura no ocultar nunca la verdad detrás de un espejo, por dura que sea, aunque vaya en contra de tus propias concepciones del mundo. “Hay que marchar con el tiempo. No a lo largo de las costas, hay que salir a mar abierto”(15).
“La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad”(16), y por eso, el “triunfo de la razón sólo puede ser el triunfo de los que razonan”(17).
Si a lo largo de tu vida encuentras que las herejías combaten con fundamentos tus conceptos de las cosas, destruyéndolas, hasta el grado de que ya no sabes en qué creer; si tu mente te obliga a cambiar tu corazón, entonces, “hay que aceptar ciertas pérdidas de la mejor manera posible, y entre dos males hay que escoger el menor”(18); “todo tendrá el desenlace que tenga que tener”(19).
No te conviertas en un Jorge de Burgos que se oculta en un laberinto por lo que no comprendía o no quería comprender; su mundo era tan pequeño que no se atrevía a salir de él, por temor a caer en el vacío.
“Busca a quienes saben demasiado, no a los que nada saben”(20).
Tampoco seas como Salvatore que “hablaba todas las lenguas, y ninguna”(21), puesto que también es otra forma de ocultar la verdad, embrollando las cosas y las ideas.
“Nadie nos exige que sepamos, Adso. Hay que saber, eso es todo, aún a riesgo de equivocarse”(22), “¡para qué queremos ser ahora tan inteligentes, si en definitiva sólo podemos ser un poco menos tontos!”(23).
Recuerda que “una de las causas principales de la pobreza de las ciencias es generalmente la riqueza en incultura. No es su objeto abrirle las puertas a la sabiduría eterna, sino poner un límite al error eterno”(24).
Cuando se descubrió que la Tierra no era el centro del universo, “el universo entero perdió su centro, pero a la mañana siguiente tenía incontables. De modo que ahora cada uno de ellos y ninguno puede ser considerado como el centro. Pues de repente hay mucho lugar”(25).
Abre la saetera Adso, y encontraras que hay muchos mundos a los que estás obligado a ir por ellos, ya que “la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía”(26).
TRANCO III
(Después de laudes)
Donde se intuye lo que significa la frase stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus para la cultura medieval
Como dice Platón: “En buena lógica, ¿no debería la mente del orador conocer la sustancia del tema sobre el que se dispone a hablar?”(27), entonces, Adso, ¿por qué me preguntas por una frase que has escrito en los pergaminos?; en fin, “no tiene la menor importancia”, pues creo que la respuesta, dentro de lo que cabe, es simple.
A las cosas hay que nombrarlas tal y como son, es decir, por su propio nombre y por lo que representan, sin revestirlas con ninguna clase de dogmas. Las cosas permanecen, siempre son las mismas; lo que cambia es la forma de concebirlas.
A veces, desafortunadamente, ponemos a las cosas nombres para ocultarlas, para que un espejo las revele de otra forma, para que no muestre su verdadera cara.
Los nombres están desnudos, pero, dentro de su propia desnudez, se ocultan tras un tenue velo de incógnitas.
Mas, así como “no hay noche sin aurora”(28), no hay cosa que no llegue a descubrirse.
Adso, si una rosa ha cruzado tu camino, si no te “engañan las apariencias, y si consigues la rara fortuna de acertar; ya que tal suerte tuviste, no busques otra mejor. Si te parece bien la que te ha dado la fortuna, vuélvete hacia ella, y con un beso tómala por tuya, siguiendo los impulsos de tu alma”(29).
“Todos nosotros albergamos el deseo de conocer el amor”(30), y sin embargo, en todos los tiempos “el amor ha sido espantado y ahuyentado hasta el lugar más distante”(31).
“Quien posee una inclinación profunda, por mucho que le duela no deja que su corazón renuncie a ella”(32).
No pienses que el amor es sólo un pecado original, “las cosas de la tierra se combinan muchas veces para acarrear la desgracia, pero a veces también parten de la desgracia para llegar a un buen final”(33).
Guarda con llave tu sentimiento hacia esa rosa, no permitas que nadie la mancille, que alguien te arrebate su secreto; puesto que “siempre será mezquino, quien tiene un amor vano”(34).
Defiéndelo siempre, aún en contra de Dios mismo.
No caigas nunca en la invención del poeta:
Amor cual sombra se aleja
de quien sincero le sigue.
Deja a aquel que le persigue,
y persigue a quien le deja...(35)
EPÍLOGO
(Prima)
Adso, ya es la hora prima, y es tiempo de regresar; cuando llegues al Limbo ya tendremos tiempo de sobra para charlar.
No creas que aquí es sólo un lugar lúgubre, cuando mueras (que Dios lo dilate) encamina tus pasos hasta aquí... “No temas. La isla está llena de rumores, de sonidos y de dulces armonías que deleitan sin hacer mal alguno. A veces mil instrumentos sonoros susurran en mis oídos o bien son voces que, aunque despierte de un largo sueño, me arrullan nuevamente; y entonces, en mi sueño, paréceme ver entreabrirse las nubes, y mostrar a mi vista sus riquezas prontas a llover sobre mí; de manera que al despertarme desespero porque quisiera soñar otra vez”(36).
En fin, “si volvemos a encontrarnos, ciertamente que sonreiremos. Si no, en verdad que esta despedida habrá sido oportuna”(37). Recuerda que “somos de la misma tela de que están hechos los sueños, y nuestra insignificante vida de sueños está cercada...”(38)
In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti…
Notas
(1). Dante Alighieri, La divina comedia, México, SEP, 1988, p. 58.
(2). Íbid, p. 48.
(3). Ernesto Che Guevara, “Carta a mis hijos” en Escritos y discursos, La Habana, Prensa Latina, 1979.
(4). Dante Alighieri, La divina comedia, México, SEP, 1988, p. 115.
(5). Íbid, p. 31.
(6). Íbid, p. 90.
(7). Íbid, p. 143.
(8). Íbid, p. 142.
(9). Bertolt Brecht, “Vida de Galileo Galilei” en Teatro de Bertolt Brecht, La Habana, Arte y Literatura, 1981, p. 78.
(10). Íbid, p. 128.
(11). Umberto Eco, El nombre de la rosa, p. 123.
(12). Íbid, p. 65.
(13). G. von Strassburg, Tristán e Isolda, Madrid, Editora Nacional, 1982, p. 39.
(14). Shakespeare, Hamlet, México, Porrúa, 1979, p. 59.
(15). Bertolt Brecht, “Vida de Galileo Galilei” en Teatro de Bertolt Brecht, La Habana, Arte y Literatura, 1981, p. 110.
(16). Íbid, p. 93.
(17). Íbid, p. 123.
(18). G. von Strassburg, Tristán e Isolda, Madrid, Editora Nacional, 1982, p. 162.
(19). Íbid, p. 153.
(20). Umberto Eco, El nombre de la rosa, p. 83.
(21). Íbid, p. 61.
(22). Íbid, p. 548
(23). Bertolt Brecht, “Vida de Galileo Galilei” en Teatro de Bertolt Brecht, La Habana, Arte y Literatura, 1981, p. 93.
(24). Íbid, p. 130.
(25). Íbid, p. 54.
(26). Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Madrid, Ediciones Castilla, 1947, p. 973.
(27). Citado por Carl Sagan en Los dragones del Edén, México, Grijalbo, 1980, p. 14.
(28). Shakespeare, Macbeth, México, Porrúa, 1983.
(29). Shakespeare, El mercader de Venecia, México, Porrúa, 1983.
(30). G. von Strassburg, Tristán e Isolda, Madrid, Editora Nacional, 1982, p. 224.
(31). Íbid, p. 245.
(32). Íbid, p. 41.
(33). Íbid, p. 72.
(34). Arcipreste de Hita, Libro de buen amor, México, Porrúa, 1985, p. 95.
(35). Shakespeare, Las alegres comadres de Windsor, México, Porrúa, 1983, p. 104.
(36). Shakespeare, La tempestad, México, Porrúa, 1983, p. 213.
(37). Shakespeare, Julio César, México, Porrúa, 1983, p. 181.
(38). Shakespeare, La tempestad, México, Porrúa, 1983, p. 219.
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