Nada se pierde, todo se transforma.
Es ese y solo ese el convencimiento que me mantiene viva, borracha de desilusión y acobardada, esperando que suene el teléfono, que aparezcas por casa, que me mires, que me toques… que vuelvas.
Por que si es cierto que me quisiste, si es verdad que juntos fuimos felices, que nos unía el sentimiento más puro del mundo, que mis besos coloreaban tus ojos; Si es cierto que proyectamos una vida, que tejimos sueños e ilusiones, si todo eso es cierto, esa fuerza genuina debe hallarse en algún lugar, muy dentro tuyo, eclipsado por el trajín de una vida cotidiana sin expectativas, por la urgencia de ganar el pan, procurarse vacaciones, un auto nuevo, una vida más sofisticada, una tele gigante … que se yo.
Cuesta creer que los atardeceres de la mano se acabaron para siempre, que las risas hasta la madrugada, las miradas cómplices, las tardes apasionadas, los viernes de video y lujuria, que todo el mundo por el que trabajamos se haya desvanecido de repente.
Nada se pierde, todo se transforma.
Y eso espero, desahuciada y triste: conocer en que se convirtió lo que nos unía. Saber si hay odio en tu mirada, melancolía, tristeza o bronca; todo lo soporto, menos esto, esta ausencia silenciosa, esta comunicación invisible, esta certeza incontrastable de que ya no hay nada, de que me ignoras.
Eso no… Eso no…
Nada se pierde, todo se transforma.
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