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¿Usted quiere saber qué razones me trajeron hasta aquí? Pues también yo desearía saberlo con exactitud. Pero lo siento, si lo supiera con precisión se lo explicaría brevemente y con una elocuencia que no tengo. De hecho, creo que he aquí una de las razones: mi falta de elocuencia. No sé si me explico... ¿No?... Pues bien, lo intentaré. Falta de elocuencia, falta de claridad para expresarme... sí, eso es lo que me falta: claridad. Ah, si pudiera usted entender el torbellino de ideas que vagan dentro de mi mente... ¿de mi cabeza?... tal vez, tal vez. No sabría precisar en qué parte de mi cuerpo se ubican. No, en el corazón no existe tal cosa. El corazón es un músculo... sístole, diástole, y después, el resto, el manjar preferido de los gusanos, el frío mostrador de una carnicería; usted ya lo sabe. ¿El alma? No podría fundamentar la existencia de tal cosa. Eso tampoco. Espíritu, mente, alma, corazón, conciencia, cuánta ambigüedad... Pero discúlpeme, sobre nada de esto es de lo que quiero hablar. Al menos por ahora. Falta de elocuencia, le decía, entonces, y creo estar demostrándoselo. Cierto es que si tuviera, al menos, convicción, orden o, al menos (perdón por la insistencia) sencillez para expresarme, todo me resultaría más fácil. No se impaciente, se lo ruego. ¿Puedo encender un cigarrillo? Gracias. ¡Qué forma extraña tiene este cenicero! ¿Madera noruega? Ohh, sí, es un tema precioso, además. Siempre me llamaron la atención los objetos extraños. Las cosas extrañas, en general, tienen un encanto... fascinante, sorpresivo, poderoso (¿por qué será esa manía de tri-adjetivar?). ¿Cómo qué..? Pues... los sueños, lo oculto, lo invisible en acción, lo intrascendente frente a lo esencial... lo potencialmente extraordinario en el instante preciso de su realización. ¿Qué sea más conciso? Le contaré algo: hace algunos días estaba acostado en mi cama observando la nada trepar por las paredes, e íntimamente contemplando, o intentando al menos contemplar, lo invisible en acción. En una esquina de la habitación descubrí una pequeña mancha de humedad que no había visto hasta entonces; extraviando un poco la mirada descubrí que tenía una forma aproximada a una paleta de pintor, o a un globo que se está desinflando... en fin, no era una forma reconocible o de simple similitud con algún objeto; podría llamarla amorfa o, dada su condición de mancha de humedad, en vías de expansión hacia otra forma, en proceso de mutación sin lapso definido de detención. Pensé en una metamorfosis constante cuyos cambios se verifican después de determinado período de tiempo, un tiempo diferente al de la modificación; es decir, la existencia de un tiempo de metamorfosis y otro tiempo para la comprobación de la misma. Pensé, necesariamente, en el proceso físico que corresponde a la expansión de la mancha, tal vez un proceso incesante, continuo e inmanente que se practica en esa zona de la pared; digo, que ese proceso físico, de acción invisible a mi observación, se desarrolla en un momento determinado y en condiciones ajenas e independientes al momento del descubrimiento (o redescubrimiento) del asunto. ¿Me explico?... No importa... Déjeme continuar. Entonces –decía- me interesó, en ese instante, trabar un íntimo conocimiento con el desarrollo y las vías tangibles, comprobables del crecimiento de la mancha de humedad. Eso es lo extraño: el no poder apreciar de qué manera, bajo qué circunstancias físicas el agua depositada en los intersticios de la materia que conforma la pared se expande reservada, oculta, independiente (¡maldición!), como si poseyera vida propia, ganando superficie en el resto de la habitación. Deduje (sin hacer descubrimiento de nada) que esa transformación invisible a mí es, también, un hecho extraño a mis sensaciones, en cuanto a mi imposibilidad de apreciar y verificar su íntimo comportamiento. De más está agregar que soy testigo de la operación de aquel fenómeno, mas testigo tardío, dada mi posibilidad de apreciar únicamente su resultado, ya no su desarrollo. ¿Me sigue?... He descubierto que ese diseño que otrora fue algo parecido a una paleta de pintor, días después robusteció irregularmente sus extremos laterales y tan pronto sufrió la adición de un quiste aplastado y en franca dirección hacia la parte inferior, pasó a ser lo más parecido a una paloma. Los distintos tonos de grises, blancos y verdes diseminados con indefinición sobre la figura, me hicieron adivinar que la paloma permanecía detenida, es decir, que no estaba volando, que su cabeza se inclinaba levemente hacia arriba y que su pico estaba apenas abierto. Entonces, ya consumada esa mutación y en liberal evolución hacia futuros nuevos retratos, no pude evitar interesarme en lo verdaderamente extraño de la cuestión: de qué manera llegar a apreciar, momento a momento, segundo a segundo, el avance incesante del aquel hilo líquido a través de la pared y los caminos que elegía para ir concretando las siguientes modificaciones en el dibujo. Participar de la modificación: eso mismo. Al instante reparé en lo imposible de mi tentación. Lo invisible en acción forma parte de una instancia superior a un entendimiento efímero que nos está vedado intimar, ya por incapacidades propias, ya por tratarse de fenómenos privativos ocurridos en circunstancias a la vez de simultaneidad y oposición con la apreciación de aquel hecho... Sí, sí, claro, la falta de elocuencia de la que hablaba al principio tiene que ver con esto... no sé si esta vez logro explicarme... ¿cuál: aquello o esto?... ¡Oh!, magnífico... ¿y si hacemos de cuenta que no dije nada?. ¿...en qué estábamos? Oh, claro, en la forma extraña del cenicero... ¿sería tan amable de alcanzarme el encendedor?... Le decía, entonces –¡gracias!- que he venido por la preocupación que me genera la mancha de humedad en la pared... ja, ja, ja, perdone usted, soy irremediablemente estúpido. Se supone que esta debería ser una sesión seria, ¿no es así? Pues... vea usted... -¿qué hora es?-, me quedan nada más que cinco minutos, ¿cierto?... ¿no quiere que le vaya pagando? Suele ocurrirme a menudo que me olvido de pagar, pero no es una maniobra intencional, más bien diría que es distracción... pérdida repentina de la memoria... Es... ¿cómo decirlo?... cuando termino de hacer algo quedo como en trance durante un par de minutos, no sé por qué me pasa; la mente se me pone en blanco, pierdo la noción del tiempo y del lugar donde estoy, me obnubilo, me extravío, quedo como pelotudo con la mirada perdida en algún lado... y de repente reacciono y salgo como disparado para otro lugar, como si me acordara de algo que tenía olvidado desde hacía mucho tiempo... (o a veces ya estoy en un lugar distinto del que recordaba haber estado la última vez que pensé que había estado en un lugar) y después me da mucha vergüenza que me llamen y me digan “Che, no me pagaste”, porque deja la sensación que me quise fugar, que tenía intenciones de estafar a alguien, cuando en la realidad no era así... y no puedo ponerme a explicarle a todo el mundo que estaba viajando por la cuarta galaxia de mi cabeza podrida, que por ahí en ese momento estaba pensando en... qué sé yo... en la pelota de trapo que me cosió mi abuela cuando yo tenía cinco años y que se me quemó en el incendio de mi casa... y que los extraño mucho. No me creerían, ¿no le parece? Por eso, tome... a ver... ¿dónde carajo la dejé?... Ah, acá está... me lo había guardado en otro bolsillo, por seguridad, ¿vio?... y por miedo a perderla... porque estoy perdiendo todo últimamente... hasta la memoria. La semana pasada, por ejemplo, iba... ¿ya es la hora?... ¡Uy, qué pena! Bueno, se lo cuento la próxima semana, ¿le parece? Espero acordarme. O mejor recuérdemelo usted, por las dudas ¿vio?... porque estoy perdiendo la memoria, últimamente... ¿Le dije qué es usted una persona muy hermosa? Pues sí, sépalo, lo es...
2
¿Se acuerda de la mancha en la pared? Sí, era extraña ¿no es cierto? Y decírmelo a mí, que convivo con ella, y la veo, nos vemos, la observo, le hablo, me lleva, me trae, vamos, venimos, fuimos, me trajo... sí, me trajo ayer (creo que fue ayer, a veces pierdo la noción de los días en que vivo) Pero usted no estaba, ¿o es que estaba usted ayer, acá, en este lugar? Sin embargo no me dejaron entrar. El portero, creo que fue él, un portero nuevo, no el mismo que me atendió hoy, sino uno bajito, de piel más oscura y pelo amarillo desahuciado, ligeramente mofletudo, bastante agrio de cara, debo decirle, no sé, como cansado de tener esa cara, arrepentido, una cara de vergüenza ajena antes de llegar al espejo, sin ojeras pero con anteojos oscuros que delataban que era bizco o un melancólico irreparable, tal vez insolente, no sabría describirle exactamente la mirada pero reflejaba eso, inseguridad, tristeza, insolencia... (¡puta madre!), que para el caso es lo mismo. Porque, al fin y al cabo, este cancerbero nuevo (si me permite la comparación) no me dejó estacionar el caballo en la puerta, me dijo que era imposible, que el palenque estaba todo ocupado, que no ve, me dijo, que ya no hay lugar, que por qué no lo deja en el stud de mi compadre, el que está aquí a la vuelta, justo frente al castillo, allí hay lugar, recién envié a un Caballero, creo que Conde, me dijo, para que descanse ahí, más cómodo y seguro que en este lugar inhóspito, me dijo, y yo traté de explicarle que debía dejar mi caballo justo aquí, frente a esta puerta, porque mi caballo no es un caballo cualquiera que necesite de lugares confortables, algodonados, lujosos... ostentosos (¡tomá!), que él se sabe cuidar solo aún en este distrito baldío y solitario, que podía permanecer todo el tiempo que yo necesitara dejarlo, que no era mucho, que era hasta después de la sesión con usted, que no estaba, me dijo, y entonces me pidió que me retirase por ese motivo, porque usted no estaba, y yo cedí para evitar trastornos innecesarios con el vulgo, aunque me fui con la sensación que él me expulsaba reptilmente, eso, reptilmente, por no poder soportar el porte magnífico de mi caballo, asaz majestuoso y decente, extraordinario diría, tanto que no podía tolerar la superioridad que demostraba frente a él mismo, porque, para qué esconderlo, mi caballo era más humano que él mismo, y él lo apreció, lo sintió en el instante de verlo, y por eso me desterró como a un perro... ¡condenado cancerbero de un infierno de cuarta!. Ahora que se lo cuento y ya no estoy tan exaltado como ayer, incluso ahora que he venido sin mi caballo, puedo llegar a entender la actitud hostil del contrahecho; claro, seguramente acostumbrado a codearse con matungos y rocinantes nunca había visto un caballo con alas y aspecto de humano... pero no de cualquier humano, porque, por si esto fuera poco, el humano era Chet Baker joven... Claro, tal vez no lo reconoció porque la parte del caballo era un alazán, y todos sabemos que (para respetar la lógica) Chet Baker debió haberse presentado rubio, todo rubio y no sólo él. Licencias que se dan las celebridades ¿vio? Igual que Maiquel Yacson, primero negro, más tarde mestizo, después blanco, mañana transparente... Pero no es importante. Lo importante, lo extraño, como le decía al principio, lo extraño del caso es la manera en que conocí a Chet (de ahora en adelante lo llamaré sólo por su nombre), y cómo se fue transformando de paloma a caballo... demasiado pronto, porque Chet nació en la mancha de humedad, hija de polvo y agua y la mano del pintor. Una verdadera obra de arte, ¿no? Surgió cuando llamé al pintor para arreglar la pared, la mancha, que día a día iba mutando en formas insólitas, a veces irreconocibles, estrambóticas, también admirables, de espeluznante belleza otras, a veces demasiado extravagantes, o absurdas (depende del ángulo en que se la mirara) hasta que llegué a encariñarme con una imagen que nunca reconocí, y era la imagen más parecida a la cara de Marina, una que había visto una vez en una fotografía y que me quedó grabada para siempre; una fotografía tomada en tres cuarto de perfil derecho, un primer plano luminoso y fresco que resaltaba todos los detalles de su rostro, y su pelo negro bien negro y los ojos mirando a la cámara, mirándome a mí, por supuesto, y la sonrisa a medias que dejaba ver apenas algunos dientes blancos blancos, y que me encariñó mucho en ese momento, y más todavía cuando la vi en la mancha, porque yo la estaba esperando a ella, inconscientemente esperaba ese rostro que tenía borroneado en mi memoria (porque estoy perdiendo poco a poco la memoria, no sé por qué) Y entonces empecé a enamorarme un día antes -lo acuerdo- cuando ya intuía que en poco tiempo se iba a formar esa imagen, se veía venir, se veía venir, había rasgos muy definidos que ya había observado días antes cuando la mancha era un reloj de Dalí, y después fue la cara triste de un personaje de Tennesse Williams, y después esa cara se fue alegrando pese a tener viruelas, y después fue un pez muy anormal, con aletas demasiado desproporcionadas en relación a su cuerpo (aunque tal vez era el mar que lo rodeaba lo que lo hacía parecer anormal) y después se fueron afinando algunos rasgos en la parte de la frente (en ese momento no le encontré parecido a nada) y luego en la boca, y en los pómulos, y cuando desperté una tarde me estaba mirando con la misma mirada de aquella fotografía, y me quedé asombrado, felizmente conmovido, atrozmente fascinado, porque tal vez era más bella que en la fotografía... sí, lo era... y después de un momento, no sé precisar cuánto tiempo, me sentí invadido por una melancolía anticipada, una mezcla de grosería homérica con atuendos de deseos de justicia eterna, una nostalgia futura ante aquello que se perdería, porque indefectiblemente se perdería, aquella imagen, añorada imagen, moriría en cuestión de horas, tal vez de minutos, y supe que no quería verla morir otra vez, sepultarla de nuevo en los avatares anárquicos de mi memoria, a ella, justo a ella, tan recordada, tan cara a mi vida, y presentí la muerte de una parte de mí mismo, y preferí matarla antes que verla morir, estúpido Dorian Gray de mi rincón amado, mataré a esa imagen perfecta antes que el tiempo, implacable, certero, absoluto lo haga otra vez... Y llamé al pintor: un artista, un asesino a sueldo... contraté tu brocha (gorda, por cierto) para modificar no sólo mi habitación, también mi alma (o como quiera que se llame; ¡cuánta ambigüedad!) Y no me escuchó pero hizo su trabajo, tal como le había pedido; raspó la pared, destruyó aquel trozo de vida inhumana, puro material, y la mancha, pensé, quedaría reducida a una extensión informe del resto de todo: en nada. Pero no lo pintó, dejó sólo un revoque tosco, un gris unánime que seguía contrastando con la blancura apática del gran bloque; de alguna forma, la mancha seguía existiendo, en una múltiple mutación, pero seguía existiendo. Permanecería allí, como mancha y mundo aparte, al menos hasta el día siguiente, en que sería pintada y, definitivamente, muerta, sepultada para siempre. Entonces conocí a Chet. Aquella noche (¿anoche?) contemplé mi mancha nuevamente, como en un homenaje de despedida, la miré largamente, con tristeza y deseos, la soledad de mis formas reducida a una simple pasta de cemento, cuánta crueldad, ya me sentía solo otra vez, y apagué la luz y no quise mirarla más; nunca más, me dije, nunca más, nunca más, pero la miré otra vez, poderosa curiosidad, y la veía en penumbras, sólo la luz que venía de afuera la iluminaba parcialmente, y la mancha, a través de mi posición oblicua, era diferente: un juego de sombras y luces tenues la habían modificado otra vez, y no encontraba ninguna forma reconocible... pero una luz se apagó, aunque no la luna, que modificó las penumbras, desvió mi foco hacia la pared de enfrente y la mancha cambió de forma, otra vez, y otra vez, y fue progresando, y renovándose, y pronto comenzó a sonar una trompeta; pensé en mi vecino, otra vez una fiesta en la casa de mi vecino (¿o era en la mía?) sería una fiesta melancólica también... y adiviné la forma de un centauro, y le hice alas, porque había un pequeño relieve en el lomo que se le parecían, y las sombras la fueron alzando, y el relieve del revoque formó, de pronto, el humo de un cigarrillo que salía de la boca del animal, y la cara se veía de perfil y supe, enseguida lo supe, que era Chet Baker, no podía ser otro; los rasgos afinados de su rostro y su mirada chata y anodina y dura a la vez y el cigarrillo y los sonidos pulidos, enérgicamente suaves de la trompeta, y la voz taciturna y dolorida (ya todos sabemos que el viejo Chet cantaba como si hubiera sido abandonado por una mujer el día anterior), sonidos desafiantes... y podía volar, cabalgar el tiempo, reñir y vencer cualquier dimensión... y era lo que necesitaba, lo que añoraba desde el día anterior... Y por eso vinimos ayer, a contárselo a usted, porque queríamos compartir esta alegría con alguien, aunque el cancerbero... bueno, eso ya lo sabe. Y porque quería recordarle que es usted una persona muy hermosa. Pues sí, ya lo sabía, ya lo sabía...
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