Perra vida
Mientras se calentaba las manos
con el tibio vaso de café que le habían servido esos jóvenes extraños,
no dejaba de recordar y de pensar que ya no todo seria igual,
que le habían quitado algo,
algo suyo,
muy suyo,
tanto como transformarse en su única y fiel compañía
en los tormentosos días de lluvia,
en su amigo,
con quien compartía incluso la más mínima migaja de pan
extraída del basurero, su leal confidente,
saco de pulgas,
pero leal,
aquel que no la discriminaba,
con sus trapos,
sus cartones,
su fetidez,
mientras la sociedad se limita a darle pedazos de escasa ternura fría,
dejando que algunos pocos le lleven las sobras,
un termo con algo caliente para tomar,
quizás para alivianar el dolor de ya no tenerle a él,
a ese simpático camarada que le movía la cola cuando ella estaba triste
y que ya no lo hará más…
…sorbo tras sorbo,
lágrimas…
Y ella sigue recordando a aquel confiable coterráneo
que hoy yace muerto,
envenenado,
muerto…
¡muerto!,
¡muerto!,
¡muerto!,
por que así lo quiso la ilustre municipalidad.
[Con todo el respeto a la señora Marianela que vive en las calles de concepción] |