AQUÍ NO SE VENDEN PLUMAS DE ÁNGEL ©
Fragmento
Traía como siempre, algo extraño en la mirada. Sus grandes ojos de alucinada se alzaban de cuando en cuando en todas direcciones, cuando comenzó a soplar el viento con fuerza apocalíptica despeinándole los cabellos y desplegando con fuerza la vela de su alma de loca, de niña loca y demasiado sabia como para creerse el cuento de que todo esto era cierto. Entró al café de siempre y esperó que le sirvieran el café de siempre, con una pequeña sospecha de nostalgia y de tristeza que humedecía su mirada con llanto reprimido de muchos días. Pero no iba a llorar, no había caso. No tenía porqué, a ciencia cierta. Pero podía hacerlo si quería y de cierta manera ella lo sabía…. ¡Al fin y al cabo, ya estaba loca!... Y los locos pueden hacer lo que quieran, sin el espanto de la crítica que en la inercia zonza de su lucidez entienden que “eso” puede hacerlo, perfectamente, una loca.
Fue entonces cuando pidió una pluma. De cierta manera extraño (aún loca, también lo entendía yo) porque no parecía –a mi entender- haber perdido una. Tenía el plumaje intacto, la mirada serena, las alas sabiamente acomodadas entre las sillas de madera agreste… Definitivamente, no parecía haber perdido una.
¡Pobre de ti, ángel mío, ángel loco! En estos tiempos, lúcidos y certeros, encontrar una pluma… ¿Quién estará para ofrendarte, ofrecerte o en cuando menos venderte una pluma? ¿¡Plumas de ángel, quien tiene!? Ella, paciente… esperando. Yo también observo alrededor…. Una cierta sospecha de melancolía se apodera de mí también, al tiempo que este viento se lleva al vuelo mi paraguas y me deja desprotegido a la rabia del viento y la lluvia gélidos de las seis de la tarde, de este Octubre terriblemente frío.
Lo cierto es que, en medio del café de siempre, a las seis de la tarde, con el aire congelado de las seis de la tarde enrarecido por un vendaval de Apocalipsis un ángel loco se sienta en el café y pide una pluma. Pluma que nadie –nadie, maldita sea, absolutamente nadie- puede ofrecerle. Miro alrededor, ejecutivos de corbata y maletín: corbata y maletín, estilógrafo, tarjeta de registro. Nada de pluma. Estudiantes de libro abierto y sonrisa de viernes. Libro abierto, sonrisa de viernes, radio y pila… Nada de pluma. Señoritas de pendientes y reloj: Pendientes y reloj, perfume y minifalda. Nada de pluma. Una cierta sospecha de soledad entonces, de soledad y pesada melancolía se apodera de mí entonces con una fuerza irreprimible.
Lo cierto es que, en medio del café de siempre, a las seis de la tarde, con el aire congelado de las seis de la tarde enrarecido por un vendaval de Apocalipsis un ángel loco se sienta en el café y pide una pluma. Pluma que nadie –nadie, maldita sea, absolutamente nadie- puede ofrecerle.
Me siento más cerca y observo sus grandes ojos de alucinada. Ojos siempre tristes, ojos siempre mirando a otro lado. Ojos de agujero negro… ojos que pueden llorar (al fin y al cabo, ya esta loca) pero se contienen. Dejo de sentir el frío y el viento que ahora se ha llevado mi sombrero no logra siquiera inmutarme… ahora soy toda ella.
Ha pedido una pluma. ¡Pobre de ti, ángel mío, ángel loco! ¿Quién podrá ofrecértela? ¿Dónde encontrar plumas de ángel, en inviernos de alma como los presentes?...
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