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Ingresó mientras te bañabas. Primero entreabrió la puerta despacio y asomó media cabeza. Si hubieras mirado en ese preciso instante habrías visto el gorrito verde y la barba tupida debajo de esos labios carnosos. Luego tres dedos que se asomaban y empujaban la puerta lo suficiente para que su cuerpo de duende cupiera sin esfuerzo. Y se escabulló tan en silencio como si en el mundo no existiesen sonidos.
Ni te enteraste. La lluvia de agua tibia masajeando tu cabeza generó una burbuja imposible de horadar. Estabas como en pausa. Brazos colgando, cabeza gacha, cuerpo arqueado. Además, el vapor que se condensaba a cada segundo ayudaba al gnomo en su tarea por no ser descubierto. Es por eso que se acercó a donde estaba. Era muy difícil a veces lograr el objetivo. Casi nunca, para ser más precisos. Pero esta vez… parecía factible de lograr. En puntas de pie, con los hombros levantados y a pasos muy graciosos, corrió en cámara lenta hasta el bulto de ropas que habías tirado o dejado caer a un lado de la bañera. Mientras tanto levantaste tu rostro y el agua acribilló su destino en unos parpados sensuales que tapaban unos ojos más sensuales todavía.

El hombrecito de tal vez treinta o treinta y cinco centímetros ya buscaba entre la montonera la prenda que había venido a buscar. No le costó mucho, estaba debajo del pantalón. La tomó entre sus manitas y estaba por irse cuando lo carcomió uno de los mayores pecados del hombre. Uno o dos fueron. Porque ni bien estaba por dar el primer paso de la retirada victoriosa, hubo un mini enanito en su cabeza que lo confundió. Y como si nada surgieron en él la gula y la lujuria. Gula por querer más. Lujuria porque no lo necesitaba. Sin embargo sabía que iba a hacerlo. Guardó la prenda en el bolsillo interno de su chaqueta y llevo su mano derecha hacia atrás. Al contacto frío del metal cerró sus dedos y acercó el objeto hacia delante. Estaba preparado.
Abriste los ojos. Y los volviste a cerrar. Ni siquiera sentiste esa presencia nebulosa tras la cortina semitransparente que se acercaba. El duende acarició la cortina hasta llegar al final. Y asomó su cabeza. Tenía miedo. Su mano temblaba y el corazón le latía muy acelerado. No vio nada. El vapor era muy denso. Entonces giraste.

Y lo viste. Viste un hombrecito pequeño, barbudo. Y el te vio. Cuando el viento sopló por alguna parte y el vapor se esfumó algo el duende te vio. Fueron por lo menos unos largos, larguisimos diez segundos. Vos gritaste de horror. El gnomo mientras tanto miraba tu desnudez. Olvidó por completo el objeto que tenía en su mano. Era la primera vez que veía una mujer desnuda. Fue a tu tercer grito que volvió en sí, apuntó a vos y disparó. Luego dio media vuelta y salió corriendo hacia la puerta. No hubo ni sangre ni sudor ni lágrimas. Si dolor, pero a un nivel más profundo y psicológico.

Nunca tus baños volvieron a ser lo que eran.

Ni ese gnomo a ser el mismo de antes de mirarte.

Tu foto dio la vuelta a su mundo.

Y tu armario sistemáticamente se ha ido vaciando.

Por las noches juras escuchar sus pasos.


Lucas Cohen

Texto agregado el 24-10-2006, y leído por 316 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
11-12-2006 Muy bueno! , muy bien narrado, genial!! NANAI
29-10-2006 que buen cuento troya
24-10-2006 Realmente me fue succionando tanto la agilidad de narración como las imagenes que incita la lectura. Felicidades, y Buena Vida sorin
24-10-2006 muy bien narrado mari-posa
24-10-2006 jajajaja, que buen cuento, me ha encantado. Esa mezcla un tanto contradictoria entre la sensualidad de ella al bañarse y la fantiasía del gnomo bajado a tierra con cámara en mano. Muy dificil imaginarlo, ***** celiaalviarez
 
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