LAS CARTAS Y LAS FOTOS
Mi primer matrimonio se disolvió en circunstancias lamentables. Nuestra juventud unido a un compromiso que se alargába en el tiempo desembocaron en una unión sín espectativas. Por mi parte sufrí una depresión grave ya que ella me abandonó por un compañero de trabajo. Así las cosas me vine a la capital tratándo de inciar una nueva vida.
Me instalé en un edificio céntrico, en un noveno piso, con la firme determinación de salir adelante, completar mis estudios y olvidar ese fracaso. Un día ella me ubicó para llevárse algunas cosas, y pedirme que legalizáramos nuestra separación ya que pensaba casarse con su nueva pareja. También me dejó un caja con un montón de cartas y fotos que en un largo período de años habíamos intercambiado. Su presencia alteró el optimismo con el cual me inciaba en la Capital. Sin embargo me sobrepuse y decidí a romper definitivamente con el pasado, accedí a sus peticiones para tranquilidad de mi espíritu
Un Domingo por la tarde abrí la condenada caja de las cartas, no pude contener la curiosidad de mirar las sarta de estupideces que había escrito hacía años. Declaraba mi amor apasionado a una mujer que no merecía mi cariño. Sólo miré algunas, no pude seguir, me pónía furioso conmigo mismo al ver las declaraciones de amor romántico y erotico escritas de mi puño y letra. En un acto precipitado tomé la caja con las cartas, le rocié un líquido combustible para terminar con el pasado, sali del piso hasta el rellano de la escalera, en donde se encontraba el incinerador del noveno piso, entonces le encendí un fósforo y la dejé caer. De esa forma terminaba con el último vestigio de una relación fracasada.
Más tarde me encontraba ordenando mis libros en un estante, cuando sentí las estridentes sirenas de los carros de bomberos, justo debajo de mi edificio. Me asomé a la terraza y pude ver una columna de humo desde los pisos superiores. El ruido de las bocinas había alterado la tranquilidad dominguera del centro de la Capital. La calle se había llenado de gente que miraba hacia arriba. Caían papeles chamuscados por doquier, uno de ellos justo cayó junto a mí. ¡ Horror de horrores ¡ se trataba de una de las cartas que había tratado de quemar. Miré hacia abajo y las personas de la calle también recogían restos de mis cartas. Tenían mi nombre y dirección. Estaba desesperado, bajé precipitadamente para tratar de recoger esos condenados papeles. En el primer piso me topé con el Conserje. Para despistar le consulté qué estaba pasando, ya que sentía la culpabilidad reflejada en mi rostro. Me respondió:
- Alguien ha lanzado un fosforo al incinerador, como hay basura acumulada se ha incendiado. Hace tres años que los incineradores está prohibidos en la ciudad.
Al llegar a la calle me dí cuenta de lo infructuosa que resultaría mi labor de recuperar las malditas cartas. Volví al noveno piso para hacer mis maletas. Esa misma noche dejé el departamento.
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