Una nueva religión se había forjado en la telaraña mundial, en la web, con sus códigos binarios completos. Se informaba por cadena que había un Dios y que si se deseaba ser un ciberneofito, haz click acá.
La creencia era muy simple: Si en el mundo real sólo existía un Dios en forma nominal, es decir, pura mención, rezo, sin cuerpo; en la red, por algúna extraña ley de lo opuesto, debería estar el Dios tangible. Y así como nosotros sólo usabamos un término para referirnos a él, Dios sólo con un término se refiere a nosotros, nos reescribe, manipula, nos pronuncia en todas las formas de entonación posible. Otros internautas consideran que somos un número y que el demiurgo nos resuelve en todas las operaciones y combinaciones existentes.
Hasta ahí, espero, todo entendible.
Con seis meses en vigencia, los seguidores de este Dios llegaron a ser sólo 20. Julian Yellowtown, del consejo de seguridad mundial donde yo trabajo, fue invitado, por mail claro, a formar parte de la comunidad. Imprimió el correo y lo mostró en la reunión de todos los lunes. El consejo había determinado que matásemos a ese Dios.
-¿Cómo vamos a destruir a un Dios imaginario? -preguntó nuestro representante angolés.
El alemán se rió. Estornudó alguna grosería germana, contabilizó los mails de los demás a quian había llegado el correo, veinte.
- La religión es incipiente. Sólo tenemos que matar a los creyentes.
A mi me asignaron acabar con un(a) tal everlasting@yahoo.com. Gracias a la red que en ese entonces odiabamos conseguí sus datos. Era una mujer, sudamericana, vivía en Lima, Perú. Era una niña. Le informé a mi superior que no podíamos asesinar menores y que, peor aún, si una niña era adepta a la herejía, toda esa religión no era más que una joda. Me dijeron que había que proceder.
Los 19 restantes ya habían desaparecido. Robaron sus discos duros, hackearon sus correos y investigaron a sus contactos. Mientras tanto, compré mi boleto a Perú.
La niña salía del colegio y le invité un helado. Parecía muy segura, nada de no hables con extraños en su talante. Le mencioné lo de la religión, que cambiara de opinión o tendría que matarla. Traté de asustarla con el cuco como se asustan a los niños. Everlasting se rió:
- No sólo deben matar a los creyentes. También a todos los que están al tanto.
-Pero ellos no tiene fe en tu dios -increpé.
- Pero estarán pendientes de su existencia y seguirán buscándolo en la red.
Maté a la niña, pero en el avión sólo pensé en que hacer cuando llegara a la oficina.
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