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Una farra menor bien calculada


Fue pisarle la cola al gato y sucederse los acontecimientos uno tras otro como una fila de fichas de dominó cayendo.

Había entrado a la casa tratando de no hacer ni el más mínimo ruido.

Milagrosamente logró, con el medio kilo de carne picada que había comprado preventivamente, que los perros no empezaran con su coro de alerta y lo dejaran tranquilo mientras disfrutaban su impensada colación nocturna.

Luego abrió el portón del frente con seguridad y una sonrisa de satisfacción, pues antes de salir para la oficina lo había aceitado concienzudamente.

La llave de la puerta principal era otro asunto, tenia su toque especial – que él conocía bien, ya que apretando un poco a la derecha... luego empujando suavemente... ¡listo! – abrió sin problemas ni ruidos.

Satisfecho, cerró por dentro y sin prender las luces se quitó los zapatos aguantándolos bajo el brazo que cargaba el portafolios. Luego comenzó a dar pasos seguros hacia la escalera.

Conocía cada mueble, cada silla, cada detalle de la planta baja de la casa. Llegando a la escalera la subió con gran sigilo porque sabia que los escalones crujían según donde se pisaba.

Llegó al último escalón.

Conocía todo de memoria, pero había olvidado el gato. No podía prever donde estaría y menos que se le hubiese antojado dormir en el pequeño almohadón junto a la escalera.

Siempre sin prender la luz dio el paso final que lo dejaba frente a la puerta del dormitorio.

Fue pisarle la cola al gato y sucederse los acontecimientos uno tras otro como una fila de fichas de dominó cayendo.

El felino dio un alarido tan desgarrador que le congeló la sangre generandole un movimiento reflejo que le levantó la pierna haciéndole perder estabilidad, porque el calcetín del pie de sostén que hacía equilibrio en el último escalón de madera bien lustrada comenzó a resbalar.

Al sentirse caer, en la oscuridad absoluta levantó los brazos violentamente intentando recuperar el balance y el portafolios se le soltó de las manos volando hasta el techo donde rebotó dejando un hueco en el revoque y se abrió, desparramando los documentos del trabajo por toda la casa en una lluvia de papeles, lápices, marcadores, tarjetas, borradores.

De esa lluvia, vino a pisar la hoja numero dos del Memo para la sucursal en París, exactamente en el párrafo que dice: “... donde quedábamos de acuerdo en dejar sin efecto la reunión prevista para el próximo diciembre, entonces....” material que tenía que entregar la mañana siguiente sin falta en la Dirección General de la Empresa. Allí si, resbaló definitivamente.

En un movimiento desesperado logró manotear el borlón de la cortina del inmenso ventanal del pasillo pretendiendo sostenerse. No lo resistió.

Al caer los doce escalones rodando, arranco el cortinero de cuajo y rompió la mesa ratona con el gran florero de cerámica antigua lleno de flores, que también se destruyó, brindándole un baño de claveles y agua podrida mientras graciosamente caía enredado en los papeles sintiendo el alboroto de los perros.

El cortinero de madera sólida al caer rompió el vidrio del espejo del pasillo y las dos luces laterales del living, antes de terminar violentamente el vuelo arriba de su cabeza. Él había quedado en posición fetal completamente mojado y envuelto en la cortina, con la punta de uno de los zapatos metido en la boca y un clavel inserto en su oreja derecha.

Como una tromba maullando enloquecdo, el gato le paso por arriba arañándole la cara en una carrera loca hacia la seguridad del patio. Al saltar sobre la mesada de la cocina a toda velocidad practicó una especie de “derrapada” de lado, tirando todos los platos, vasos, tazas y cubiertos que habían dejado secándose luego de la cena, antes de saltar por la ventana.

El portafolios terminó de rebotar contra una de los ventanales del frente rompiendo un vidrio, lo que disparó la alarma de la casa y vino a sumarse al coro canino de ladridos permanentes. Todo lo referido sucedió en un par de segundos.

Las luces de las casas de los vecinos se iban prendiendo una a una.

Totalmente convencido que a la señora no la convencería con ningún cuento, y moralmente destruido por los acontecimientos, vencido, dejó todo en el piso, con su pañuelo se seco la sangre que corría desde los rasguños del gato y resignado a su destino prendió las luces. (Al tocarse la cabeza notó un incipiente y doloroso chichón que nacía.)

Luego fue subiendo la escalera chapoteando con los calcetines empapados, calculando lo que le saldría arreglar ese desastre. Ya insensible miró como se empapaban en un charco sobre la alfombra del living, entre claveles y restos de cerámica, las doscientos cincuenta hojas de lujo membretadas del memo para Paris, en las que trabajó toda la semana,

Se paró frente a la puerta del dormitorio y antes de abrir respiró profundo intentando clarificar su mente, y se dijo a si mismo: “¡Calma tigre, mucha calma!. (Le llamaba la atención que la señora no hubiese salido alarmada con todo ese alboroto.)

Abrió y todo estaba oscuro.

Prendió la luz y vio una nota en la almohada.
“Viejo, me voy a dormir en lo de la nena que tiene al bebote con fiebre y me pidió que la acompañara, pobrecita, ella no entiende bien las cosas, es el primer hijo y sabes como disfruto nuestro nietito. Te llamé a la oficina pero siempre daba ocupado. Deje comida en el frizzer, es solo ponerlo en el micro. No te olvides mañana de darle de comer al gato antes de irte, yo voy a llegar tarde y me después me encargo de lo demás. Te quiero. YO.·”

Había sido pisarle la cola al gato y sucederse los acontecimientos uno tras otro como una fila de fichas de dominó cayendo.

Vio su cara en un pedazo del espejo que aún no había caído del marco y se tuvo lástima. Con una pata de la mesa ratona desecha lo terminó de romper mecánicamente y consideró que el cuadrito que estaba al costado -desde donde él mismo se miraba con cara de burgués satisfecho abrazado a su mujer y junto a los dos perros y al gato, - ese cuadrito al que no le había pasado nada en medio de esa debacle era una especie de traidor, así que también lo rompió de pasada, comenzando a generar una risita nerviosa, sintiendo un calor impresionante que se le juntaba en el estómago...

Los vecinos estaban todos despiertos y pese al ladrido de los perros y a la alarma que seguía sonando a las cuatro de la mañana lo sintieron clarito:

- “¡QUE SUERTE DE MIERDA, PERO QUE SUERTE DE MIERDA!!! ¡¡¡ME CAGO EN LA RECONTRA REPUTISIMA MADRE QUE ME RECONTRA MIL PARIO CARAJOOOOO!!!!!

Y si, fue pisarle la cola al gato y sucederse los acontecimientos uno tras otro como una fila de fichas de dominó cayendo.

La alarma continuaba sonando, los perros ladrando, los vecinos comentando.

(Por cierto, era una hermosa noche de verano, llena de estrellas.)

Texto agregado el 22-10-2006, y leído por 143 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-08-2008 No como tanto!! Sus 5*Buena narración da gusto leer. lovecraft
22-10-2006 perfecta noche de verano y estrellada!!!, fjajaj fabuloso, tus 5 * moonpink
 
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