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Barrientos



Barrientos miro al extraño con indiferencia. No era el primero que le decía lo mismo, le afirmaba lo mismo y finalmente no cumplía ninguno de sus dichos. No le dio importancia y siguió enfrascado en sus asuntos.

El extraño entendió el mensaje, ya le había sucedido en otras oportunidades, los pueblos pequeños eran similares, la gente también. Pero él siempre se las ingeniaba para convencer a estos ingenuos pueblerinos. Comenzó con una nueva perorata, cambiando la táctica de convencimiento.

Barrientos lo volvió a mirar, pero ahora le dio algo de atención, porque este individuo recién llegado a su villa le estaba resultando molesto.

El extraño noto el cambio de la mirada, vio que ya estaba entrándole a ese canario bruto, no se le escapaba ninguno de esos ejemplares, en unos minutos le sacaba terrible pedido. Siguió conversando en el sendero dialogal de que era la primera vez que llegaba a esa villa, un lugar tan apartado y carente, y por supuesto, también la primera vez que tenia el honor de conversar con alguien tan influyente en el departamento, que además entendería la importancia de la mercadería que le ofrecía y que...

Barrientos ahora lo miraba mas serio, ya no le era indiferente, ahora le resultaba francamente molesto y de lejos se veía que era un citadino de mierda, creído y sobrador.

El extraño vio la seriedad de la mirada y comprendió que ya lo tenía en el bolsillo, las defensas del canario estaban cayendo, ya estaba interesado en el asunto y cuando le dijera las bondades del fertilizante que le ofrecía, a precio excelente, en especial comprando por camión unas doscientas bolsas, y que lo podía pagar con cheques diferidos y que ...

Barrientos dejo el termo y el mate en el mostrador del almacén de ramos generales, miro fijo al extraño y dijo: “Vea, aquello atrás de las casas es mi galpón y allí tengo mas de cien bolsas de fertilizante que traigo de la ciudad, me resulta bueno y no preciso mas. Aquí es mi negocio y usté me tiene podrido con su palabrerío, y esto aquí abajo – se agachó y puso algo metálico en el mostrador – es mi Smith&Weson 38 con cargador lleno”.

La mirada ahora estaba congelada.

El extraño vendedor manejaba por la pésima carretera a mas de 100 kilómetros por hora, seguía sudando pese al frescor de la tardecita y mientras mantenía el volante con la mano izquierda, la derecha temblorosa tachaba con un marcador negro el pueblito del mapa.

Texto agregado el 22-10-2006, y leído por 105 visitantes. (0 votos)


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