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- No hay mejor espacio que aquel que eres capaz de hallar por ti mismo - me dijo aquel viejo ya sin casi dientes del que te hablé ya más de una vez. Y después se rió, te lo juro que se rió. Quizás fue porque yo creí que el espacio al que él se refería era algún círculo de amigos, una casa en los alpes suizos, un burdel o vaya a saberse qué. Pero, y esto ténlo por seguro para que después no vayas a pensar que el único loco de este mundo soy yo, esa risa me hizo entender que no se trataba de esa clase de espacio y lo entendí como si se me hubiese metido algo, no sé, una energía, un escalofrío, no lo sé, en mi espina dorsal, entonces me volteé para verlo otra vez (para ver si en verdad me había metido algo en la espina dorsal), pero él se puso a hacer alguna otra cosa habiéndose olvidado - en apariencia - ya de mí.

"En apariencia" - repito - esa frase me da miedo.

Aquella misma noche me encontré con Luis, que si tenía dos amigas, que si quería salir con ellos, que la curda, que los implantes, que la pondré de rodillas, que si me peino mejor, que si que me ponga aquellos zapatos - pura cordialidad, pues, como has de entender. Pero salí. Ya sabes. Sí, indudablemente, aquellas chicas bellas y buenas "que te cagas", pero cuyas cabezas parecieran ser un globo inflado con los ojos y los labios pintados. Entiendo a Luis. Me da grima su soledad, y sé que a él también le da grima la mía, pero son soledades distintas y creo que por eso es que somos amigos

- ¿Hablas? - me preguntó la que estaba a mi lado atrás en el carro.

- ¡Súbe la música Luis! - es lo único que se me ocurrió decir. Creo que ahora el globo era yo. Un globo bobo con falo. Bueno, es que ella se salió de la imagen que le adopté y fue eso lo que me asustó y de repente me sentí como un chico completamente perdido. Me volteé hacia ella y le respondí ¿De qué hablas tú? - Oh, hablo de todas las cosas de las que se puede hablar y también de las que no se deben hablar - ¿Como por ejemplo? - Ahora no, me respondió. Sé muy bien que quizás debería haber guardado silencio, pero para decir la verdad la cosa me gustó, despertó de un solo golpe un buen humor dentro de mí. Le tomé la mano. Llegamos a una discoteca, olvidé todas las palabras y nos pusimos a bailar. En medio del baile y del estruendo que no era desagradable, con ambiente de alcohol le pregunté su nombre, ya sabes, con la boca pegada a su oreja, me respondió algo que sonó a uirroibw. Moví tres veces la cabeza de manera afirmativa. "¿Quieres ir a hotel?" y desaparecí con ella dejando solo a Luis con su otra amiga, tomamos un taxi, llegamos a un hotel. "El espejo de la soledad".

Yo no sé cómo contarte esto: No, no nos desnudamos, no habría habido ningún problema en hacerlo, solamente no nos desnudamos. Por alguna razón extraña únicamente comprensible en Caracas llegamos muertos de la risa y nos quedamos riendo - no, no había marihuana, no era la "yerba" - sencillamente teníamos hambre y pedimos ya en la habitación del hotel algo de comer y mientras comíamos nos quedamos hablando y mientras más hablábamos nos poníamos interesantes, por lo menos ella para mí pero siento que también yo para ella, y fue todo tan intenso que ningun pensamiento típico del consenso se cruzó por nuestras cabezas, por lo menos en la mía y estoy seguro que tampoco en la de ella, me refiero a lo de mi novio, mi pareja o mi compañera. Esperamos en amanecer y todo fue muy bien. Por supuesto, tengo su teléfono. Pero no se trata de eso, es mucho más que eso... es entrar en conciencia de la equivocación.

Texto agregado el 22-10-2006, y leído por 104 visitantes. (0 votos)


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