Hay partes del cuerpo que cubren los dolores del alma. Hay una resistencia en nuestra piel que no permite el paso invasivo de las fuerzas contrarias a nuestra voluntad. Todos los componentes de ese cuerpo, cubierto por esa piel, experimentan diferentes cosas. Las manos por ejemplo están destinadas a sostener vientos, rostros, hombros, cabellos. Los pies están preparados para arder, para ponerse ásperos, para ser tan sensibles y quebrazidos. Los ojos están dispuestos a no dejar escapar objeto o cosa alguna, están expuestos a debilitarse, están listos para detenerse, fijarse en un punto.
Toda parte entonces de tu cuerpo estalla en quebranto cuando tu alma está triste, cuando se encuentra enojada, cuando la ira se hace irrevocable o cuando se inyecta por cada vena. Cuando eso sucede, tus ojos decaen, tu boca se reseca, tus dedos se enfrían y las articulaciones te resuenan, como si se partieran en pedacitos cuando las mueves. Tu espalda carga lo que no ven los demás, haciendo que en el tronco se repartan varios espamos. Muchas veces puedes quedar inmóvil. Sin que te aten con cuerdas o con cadenas, tienes nudos en tus músculos. Las imágenes se hacen borrosas, y te pareces a un televisor antiguo que genera señales decadentes.
Pero ese televisor, ese cuerpo, funciona.
¿Por qué funciona? Quizás por instinto de supervivencia.
Además de esos síntomas hay algo más. Cuando estás adolorido el cuerpo busca reactivarse, curarse. Pero cuando la enfermedad es interna, es emocional, las curas se vuelven complicadas. Son mezclas de lo tangible con lo intangible. Un abrazo (tangible) con cariño (intangible). Una acción o un objeto que genere una percepción aliviadora. Una carta (tangible) hecha con dedicación y afecto (intangible). Igual, los enfermos no siempre curan fácil. En el alma se es tan delicado y sensible que así como hay "organismos débiles" físicamente también se generan "organismos débiles" emocionalmente.
Pensaba en eso cuando le veía dormir. Deseaba que fuese inmune para sus destinos próximos, para sus vivencias futuras. Vacunarle en su corazón para que no sufriese de rabia momentánea, o que se contagiara de superficialidad emotiva. Ya le había visto arder en fiebre de caprichos, o también verle sufrir irritaciones severas en su voluntad. No quería verle pasando por una hemorragia figurada en sus pensamientos y su carisma. De cualquier modo, no tenía cómo protegerle. Yo solo tenía mi voz para acompañarle en la charla, mi incertidumbre frente a sus ojos. Así tuviera yo la medicina para sus males, tendría que tomarla de mí o tendría que tener ese don para entregársela.
Ahora no lo tengo. O eso parece. Si lo tuviese su cuerpo no estaría tan quejumbroso. El mío no estaría tan molido. Por ahora el mío pide dormir. Quizás mañana estemos curados.
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