Estaba allí, tendida en la cama del hospital, como desamparada, con sus manos huesudas y callosas, que acumulaban cientos de arrugas, las que no podían llegar a ser la muestra de todo el tiempo vivido o de los sufrimientos y trabajos de su vida, una breve vida de 81 años. Como solo ella sabía repetír -¿ sabes que edad yo tengo? Y ella misma respondía – Ya tengo 81 años, 81 años…
Fue una niña buena allá en el campo, de esa época contaba cosas graciosas, no quería agobiar a nadie con las tristezas de los recuerdos de su niñez, solo decía de vez en cuando. – Papaíto y mamaíta pasaron mucho trabajo para criarnos a todas…, todas hermanas hembras, seis hembras. Solo pudo estudiar hasta el cuarto grado.
Los miraba a todos con el cariño infinito de sus ojos ahora ya opacos y deslucidos por los años, allí estaban reunidos, el viejo, a quien tanto quería, sus hijos y sus nietas. Su rostro serio pero cariñoso parecía, al mirarlos, estar perdonándoles sus faltas.
De joven fue criada de las opulentas familias de la ciudad, tenía que trabajar, allí conoció la injusticia de comer lo que quedaba en la mesa de los señores y no sería útil para la misma al otro día y las múltiples vejaciones y humillaciones de que hacen objeto los ricos a sus criados. Cuantas arrugas de sufrimiento no acumuló su joven alma en esa época.
Luego se casó con el viejo, se quisieron mucho y muchos años, toda una vida.
Junto a la cama, el viejo, acariciaba su mano huesuda y áspera del trabajo como si con ello pudiera retenerla y ella lo miraba como lista para acariciar su cabeza y dedicarle una frase cariñosa.
Fundaron una familia maravillosa, los hijos lo fueron todo para ella, por ellos luchó largamente, con sus manos les cosía la ropa que les hacia de recortes comprados en las tiendas. Siempre tenían algo nuevo hecho por ella.
Su cabeza ahora descansaba con los ojos cerrados. Su cabecita canosa de pelo corto y ralo, ahora cansada y vieja.
La revolución fue una nota vigorosa en su vida. Se entregó a ella desde el primer día y lo convenció a el para que marchara a las milicias y sus manos prepararon sus uniformes para Girón, para la limpia del Escambray y para la crisis de Octubre y en los CDR y la FMC encontró su trinchera para luchar por su revolución.
Su cuerpo menudo, ahora lo era más por la huella de los años y descansaba allí en la cama lastimosamente.
Aquel cuerpo menudo se convirtió en vigorosa catapulta, cuando comenzaron a caer las bombas en Ciudad Libertad y aquellos atrevidos gusanos abrieron el balcón y comenzaron a gritar - ¡ Ya llegaron!. Entonces ella bajó a la calle y armada de piedras comenzó a apedrearles el balcón, mientras ellos se escondían. Después vino la recogida y ella los señaló como traidores a todos, sin un ápice de miedo.
Sus ojos se abrieron para mirarlos, juntos como siempre los había querido. Después los cerró por última vez.
Vivió siempre entregada a la revolución, a ella entregó sus hijos, uno militar, otro internacionalista, la otra trabajadora, federada, miliciana. Y ahora sus nietas, buenas estudiantes. Entregó su vida a lo más grande que conoció, la revolución.
Toda su vida había sido luchar por su familia y había llegado.
Y de pronto, ya, quedó dormida, descansada y tranquila para siempre en aquella cama de hospital mientras el viejo aún acariciaba su mano.
Por eso en su entierro el hijo mayor enfundado en su uniforme, como a ella siempre le había gustado verlo, dijo:
- La vida de mí madre puede resumirse en una frase, ella fue una mujer sencilla y buena.
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