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Zenaida, la negociante más exitosa de mi barrio no conoce las reglas del mercado moderno, ni la historia de este fenómeno que ha recorrido siglos de existencia. La verdad es que esto de traficar, cambalachar, trapichear es algo que el hombre aprendió desde muy temprano. La lista de productos es casi infinita y va desde hojas, animales, piedras y tejidos exóticos, pasando por indios, negros, niños, mujeres, colmillos de elefantes hasta llegar a los más sofisticados: medicamentos, drogas, ojos, CDS, armas...Mi vecina, a quien le tocó nacer en un lugar desprovisto de las mencionadas riquezas, un pueblo incógnito de esta isla inhóspita tirada al olvido en el medio del Caribe, únicamente mencionada como ejemplo no importa de qué, pues su ridícula existencia les sirve por igual a moros y a troyanos; donde lo único que abundan son sustantivos abstractos, del tipo: patria, moral, trabajo, revolución, ideología; ha tenido que convertir sus habilidades mercantiles en simple trapicheo. Es cierto que los cubanos nos vanagloriamos de nuestro ingenio, sin embargo, éste no nos ha alcanzado para intercambiar los “productos” antes mencionados y siempre acabamos apelando al tradicional comercio de arroz y frijoles.

Esta abundancia de revoluciones servida con escasez de pan no amilanó a mi creativa vecina que en un derroche de destrezas mercantiles se las ha arreglado para burlar todos los controles partidistas, sindicalistas, cederistas y así de forma sutil controlar todos los pocos víveres y comestibles de que disponemos por acá. Sus esfuerzos deben haber sido superiores a los de superman porque en cada cuadra hay un núcleo del partido que cuida de la salud ideológica de los ciudadanos enseñándonos a ser todos igualmente pobres y felices sin caer en el pecado de la ambición por el bienestar. En cada centro de trabajo funciona eficazmente un sindicato liderado por algún militante de renombre que nos hace creer que el sacrificio por el colectivo es nuestra mejor joya. También en cada manzana actúa el Comité de Defensa de la Revolución involucrando a todos los mayores de catorce años en reuniones y guardias que conservan las propiedades del pueblo: bodegas sin abastecer, escuelas con goteras, puestos médicos con aparatos y sin médicos, bares llenos de borrachos. O sea, miles de oídos y ojos gratuitamente alertas a todo movimiento o murmullo desde que te levantas hasta que te acuestas.

Zenaida, mujer integrada, vigilante y trabajadora vive en un lugar estratégico, un central azucarero con no más de 500 familias, rodeado por un sin fin de fincas campesinas. La bodega del mismo abastece a toda la población del batey y los campesinos de fincas aledañas. Estos últimos se ven obligados a desandar leguas a pie o a caballo, atravesar ríos y cañadas en tiempos de lluvia o sequía para buscar la cuota familiar de alimentos garantizados mensualmente por la magnánima Revolución Cubana, declarada socialista en 1960. Esta imprescindible remesa alimenticia está resumida a grosso modo a un pedazo de pan por persona. El uso de uno no es metafórico ni literario, es sencillamente real ya que el pan no es pesado y sí recortado a la hora de hacerlo según las necesidades del panadero de turno, pues él va retirando puñados de harina para hacer unos panes extras para su familia, para el vecino que le resuelve algo, para la fiesta de quince de la hija, sobrina, prima…, para el pipero que le guarda la cerveza una vez al mes y una larga lista de etcéteras. También se suman a la lista unas onzas de café, cuatro libras de arroz, media libra de sal, cuatro papas por persona, dos huevos, cuatro libras de azúcar, algunas magras onzas de picadillo de soya, dos jabones, medio tubo de pasta dental, tres perros calientes y otras pocas golosinas que sufren el mismo proceso de división-repartición aplicado por el panadero. Este es uno de los grandes avances del gobierno socialista en su afán por mantenernos iguales, vivos, educados, saludables y listos para vencer al enemigo que nos acecha. A decir verdad, no es para menos, cualquiera nos tiene envidia.

Zenaida vive en un barracón oscuro en el centro del central azucarero y administra las libretas de la gran mayoría de los consumidores rurales que no pueden dejar sus cosechas y sus animales todos los días para ir hasta la tienda a comprar los puñaditos de víveres que nunca llegan juntos. El mes entero es un goteo de productos, talvez para dar la sensación de que son muchos o quizás para que las personas hagan rendir los mismos durante el transcurso del mes; o sea, hoy llegó la papa, entonces se come puré, mañana llega el café, se bebe café con leche (si las vacas no están en celo o preñadas), pasado mañana la cena puede ser de pan con tortilla, luego se hacen albóndigas de soya o arroz con perro caliente. De tal manera pasa un mes tras otro, un año tras otro, un quinquenio tras otro, una década tras otra. Estamos tan imbuidos en la lucha por la supervivencia diaria que nos creemos que ésa es la única y más justa forma de vivir y ni siquiera nos plantearnos la posibilidad de un cambio. Además siempre aparece alguna Zenaida en la comarca que en un acto solidario propio de nuestra sociedad se encarga de aliviarnos nuestra existencia.

Esta vecina, un bello día se auto-delegó el sacro acto de las compras diarias. Agarra ella el manojo de tarjetas y adquiere lo que llega a la bodega, guardándolo luego con esmero hasta que los vecinos vengan. Se responsabiliza ella, además, por apostar en la bolita el número que se le antoje para cada uno de los vecinos y de guardar el dinero hasta que el dueño se persone. Así mi madre y los otros han ganado sin apostar y han perdido sin saber que han estado jugando. De esta forma van los colindantes unos tras otros a buscar sus víveres y pagar sus deudas de juego o de los productos comprados. Como la solidaridad es un asunto de alta moral entre nosotros, Zenaida no cobra nada por este necesario servicio comunitario. Por el contrario, ella se encarga a su vez de resolver todas las necesidades primarias de sus amigos, sabe quién consume azúcar y quién no, quién cambia el café por frijoles, las papas por sal, el alcohol por keroseno, el pan por croquetas y así ella va comercializando según las demandas de cada cuál. Entre tanto vaivén ella va recibiendo cosas de algunos o quedándose con cosas de otros, también recibe beneficios de los guajiros que siempre le traen botellas de manteca de puerco, chicharrones, orejas fritas, viandas y frutas que ella consume, vende o cambia.

Zenaida, sin hacer preguntas indiscretas deduce con facilidad qué tiene, qué no tiene, qué vende y qué necesita cada uno de sus amigos. Por esta razón ella también juega un papel fundamental en la economía de los campesinos. Al saber qué produce cada uno, ella va vendiendo las cosechas incluso antes de ser sembradas y va repartiendo entre ellos los pedidos: María quiere una chiva para los quince de la nieta, Juanita necesita un quintal de frijoles negros para noviembre, Pepe está desesperado por tabaco, Julia está buscando un guanajo para la noche buena. Cuando los pedidos son más delicados como carne de res o caballo, ella guarda su debida discreción. Le dice a la compradora: deja ver si yo me entero de algo te lo compro y te aviso. Rauda y veloz manda el aviso para el matarife diciendo: hay una señora interesada en lo tuyo, manda cuando quieras.

Claro que con tantas cuentas y tanto lleva y trae, mi vecina se vio obligada a dejar el trabajo. Para evadir problemas sindicales sobornó al médico de la familia; quien le hizo un certificado irrefutable de pre-difunta liberándola de su vínculo laboral de inmediato. Desde entonces ha vivido como una reina, desayuna leche, pan con queso y no le faltan ni carnes, ni viandas, ni frutas frescas. Se pasa el día sentada en su sillón abanico en mano calculando las necesidades de la vecindad y contando a todos los niveles falsos de su presión, colesterol, azúcar, albúmina. Desahoga con los más íntimos sus deseos frustrados de tener una tele a colores y un ventilador de fábrica porque no aguanta más el ruido del motor de lavadora de su ventilador casero. Se ha pasado estos últimos años con la cabeza hecha agua pensando en alguna estratagema infalible para realizar su sueño de consumo sin levantar sospechas entre los partidistas, sindicalistas y cederistas de la vecindad. A fin de cuentas ella vive de su humilde retiro médico que ni multiplicándolo por diez le daría para comprar la aleta del ventilador con que ella sueña.

Últimamente le ha dado incluso por proponerle un acuerdo a Pancho para inventar una mentira sobre la hermana que tiene en Miami y regar la voz de que la hermana lejana le ha mandado dinero y que él en agradecimiento a los muchos años de servicio le hará un regalo especial: ventilador y tele nuevecitos de paquete. Pancho, por su vez, no se siente muy seguro con ese pretexto porque tendría que tejer una mentira sobre quién trajo el dinero, su árbol genealógico, profesión, parientes en la isla, cuándo vino, cuándo se fue, quién lo vio, cuándo vuelve, a qué se dedica en Miami y todo tipo de información que se les ocurran a todos cuantos se encuentre por donde pase. Tendrá además que relatar exhaustivamente la cantidad de dinero recibido y el uso dado al mismo, recibirá algún que otro tenue pedido. Y el hecho de no responder o hacerlo evasiva o ambiguamente puede traerle enemigos indeseados que le pueden guardar rencor disfrazado de sonrisas y el día menos pensado sacarlo y hacerle pasar un susto. Se encuentra, entonces, Zenaida frente a una nueva batalla que es quizás más complicada que la de administrar las necesidades comunitarias. Tendrá ella indudablemente un gran entretenimiento que le durará cualquier cantidad de tiempo y con el cual gastará infinitas neuronas. Probablemente serán años o décadas al acecho del momento oportuno o quién sabe, si no muere sin ver su sueño satisfecho. Lo que está por venir es tan impredecible como la santa cuota mensual de víveres. La única certidumbre que nos acompaña en esta historia es que siempre hay una Zenaida en cada barrio y que se substituyen unas tras otras derrochando trucos e inventivas burladoras de miseria y escasez. Vendrá una suplente y traerá consigo otros sueños tan inverosímiles e imposibles como el de la protagonista de esta crónica.


Magalys 14 febrero. 04

Texto agregado el 20-10-2006, y leído por 110 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-10-2006 Realmente no soy de Cuba y he de reconocer que no conozco el tipo de vida que allí se lleva. Pero opino que tu crónica es un buen reflejo de lo que allí se vive. Realmente me ha gustado mucho. Alexxa
 
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