A veces no basta con gritar para desahogarse, sino que es necesario morir para volver a ser de nuevo, porque tenemos el alma demasiado ahogada.
Y en ocasiones desearíamos no ser quienes somos para poder ser por un instante totalmente diferentes, pero sin parecernos a nadie, siendo únicos. Y en esa nueva identidad cometer todos los errores que podamos, hacer todo aquello que nunca nos atrevemos a hacer, cometer esas locuras que solo son eso, acciones cotidianas de un loco al que no le importa el que dirán.
Pero todo eso no es posible, y es entonces cuando nos damos cuenta de la imposible libertad de nuestros actos, es cuando comenzamos a ahogarnos en la insignificancia de nuestras vidas, y nos cuesta reconocer las fronteras que tenemos impuestas para todo.
Ya sabes que no puedes ser otro, que eres quien eres, y debes aceptarte.
Y aún así, cada noche, yo rompo mis fronteras, entro en la locura de mi sueño, y soy cualquiera menos yo, creo y destruyo mis circunstancias, me atrevo a volar, a gritar, a cantar y recitar mis pensamientos, sin más cadenas que las que yo quiera ponerme, sin más mentiras que las que quiera oír y creer, sin más abrazos que los que yo quiera recibir verdaderamente.
Sin embargo, al igual que los besos, los sueños son también efímeros, y con el amanecer ambos se marchan para volver a renacer en la intimidad de mi habitación. Por el día ando como sonámbula, busco a Morfeo para que me rodee con sus brazos y poder morir entre sus caricias por unos segundos, por un instante...
El sueño me ha erigido su reina, y la realidad me ha lanzado entre sus escombros.
¿y sabes? A ti, que lees esto, quiero que sepas que cada día rezo para pedir que mi muerte esté más próxima, y así yacer en eso que llaman el sueño eterno...
Mientras tanto, si ves en una esquina llorar a un ser con rostro somnoliento, ignóralo, porque seré yo, perdida en esta realidad en la que me ahogo, y de la cuál, ni tú ni nadie puede salvarme.
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