(Parte III)
Cuando Lamborgini abrió sus ojos, miró de hito en hito y con una voz que no le pertenecía o que bien, era la suya, intentando adaptarse a la nueva textura de esos pensamientos que revoloteaban en su cerebro, pidió que se le trajera un buen vaso de vino. Peyo Malsanus se apresuró a cumplir con lo solicitado y cuando regresó con una copita de jerez, se la extendió al millonario que ahora vivía la existencia de Piedra Sin Nombre. Este probó el licor y haciendo un gesto de repugnancia, ordenó que se le trajera del peor vino y que hicieran desaparecer de inmediato ese licor para señoritas. El experimento había sido todo un éxito. Ahora era el momento de satisfacer el capricho de Lamborgini, es decir, colocar en la cabeza de Piedra Sin Nombre, la mente ambiciosa del millonario. Más tarde, en una inédita experiencia para la ciencia, dos tipos se contemplarían cara a cara, ambos poseyendo el pensamiento del otro.
Pedro Amadeus despertó y se sintió observado por un par de ojos de extraña fijeza. Quiso levantarse de inmediato pero su cuerpo debilitado se lo impidió. Cuando recuperó el entendimiento, un tanto perdido por la inconsciencia, pudo comprobar que quien lo miraba con tanta atención era un imponente búho. Antes que pudiera darse cuenta de nada más, una dulce voz se escuchó para llenar de tintineos la estancia. El búho se sobresaltó y escondió su cabeza bajo el plumaje. La voz pertenecía a Pietrina, una hermosa chica, hija de un modesto pastor que vivía en aquellas soledades.
La diligente chica, le sirvió un suculento almuerzo al científico y le contó que lo habían encontrado inconsciente y que de no haberle prestado auxilio, en ese momento ya no estarían conversando. Pedro Amadeus le agradeció todos los cuidados pero le explicó que debía acudir a una importante cita. Sí, le prometió a Pietrina que los recompensaría con creces. La chica sólo sonrío dulcemente y le dijo que para ellos la recompensa había sido verlo repuesto y con sus facultades intactas.
Piedra Sin Nombre se paseaba con gesto autoritario por la habitación. Pietro Lamborgini, en cambio, yacía arrumbado en un rincón, absolutamente ebrio después de trasegar varias botellas del peor vino. Cada uno vivía la situación del otro pero lo curioso era que ninguno de los dos se extrañaba de estar viviendo en un cuerpo ajeno. Esa era una gran complicación, puesto que cuando ambos regresaran a sus respectivas identidades, Lamborgini no tendría memoria alguna de lo vivido y por lo tanto pensaría que el experimento habría fallado. De ese modo, no habría recompensa y todo habría sido en vano. Los malévolos científicos se miraron unos a otros, ya que era indudable que algo no había funcionado. Concluyeron que era importante traer de vuelta a Pedro Amadeus y arrancarle aunque fuese a la fuerza todos sus conocimientos.
Entretanto, Pedro Amadeus preparaba una estrategia para regresar y para ello, se disfrazó de mercader. Así, podría actuar con toda tranquilidad y podría seguir de cerca los pasos de los bribones. Su venganza sería terrible, de eso no cabía ninguna duda…
(Finaliza por fin en la próxima entrega)
|