Y se fueron a la casa.
Ya todo estaba arreglado; sus padres no sabían nada, solo ellos y el silencio de sus actos. El la miró y le dijo q la amaba, ella sonriendo avergonzada corrió hacia la puerta. Estaba cerrada, pero tenían que entrar. El techo le sirvió de atajo y se lanzo al patio, se quebró el brazo, sangraba su pierna, pero nada importo, estaba adentro.
Cruzo toda la casa y le abrió la puerta, ella sentada ahí, callada mirando el cielo que se encaminaba a la oscuridad.
Extendió su mano y cruzaron el umbral de los sueños, juntos, eternos, en ese momento eran únicos.
Sus cuerpos se juntaron, se elevaron y fueron suyos. Sus labios tibios se entrelazaban y sus pechos se estremecían, su pelo se enmarañaba en sus manos, sus vellos se erizaban, su respiración cada vez más rápida hacia que en el aire existiera la magia, el anhelo de estar toda la vida juntos. Su piel mas suave que nunca ya era de el, su cuerpo, sus piernas, sus pulmones, su boca, hasta el mas mínimo detalle, ya nada era de ella; se había entregado, se lo dio todo lo amaba y el a ella.
Nunca fueron tan de ellos como esa tarde, nunca fueron tan amados.
Y llego el, sus ropas volaron, su miedo crecía a medida que su voz se acercaba, corrieron al exterior de la burbuja, se encontraban acorralados.
Le temían, lo odiaban, hombre de mal, la mentira existía, pero todo era hermoso aunque sus pechos apretados insinuaran lo contrario. Los vio, los encontró y se la quito. La arranco de sus brazos como un vil juguete, su gendarme, su único dueño.
Con sus ojos empapados del frío dolor de su alma, lo miro y le dijo que ella también lo amaba y se fue.
Allí quedo, solo, abandonado del recuerdo de ese maravilloso día en el que ya no era el, sino ellos.
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