Salgó del subterráneo. Las escaleras mecánicas me escupen hasta la avenida. Afuera, como siempre, esta lleno de gente que va y viene de todos lados.
Son las siete y todavía falta una hora para encontrarme con Gabriela. No quiero llegar primero como siempre y esperarla; mejor voy a caminar un poco.
Le arrojo una moneda en la caja al mendigo de turno, piso un cigarrillo que se consume solo en la vereda y empiezo a caminar sin rumbo.
Me detengo frente a la parada del sesenta, está comenzando a llover. Las gotas repiquetean sobre el asfalto como un "Punta y taco" sobre el tablado del Gitano Manuel.
Me subo el cuello de la camisa y corro a protegerme bajo el toldo de un quiosco, no soy el único; todos corremos, nos empujamos y apretujamos para esquivar al chaparrón .
De pronto huelo su perfume, sé que es ella. Trato de disimular que no está ahí, pero en vano. Adivino sus pechos fuertes y erguidos rozándome las espaldas; un cosquilleo trepa por mis piernas hasta el estómago y me hace temblar. Me doy vuelta hacía ella, nuestros ojos chocan las miradas.
Su pelo negro, mojado por el aguacero, le circunvala el rostro y migajas de lluvia le bajan por las mejillas hasta la comisura de la boca. Mis manos recorren sus caderas y se detienen en la cintura bajo la blusa, mis labios buscan su boca belfa y acarician los suyos...
La lluvia nos acompaña tamborileando una milonga sobre su paraguas mientras que, en lo de Paco, detrás de un vidrio empañado por la lluvia, Gabriela me seguirá esperando.

© Norberto Adrian Mondrik.