El ibis dorado se posó sobre un nenúfar y la corriente comenzó a arrastrarlo suavemente río abajo. A medida que se alejaba de la costa, iba tomando velocidad la improvisada balsa, mientras el sol rojizo del ocaso, recortaba la sombra nerviosa del ave sobre la superficie espejada del agua turbia. Hubo una sacudida violenta con una explosión de cientos de gotas, y después un estampido, fue un relámpago, nada más, luego el río volvió a mostrar su vastedad solitaria. Es conocida la debilidad que tiene el cocodrilo del Nilo por las carnes blancas con guarnición de vegetales.
El faraón contempló el espectáculo desde el balcón ribereño de su palacio veraniego, giró sobre sí mismo quedando de espaldas a la escena, se tomó la barbilla pensativo, y musitó en voz baja”: La creciente. otra vez la creciente....”. La corriente bajaba veloz e imperturbable arrancándole a la tierra todo lo que quedaba a su paso. Entre el vaivén del pequeño oleaje se adivinaban las figuras intermitentes de grandes maderos; ganado perdido; esclavos judíos aferrados a sus bolsas de dracmas; y pequeñas embarcaciones atestadas de deudos tratando de recuperar las bolsas de sus seres queridos.
Es sabido que el Nilo crece dos veces al año, regalándole a Egipto, después de las inundaciones, un campo fértil cuyo limo es rico en nutrientes y colonias de bacterias coliformes. Sus voluptuosas cosechas se acopiaban en grandes graneros para ser distribuidos, equitativamente, entre la población durante el año. Aún en nuestros días, es casi imposible igualar las propiedades fertilizantes del barro del Nilo. Quizá la mejor aproximación a esta maravilla natural, fue desarrollada en la Universidad de Kingston (Jamaica). El equipo dirigido por el profesor ítalo-libanés Pass Al Fassoli, logró un excelente fertilizante basándose en estiércol de vicuña; cerveza brasilera; y picadura de billetes de curso legal argentino, fue bautizado con el nombre de Grela Sudaca, y aseguran que esta dando muy buenos resultados en el cultivo del sorgo de Alepo en el desierto de Obi.
Aunque los beneficios prodigados por el cauce madre eran grandes, también lo eran los desastres que provocaban las inundaciones en las construcciones semi-permanentes de la costa. Todos los años el estado de Egipto pagaba fortunas para reponer los destruidos muelles; atracaderos; colonias pesqueras; y pequeños entablonados que funcionaban como centros expendedores de bebidas, donde los adolescentes y jóvenes de la nobleza se recreaban durante las fiestas lunares.
Para contrarrestar las consecuencias no deseadas de las crecientes, el faraón Honoffis I mandó a construir una imponente presa al sur de Menfis, cuyo fin era regular el curso del Nilo. Aunque funcionaba bien durante las temporadas estables, cuando se prolongaban las estaciones de lluvia en Uadi Halfa, la masa de agua entrante superaba la capacidad de la presa y, se veían obligados a dejar las compuertas abierta para que esta no sea destruida. La inundación resultante tenía efectos más nefastos y virulentos en las zonas bajas. Los cadáveres se contaban de a miles desde Gizeh hasta el Mediterráneo. Según un manuscrito de la época, los cocodrilos del delta morían entre horribles convulsiones, sobrealimentados.
Honoffis II sucedió a su padre como faraón plenipotenciario de origen divino sobre el Alto y Bajo reino. Decidido a terminar con el flagelo de las inundaciones, contrató los servicios del sabio gonorreo Valvactur, famoso por haber controlado el flujo de aceite de oliva extra virgen desde Tesalónica hasta Samotracia. Valvactur ideó un ingenioso sistema de transporte inteligente, los carros de aceite eran tirados por filósofos en lugar de bueyes.
El faraón dio al gonorreo amplios poderes, y puso a su disposición, el presupuesto anual del reino. La primera medida de Valvactur, fue instalar un puesto de observación aguas arriba. El lugar elegido, fue un canal estrecho bordeado de barrancas altas en las cercanías de Abú Simbel. Su idea era conocer con anticipación la evolución de las lluvias y su tiempo de desagote hacia el cauce central, para poder regular así, el flujo saliente a través de la presa. Al mando de este puesto de avanzada Valvactur puso a su viejo amigo, el sumerio Ben Turis, también conocido como “El sabio de la vena contraída” por su eyaculación precoz congénita. Para transmitir con celeridad los cambios de alturas observados en el puesto, Ben Turis contrató a los jinetes de camellos más destacados del oriente medio y formó, también, la cuadra camellera más formidable de la región: setenta y cinco reservados de la mejor sangre. Llamó a este equipo “Los informantes”; trazó un camino en línea recta desde Tebas a Menfis, y dispuso de todas las facilidades para que los informantes transitaran sin inconvenientes.
Sacerdotes y escribas se reunieron para registrar la salida del primer informante desde el puesto de Ben Turis, la fecha coincidió con el temporal de lluvia y granizo más grande de las últimas décadas. El informante elegido fue Al Fid Bhak, y su camello “El Zurdo”, corría cuatro estadios en veinte segundos (4-20 para el registro). Al Fid Bhak partió con la información precisa, el río crecía doce brazas por hora, y llegaría a Menfis en dos días un caudal de agua igual a un tercio del reino. Corrió por el camino a toda velocidad, exigiéndole al Zurdo su máximo potencial de entrega. Dejó atrás a Tebas, Jizha, Luxor, el valle de Isis, y al llegar al Pasaje de la Tukah, encontró un caserío no registrado en su ruta de viaje, donde decidió abrevar al Zurdo y comer él mismo algo. Los pobladores de la pequeña aldea salieron a su encuentro exultantes de emoción, por ser partícipes activos del histórico evento. Ofrecieron al Zurdo el mejor forraje del valle, y prepararon fastuosos manjares para Al Fid Bhak. Trajeron dos cántaros de vino de Rodas y aguardiente de Fenicia. Una vez satisfecho, el informante se excusó ante los presentes dispuesto a seguir viaje, pero los pobladores insistieron en su permanencia e improvisaron una banda musical que, inmediatamente, comenzó a interpretar los éxitos de la época.. Un grupo de doncellas descalzas, de cortas túnicas y largas trenzas, comenzó a bailar danzas rituales eróticas. En un descuido de todos, y al amparo de la noche, el Zurdo se despachó medio cántaro de vino y cayó de costado despidiendo borbotones de espuma violácea por el hocico. Mientras tanto, Al Fid Bhak, meneaba frenéticamente sus caderas al ritmo de la pegadiza música, mientras se despojaba de sus ropas hasta los lienzos más íntimos. Despertó a los tres días de un coma hepático, y alcanzó a ver a los pobladores enterrando al Zurdo junto a la fuente de la plaza principal.
Valvactur esperaba, y en su espera se translucían sus temores y esperanzas más profundas. En juego estaba algo más que una solución hídrica para Egipto, su orgullo intelectual y su voluntad de trascender en el tiempo, perturbaban su pecho y la preclara capacidad de análisis estaba algo obnubilada. El informante no llegaba, y todo el valle del Nilo había apostado sus mejores esfuerzos y ahorros en pos de una cosecha fuera de temporada. Los nobles propietarios y los pequeños labradores, habían invertido todo su capital y sacrificio en espera de un lucro transgesor prometido por el mismo dios viviente: El Faraón.
El gonorreo oteaba el camino esperando distinguir la figura ágil del informante, pero lo único que se percibía, era el rumor gutural del río creciendo desde lo más profundo de su cauce.
La gran ola llegó desde el sur, y la ribera de Menfis fue arrancada de sus cimientos y arrastrada más allá del delta, para ser depositada, al fin, en el lecho profundo del Mediterráneo – algunos arqueólogos modernos creen ver en estas ruinas subacuáticas, los restos del continente perdido de la Atlántida-. La pared de agua, estimadas por algunos en treinta y cinco brazas, destruyó no solo las zonas cosechables de la ribera, sino también, las pirámides bajas del valle de los reyes, los graneros, y el palacio veraniego del faraón. Un quinto de la población murió ahogada, y se perdió la totalidad del ganado de ivernada. Proliferaron las pestes incubadas en el barro residual, y las plagas de insectos atraídas por la podredumbre, destrozaron las petunias de los jardines reales.
Hubo innumerables pedidos de linchamiento para Valvactur y sus séquitos, pero el faraón decidió esperar, tal vez algo cómplice, la defensa del sabio. Cuando el informante fue ubicado, y las causas del desastre, dilucidadas, las medidas ejemplificadoras no se hicieron esperar. La banda musical del pueblo fue degollada públicamente, y el informante fue empalado y momificado en esa posición a la vera del camino. Desde aquél momento, la ruta de los informantes se conoce con el nombre de: “El Camino de la Banda Muerta”.
Para evitar la repetición de este tipo de hechos en el futuro, Valvactur dispuso de un control estricto de tiempos y distancias para los informantes. Fueron establecidos puestos intermedios de control y registro de paso todo a lo largo del Camino de la Banda Muerta. Cuando un informante llegaba a un puesto, era intimado y amedrentado por un grupo de guardias para seguir camino perdiendo así, el menor tiempo posible. Esta situación tendiente a minimizar la relación causa-efecto, degeneró en el hecho que los informantes, imposibilitados de recorrer los cuarenta y cinco mil trescientos estadios de camino sin detenerse, idearon un inteligente y tramposo sistema para la transmisión continua de datos. Mientras un informante se presentaba ante Valvactur en posesión de una información ya superada, otro informante lo esperaba y relevaba desde un puesto oculto en las cercanías de Menfis. La información portada por este último era empírica, y se estimaba de acuerdo al sentido ascendente o descendente de la última. De esta manera, ganaban tiempo hasta que la última información veraz llegaba al puesto oculto. Como resultado de esta situación, el flujo de información en manos de Valvactur era tan aleatorio como cambiante de acuerdo a la cantidad de datos acumulados en el puesto de los informantes-(este enigma por mucho tiempo irresuelto, fue descifrado recientemente por el arqueólogo inglés Sir Andrew Damping)-.Como consecuencia de esta situación de datos sucesivos y valores alterados, la presa era constantemente abierta, cerrada, y colocada en posiciones intermedias. Los resultados aguas abajo, eran tan inestables como imprevisibles.
Una soleada y calurosa tarde primaveral, Honoffis II quiso demostrar sus dotes clavadistas ante sus diecinueve esposas y cientos de familiares y amigos. Tomó considerable carrera y saltó las veinticuatro brazas de altura que hay desde el bacón del reconstruido palacio veraniego hasta la margen del Nilo. Las aguas se retiraron de repente y el faraón quedó enterrado de cabeza en el barro hediondo del fondo expuesto, solo se distinguía el movimiento agitado de sus pantorrillas.
Al enterarse de la situación, Valvactur tragó saliva, apretó sus mandíbulas, y contrajo su esfínter. Debía encontrar una pronta solución al problema hídrico, o el futuro de su masculinidad estaría comprometido más allá del dictado de sus hormonas.
El sabio gonorreo y sus séquitos, comenzaron a ensayar diferentes e incontables alternativas para el control de la presa, pero todas culminaban en frustrantes y rotundos fracasos. Cuando parecían estar agotadas todas las posibilidades y el proyecto, condenado a ser la más humillante derrota secular de Valvactur, alguien le sugirió consultar el oráculo de Amón Creuss, el dios del verso, también conocido como Opa-Opa, o luz de los idiotas. Es representado por una efigie con cuerpo de quelonio, cabeza humana retráctil, fauces de batracio, patas de chacal, y culo de meretriz principiante. Ofrecieron al dios sacrificios y holocaustos durante siete días seguidos, y durante una ceremonia ritual, Valvactur tuvo una visión difusa entre la nube de hachís que se quemaba en el incensario: Una corte de ancianos, un guerrero y Ben Turis, estaban caminando en ronda y tomados de la mano, todos vestidos de ninfas emplumadas con una flor de loto apretada libinidozamente entre los dientes, mientras un aedo entonaba una vieja canción obscena. De repente uno de los ancianos le ordenaba a Valvactur colocar la presa en una posición de apertura precisa y éste caía de bruces sobre el piso derramando lágrimas con forma de testículos.
A medida que los efectos del alcaloide oriental milenario iban desapareciendo, Valvactur se apresuró a anotar sobre un papiro la visión. Cuando terminó de escribir, el papiro se levanto entre todos los presentes y recién entonces tuvo cuenta que había escrito sobre la espalda del sumo sacerdote del templo, arruinándole la túnica ceremonial de lino persa con bordados de oro.
Después de pagar los doce mil dracmas por la túnica del sacerdote, Valvactur clavó la prenda sobre una tabla y la colocó en la cabecera de su despacho. Allí pasaba horas tratando de descifrar el significado oculto de aquella visión y mandó a realizar numerosos intentos por aplicar el mensaje metafísico de la misma, pero todos fracasaron.
El intento cuadragésimo tercero por automatizar la presa (43AP por sus siglas), coincidió con la llegada de un interventor enviado por el faraón, que estaba preocupado por los magros resultados de su abultada inversión. El interventor era un general de armas del ejército real, cuyo gran valor fue demostrado en las guerras contra los cananeos y los hititas. Era un guerrero esbelto, de facciones angulosas y muy deseado por todas las mujeres de la corte, su nombre era Abilset Pohin (el del gran valor deseado), y su misión era informar las necesidades hídricas del faraón. Los emisarios de Ben Turis, ya más controlados, confrontaban sus datos con los manifestados por Abilset Pohin y las discrepancias resultantes, eran dirimidas por un consejo de sabios, escribas, y matemáticos ancianos que transmitían sus mandatos a Valvactur para colocar la presa en una posición de apertura determinada y unívoca. Al principio el caudal del Nilo fluctuó abruptamente, pero las sucesivas oscilaciones fueron decreciendo paulatinamente y, a la mitad del tercer mandato, el flujo del Nilo fue estable. El sistema funcionaba, y aunque aguas arriba la altura del río variaba, el caudal saliente de la presa estaba tan calmo como un estanque.
Valvactur sonrió satisfecho, luego se tiró de espaldas sobre los planos, papiros, y maquetas apilados en su despacho y aulló en un alarido interminable. Sus asistentes festejaron la ocurrencia imitando el aullido del jefe y pronto todo el edificio se convirtió en una caja de resonancia saturada de sonidos sobreagudos. Nadie se había percatado que el vástago filoso de una esclusa en miniatura se había clavado en el hombro de Valvactur destrozándole la clavícula. El faraón llegó saltando rebosante de alegría y dando palmas, cuando vio al gonorreo entre sus séquitos, se abalanzó sobre él y lo rodeó con un fuerte abrazo. Honoffis no dejaba de prodigar bendiciones y alabanzas para el sabio sin soltarlo, Valvactur crujía sus dientes por no gritar y sus mejillas se cubrían de lágrimas. Confundiendo dolor con emoción, el faraón comenzó a organizar los festejos por el éxito del proyecto, acariciando comprensivo, casi maternal, el barbado rostro del gonorreo.
Al ser consultado Valvactur sobre las preferencias festivas del personal interviniente en el proyecto, no dudó en responder que éstas estaban relacionadas con el largo periodo de abstinencia sexual y con la ley seca imperante en los campamentos de los frentes de trabajo. Buen entendedor, el faraón tomó nota y se retiró hacia la sede real para disponer todos los preparativos del evento.
La celebración tuvo lugar en el templo de Anubis, el más grande de Menfis, y los agasajados fueron llegando en grupos pequeños al caer la tarde. Iban vestidos con sus mejores lienzos, y estaban perfumados con óleos y esencias exquisitas del Líbano. En el gran salón principal se habían dispuesto largas mesas cargadas de bronces decorativos y cubiertas de finos encajes de lino, los manjares iban siendo traídos a medida que los comensales se iban ubicando, y una orquesta de ciento veinticinco integrantes derramaba un tul de acordes y armonías envolventes. A la cabecera estaba sentado el faraón, a su derecha, Valvactur, después Ben Turis, Abilset Pohin, el consejo de ancianos, los informantes, y después de mayor a menor jerarquía y en sentido antihorario, se ubicaban los trabajadores del proyecto.
Para beber se habían acopiado cinco carruajes con vino de Judea, dos de Rodas y veinticinco barriles con aguardiente de Somalia. Los depósitos de agua del templo y la piscina bautismal, fueron llenados con cerveza autóctona, la mejor de aquellos tiempos. La reunión transcurrió en un marco de cordial camaradería, condimentada con innumerables y jugosas anécdotas, y risueñas ocurrencias de los participantes. A un golpe de palmas del faraón, se corrió el cortinado que ocultaba la imagen imponente de Anubis, y un grupo de trescientocincuenta doncellas de la más variada procedencia, hizo su aparición sobre el escenario. Comenzaron a bajar hacia el salón principal danzando sensualmente, aproximándose hacia los comensales y rodeándolos. A otro golpe de palmas del faraón, las doncellas se sentaron una a una sobre los regazos excitados de los presentes. Los rostros duros de los trabajadores, curtidos por mil tempestades, fueron mutando en gestos balbuceantes e infantiles, mientras la pegajosa baba que caía desde la comisura de sus bocas, deja sobre el piso de mármol una nauseabunda alfombra.
Las mujeres eran realmente hermosas. Las había de todas partes: estaban las doncellas de Canaan, blancas y dulces como el maná del desierto; las voluptuosas sacerdotisas de Caldea; las indiferentes pero bellas guerreras de Lesbos; las atrevidas y divertidas bailarinas de Corintios; y también estaban las meretrices de Sodoma, hembras de pequeño busto, extrañamente fuertes e inteligentes, con una sospechosa sombra de vello facial.
La otrora tranquila reunión de camaradería fue degenerando, con el transcurrir del tiempo y de los odres, en la orgía más espectacular y generalizada que se tenga registro. La masa humana apiñada como una bola de gusanos, se retorcía entre gemidos y susurros, y de ella se desprendían humores obscenos mezclados con alcohol y restos de comida.
La fiesta se prolongó por nueve días, hubo doce muertos y un sinnúmero de embarazos múltiples. A su término, los más exaltados quisieron seguir la parranda en otro sitio. El lugar elegido fue un lupanar del bajo fondo en el parador conocido como Las Campanas, su nombre era “La Ternera”ya que el propietario aseguraba que en ningún otro lugar se comía carne más tierna.
Aquél grupo de valientes dio origen a la secta milenaria de“El Culto de la Ternera”que, desde aquellos tiempos remotos hasta nuestros días, identifica a la elite constructora más representativa del orbe, y que tiene en nuestro país, doce apóstoles misioneros.
Este relato no tiene más pretensiones que ilustrar acerca del origen del control analógico de procesos y, seguramente, puede ser maliciosamente comparado con otras teorías circulantes. Pero en honor a la verdad, la evolución de los proyectos posteriores al del relato, está plagada de informaciones y matices realmente jugosos; pero eso, amigos, es otra historia.
FIN
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