DOCE
Y lo peor de todo es que te entiendo, que me doy cuenta que no puede ser de otro modo, por el momento, habría que escribir, peyorativamente, “por el momento”, entre comillas, ¿qué significa “por el momento”? ¿qué “momento” aún nos falta por vivir hasta que, por fin, te quedes a dormir conmigo, y te lleve de vuelta, digamos, a las ocho de la mañana? ¿y qué “momento” más largo aún nos falta por vivir para que duermas conmigo y te lleve desayuno a la cama, y podamos volver a dormir abrazados hasta que se nos dé la gana?, no sé si tendremos respuesta para estas preguntas, al menos en el corto plazo, yo, al menos, no la tengo, y ahora inicio un nuevo día en la oficina, sabiendo que no recibiré tu llamada de las ocho y media, cuando ya has mandado a los niños al colegio y tomas desayuno, sola tú también, antes de entrar al baño para irte a la oficina, pero ahora debes estar desembarcando en Nueva York, espero que te haya acompañado el agua mineral que te compré, como magro regalo de viaje, y que los cri-cri te endulcen tus días, allá, tan lejos, mientras yo sigo acá mis rutinas diarias, tratando que estos días sin ti pasen rápido, para estar el viernes recibiéndote en el aeropuerto, casi como si no hubieras viajado, casi como si estos días no hubieran sido más que otro intervalo, esta vez sin celular para hablarnos y para mandarnos mensajes, anoche, después que te fuiste, te mandé varios, pensando que quedarían en el aire y los recibirías cuando llegaras, como un regalo anticipado, pero no, porque en la madrugada me despertaron los mensajes que me decían que no los habías recibido, se perdieron en el aire, y ni siquiera te pude mandar un correo, porque la conexión a internet no funcionó, como si toda la tecnología conspirara para que sintiera todo lo lejos que estás, para que cuando tú, si por casualidad revisas correo en el hotel o donde sea, pienses que no me he acordado de ti, cuando lo único en que he pensado es en nosotros, en ti, Antonia, tan lejos de mí, tan lejos como lo más lejos que has estado de mí, como en esos treinta años sin ti, ahora serán tres días sin ti, pero tan lejos como en esos años, y nuevamente, cuando vuelvas, te miraré como en esos años, como si todo fuera de nuevo, ¿serás realmente tú a quien yo recibo, serás realmente la Antonia Sarowski?, ¿qué me prueba, en esta oficina, que lo nuestro es de verdad? ¿qué objeto, qué foto en mi escritorio?, pero sí, desde el tarro de los lápices un mapache me mira, detrás de sus anteojos negros, con tierna curiosidad, es el mapache que tú me trajiste cuando fuiste a Canadá el año pasado, también podría revisar el computador recién reformateado y encontrar tus fotos, las muchas fotos tuyas que tengo, en el Paine, en Buenos Aires, en Viña, en Puerto Saavedra, en Copiapó, en tantos lugares en los que hemos estado en estos cortos pero eternos veinte meses, pero ya es de noche, el día pasó bastante agitado, estaba en La Sebastiana viendo el nuevo proyecto, cuando me llamaron de la oficina para avisarme que la Quenita había tenido un accidente, se había caído en el supermercado, tuve que interrumpir la reunión y correr a Viña, preocuparme de que le tomaran radiografías, que la revisara el médico, comprarle remedios, dejarla reposando, servirle almuerzo, ponerle una bolsa de hielo en la tremenda contusión que le quedó en la cabeza, asegurarme que estaba bien, llamar a mi hermano, atrasarme con la universidad, al fin y al cabo madre hay una sola, con el favor de Dios, ya no tengo padre, el Señor nos lo dio, él por su cuenta decidió marcharse, igual que mi hermano José Domingo, mayor que yo, se quitó la vida a los diecinueve años, siempre he pensado que esos suicidios me marcaron para siempre, me condenaron a no contar con esa alternativa en caso de urgencia, ya es mucho, dos suicidios en tu familia directa, eso no lo aguanta ninguna familia, no lo aguanta nadie, no puede volver a suceder en mi familia, no puede, nadie podría volver a darle ese dolor a mi madre, nadie puede volver a darme ese dolor, yo no podría darle ese dolor a nadie, cada cual arrastra dolores sin cuento ¿verdad?, tú tan joven teniendo que dejar a tus padres, luego de padecer todo lo que pasaste en manos de la dictadura, marcharte lejos, sin poder volver en tantos años, te he dicho que para mí no podría haber peor castigo que el exilio, y es verdad, soy demasiado arraigado en esta tierra que tan poco ofrece y que tan duro trata a sus hijos, pero perder a mi padre y a mi hermano de un modo tan terrible, mi hermano cuando yo tenía diecisiete años, el 72, estaba en segundo año en la escuela, y ya te había visto, pero no tú a mí, y no podías acercarte a darme consuelo, mi hermano mayor, sólo diecinueve años, y luego pasaron veintitrés años, cada año mi padre muriendo un poco, hasta que decidió morirse de una vez por todas, en 1995, un día 22 de marzo, ¿cómo olvidarlo si era el día de mi cumpleaños, el número cuarenta, por añadidura?, pero yo sé que el no lo hizo en esa fecha a propósito, yo sé que mi padre me quería mucho, pero no podía más con veintitrés años de dolor acumulado y contenido, que lo fueron haciendo cada vez más retraído, así es que ese año no celebré mis cuarenta años, por supuesto, pero sí de ahí en adelante los celebré todos, y servían, año a año, para olvidar que en esa fecha había muerto mi padre, mejor celebrar la vida y no recordar la muerte ¿verdad?, este año, mi primer año fuera de casa, lo iba a celebrar contigo, y con nuestros amigos, ya se estaba organizando, pero se le ocurrió morirse al Richard Rivas y de nuevo, como nueve años atrás, dejé de celebrar mi cumpleaños por una muerte, terminé tomándome un café con Lucho y Jean Pierre en el centro, hacía muchos años que no pasaba un cumpleaños tan triste, pero en esos días también nosotros estábamos de cumpleaños, el 24 de marzo, un año de amor, también el cumpleaños de mi hijo mayor, veintiún años, tantos cumpleaños juntos, como mucho, antes también celebraba el cumpleaños de la Rosario, el 21 de marzo, imagínate, pero el próximo año aunque se muera no sé quién celebraré mi cumpleaños, cincuenta años sólo se cumplen una vez, y nuestros dos años de amor ¿verdad?, y tú estarás conmigo, y mi regalo de cumpleaños será llevarte el desayuno a la cama, y luego volver a dormir, abrazado junto a ti, y te lo advierto, no se admiten excusas, dormirás conmigo, sin derecho a reclamo, dormirás conmigo, como duermes cada noche, incluso esta noche, estando tan lejos, llegaste a mí con tu amor, me llamaste desde Nueva York, princesa amada, hace cinco minutos ¿cómo no amarte, Antonia Sarowski?, esas son las cosas que pueden hacer feliz a un hombre, ahora ya puedo sentir que estamos más cerca, ahora puedo sentir que yo estoy un poco en Nueva York contigo, así como tú te viniste a Viña un poco, a mi lado, puedo sentirte junto a mí, y puedo sentir ese frío rico que me dices que hace en Nueva York, y que ahora no se me hace tan extranjero, porque tú llegaste a mí, yo también, más temprano, pude enviarte dos correos, y otro ahora en la mañana, es el único medio para estar cerca de ti, y lo voy a ocupar tanto como estés lejos, tendrás tu correo el miércoles y el jueves, y capaz que también el viernes, antes que salga para Santiago a buscarte, estaré ahí, a tu disposición para cuando puedas revisar tu correo, me acuerdo del año pasado, en junio, cuando viajaste a Canadá, y era nuestra primera separación larga, y yo estaba muy triste, tanto como he estado en este viaje, y no dejé pasar un solo día de tu ausencia sin escribirte, sin enviarte una historia o un cuento, y hasta algunas fotos mías, pensar que por esos correos Alfonso nos descubrió, jamás habría pensado que te revisarían la correspondencia, qué ingenuidad, Alfonso leyó todas las tonteras que te escribí, todas las aventuras que inventé, los poemas, todos los personajes que hicieron su aparición, me vio en fotos de cerca y de lejos, de frente y de perfil, hasta volando en parapente, y cuando lo supe me invadió una sensación de malestar insoportable, no porque tu marido se hubiera enterado de lo nuestro, sino porque un extraño había leído lo que era sólo para ti.
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