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Conticinio para amar a una monja



“(…) volcán más soberbio que en la tierra
gigante erguido intima al cielo guerra (…)”





Ante el fastidioso sonsonete del tic-tac del reloj, eterno medidor del tiempo, me apresuro a escribir estas palabras, “aunque no debiera”(1).

“No debiera”, porque el personaje de este tema, si bien no pertenece a la ya tantas veces mentada península ibérica, sino a esa otra España, de esta otra parte del mundo, merece un mejor criterio que el nuestro y un mejor análisis.

Pero que conste aquí, que no lo hago porque me impele la sangre que golpea en mi pecho, ni por el afán de despertar en mí lo que tengo a bien de llamar mío, ni siquiera porque me haya contagiado del espíritu incontenible de las fiestas patrias.

Simplemente, si esto lo llevo a cabo, es debido a la necesidad imperiosa de querer expresar, a lo largo de estas hojas, mi abatido sentimiento a quien yo tanto quiero. Mujer que no se me desprende, sin que ella lo pretenda, de esta boba e inútil alma mía. Que la intención valga sólo por el dulce amor que le tengo y por las ganas de ser uno más de los que depositan una rosa sobre la estela de su anónima tumba.

No procuro dármelas de cursi y mucho menos de erudito. Mi intención no es superar a otros que han hablado con mejores fundamentos acerca de ella. Tampoco aspiro a ser un vulgar pretencioso o un soberbio petulante que quiera mostrar al mundo lo que cree haber descubierto en un poema tan conocido y estudiado. Lo que diré ni es nuevo ni es cosa que valga la pena llamarse innovadora.

Repito, mi intención no es compararme con esos hombres y mujeres que tanto saben de su época, de su vida y de su obra; sencillamente, deseo que se me permita introducir también mi cuchara en ese caldero sin fondo del que es posible sacar todavía sopa de otras pastas. Si mis limitadas observaciones son buenas o malas no importa, lo que tiene para mí importancia, lo que verdaderamente vale, es lo que siento y lo que yo quiero señalar de ella; de esa sor Juana Inés de la Cruz a la que ambiciono y pido llamar mi Juana Inés.

La Juana Inés que no tiene otra puerta de escape más que su siempre intranquilo sueño.

El sueño, es un tema recurrente y hasta repetitivo durante el Barroco por su aparente aspecto de muerte en vida. El Barroco no permitía otra forma de merodear entre las cosas si no es por medio del sueño, proceso individual al que nadie tiene acceso salvo el mismo que sueña; y en esa letanía, cualquiera puede liberar, sin peligro de ser señalado (a menos que se tenga la pésima suerte de hablar entre sueños), sus más secretos anhelos y sus más secretas angustias.

El Barroco fue un período en que la curiosidad era totalmente reprimida, y sólo pudo expresarse con mayor, y a la vez, no tanta legalidad, a partir de las referencias clásicas; utilizándolas como metáforas doblemente ocultas, pues el Barroco nunca dejó de ser una mentira aparente y una verdad profunda: “Los motivos decorativos mitológicos greco-romanos, que habían perdido todo carácter funcional, fueron también traídos a cuento ahora por dos poderosas razones: para justificar una cierta sensualidad artísticamente necesaria y para mitigar el horror de la muerte, artísticamente deseable”(2).

Nuestro mayor impedimento para juzgar las obras del Barroco en general y este Primero Sueño de sor Juana en particular, es el tiempo. Nosotros apreciamos y percibimos ese arte desde nuestra propia perspectiva partiendo, con gran desventaja, de nuestros propios prejuicios de seres pertenecientes a los últimos y primeros años de los siglos XX y XXI. Con esto, no quiero decir que es ya imposible, por la inmensa distancia, examinar dichas obras; sino simplemente, que a veces nos olvidamos, algunos, que el Barroco tiene por marco indisoluble la ideología predominante de la Iglesia católica, apostólica y romana.

Sin embargo, como alguien dijo, no recuerdo quién, así como el Barroco europeo es el arte de la contrarreforma; nuestro Barroco, el Barroco novohispano, es el arte de la contraconquista. Por ello, queremos ‘analizar’ este poema de sor Juana por ser, además de su mejor obra [“no me acuerdo haber escrito por mi gusto sino un papelillo que llaman El sueño”(3)], un documento en el que ha manifestado sus más callados temores y sus más ansiosos deseos.

En pocas palabras, el Primero Sueño, es su mejor y más grande pesadilla.

“Los motivos barrocos más serios se refieren a reflexiones sobre la vida, el hombre y el paso del tiempo”(4), y sor Juana no pudo escapar, sobre todo ella, a estas reflexiones. Así como Góngora es el artífice de la metáfora, así como Quevedo es el poeta inconforme, así como Lope es el monstruo de la idea; así sor Juana, aunque parezca vana presunción decirlo, es la síntesis por excelencia del Barroco; es la primera y última oportunidad que tiene el pensamiento de liberarse de la prisiones que el hombre y el cuerpo le han impuesto. El Sueño, es el sueño del conocimiento ante la inmensa soledad y la estúpida desidia del tiempo.

“Tan importante es el uso de la imagen, tan sistemático el empleo de todo tropo literario, que en rigor el lenguaje; enamorado de sí mismo, recrea para cada vocablo sentidos que por ello son fuente generadora de energía (…) que puede hacer el ‘curioso’ para explicarse todo”(5). El lenguaje del Primero Sueño, es un lenguaje confuso como el sueño mismo, donde puede decirse todo sin causar alarma en las mentes ‘piadosas’: “…para que se entienda lo que se pretende que el silencio diga (…), es menester decir siquiera que no se puede decir, para que se entienda que el callar no es no haber qué decir, sino no caber en las voces lo mucho que hay que decir”(6).

A una persona como sor Juana, y en una época como en la que vivió, le es imposible, sobre todo si es mujer y con más razón si es monja, exponer y llevar a la práctica, abiertamente, lo que le dice su intelecto; por ello, no hay mejor momento que la noche para dar rienda suelta a la especulación, debido a que la noche, a pesar de ser creadora del sueño, es también, encubridora de ideas: (“os pudiera hacer un catálogo muy grande, y de algunas razones y delgadazas que he alcanzado dormida mejor que despierta”(7).

No nos causa extrañeza ver que uno de los primeros personajes mitológicos que sor Juana menciona en El Sueño sea precisamente, después de Diana (la Luna), Nictimene; quien “…acecha/ de las sagradas puertas los resquicios,/ o de las claraboyas eminentes/ los huecos más propicios/ que capaz a su intento le abren brecha,/ y sacrílega llega a los lucientes/ faroles sacros de perenne llama, / que extingue, si no infama,/ en licor claro la materia crasa/ consumiendo…”(8). Nictimene, no es otra que la misma sor Juana que valiéndose de la noche ‘acecha por los huecos más propicios’ al conocimiento religioso, sintiéndose ‘sacrílega’ porque sus intenciones son convertir ese ‘claro licor’, ese conocimiento sagrado, en beneficio suyo, para aumentar su caudal de saber: “Que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones –que he tenido muchas–, ni propias reflejas –que he hecho no pocas–, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí: Su Majestad sabe por qué y para qué; y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer; y aún hay quien diga que daña”(9).

A pesar de todo, a pesar de que le ha pedido a Dios que la haga ‘abandonar’ las letras, ella sabe que eso no es suficiente. Y tiene miedo, sabe que puede ser castigada, no por Dios, sino por los hombres (pues “no quiere ruidos con la Inquisición”). No en vano, sor Juana menciona, un poco después, en su Sueño, a las hijas de Minias que fueron convertidas en murciélagos por inobedientes a la deidad; así, ella teme ser sancionada (como lo fue en efecto, años más tarde, gracias a la diligente paciencia del obispo de Puebla: Manuel Fernández de Santa Cruz), por no acatar las reglas religiosas y no abandonar su cultura profana.

Todavía, a partir del verso 113, hay una muestra más de ese temor, del temor de ser descubierta en la noche, “retirada en la paz de estos desiertos,/ con pocos, pero doctos, libros juntos…”(10); al compararse al “…venado,/ (que) con vigilante oído,/ del sosegado ambiente/ al menor perceptible movimiento/ que los átomos muda,/ la oreja alterna aguda/ y el leve rumor siente/ que aun le altera dormido”(11).

No obstante, a pesar de lo que significaría para ella el ser atrapada en falta, su vehemencia de comprensión era mayor que la amenaza de ser confinada al silencio. Lo cual, le llevó a repudiar con oculta reticencia todo ejercicio que no estuviera destinado a la instrucción: “trabajo en fin, (…) si hay amable trabajo”(12); para ella, no dedicar su tiempo a la meditación de las cosas era convertirse en “un cadáver con alma”, era estar “muerto a la vida y a la muerte vivo”(13), era tener el alma “dividida” en “…corporal cadena,/ que grosera embaraza y torpe impide/ el vuelo intelectual…”(14).

En la Respuesta a sor Filotea de la Cruz, sor Juana es más explícita: “Entréme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo (…) era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba (…), que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”.

Y más abajo agrega: “Proseguí, digo a la estudiosa tarea (que para mí era descanso en todos los ratos que sobraban a mi obligación [como monja]) de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin más maestros que los mismos libros”(15).

La principal intención del ‘Alma’ es superarse constantemente, pues así “como sube en piramidal punta/ al Cielo la ambiciosa llama ardiente,/ así la humana mente/ su figura trasunta,/ y a la Causa Primera aspira…”(16). Por tanto: “Bien se deja en esto conocer cuál es la fuerza de mi inclinación. Bendito sea Dios que quiso que fuese hacia las letras y no hacia otro vicio, que fuera en mí casi insuperable”(17).

Hasta aquí hemos podido comprobar que sor Juana no rechaza el estudio, antes al contrario, trata de aprovechar todo momento, incluso desde las primeras hasta las últimas horas de la noche, para tener acceso a él; por otro lado, vemos que no guarda rencor hacia Dios por haberle dado un don que le es difícil sobrellevar y al cual es extremadamente adicta, pues por una parte bendice a Dios por ello y por otra, no obstante de rogarle que le hiciera olvidarse del estudio, vemos que le agradece el hecho de no haber accedido a su ruego.

Una vez advertido que sor Juana se encuentra en ‘paz’ con Dios (si es que alguna vez alguien ha podido estar en concordia con Dios –ya que todos para bien o mal le piden algo–, o con algunos Dioses posibles), caemos en la cuenta de que su principal preocupación son los hombres; esos hombres que la acosan, que la critican, que la juzgan y que le espían su sueño; aquellos hombres que “le ordenan quemar lo que escribe, ignorar lo que sabe y no ver lo que mira”(18).

Descubre que el “entendimiento” es “aquí vencido/ no menos de la inmensa muchedumbre/ (de tanta maquinosa pesadumbre/ de diversas especies, conglobado/ esférico compuesto),/ que de las cualidades/ de cada cual, cedió: tan asombrado”(19). Y es tanto el asombro y tanto lo que se ha cedido que mientras “su vida iba buscando/ (…) del dolor su vida iba perdiendo”(20).

“Algunas veces me pongo a considerar que el que se señala (…) es recibido como enemigo común (…) y así le persiguen”(21). “¿Por signo? ¡Pues muera! ¿Señalado? ¡Pues padezca! ¡Que eso es el premio de quien se señala!”
“Pues así es, que cuando se apasionan los hombres doctos prorrumpen en semejantes inconsecuencias”(22). “Todo ha sido acercarme más al fuego de la persecución, al crisol del tormento; y ha sido con tal extremo que han llegado al solicitar que se me prohíba el estudio”(23).

“Cabeza que es erario de sabiduría no espere otra corona que de espinas”(24).

Sin embargo, no obstante las presiones, la inseguridad y el desenfreno, ella intuye que el triunfo pertenece al “auriga altivo del ardiente carro”, a ese Faetonte que con sosegada soberbia “abre sendas al atrevimiento”(25); y que por grande que sea el castigo, siempre será oportuno un segundo intento. El ser humano nunca podrá renunciar a ese “alto impulso”.




Este examen es una mínima visión muy particular en las que muchas cosas aquí expuestas pueden estar sujetas a equivocación, sin perjudicar nuestro juicio en cuanto a la idea general del poema de sor Juana; su verdadera intención, cuando escribió este poema, no era otra sino jugar consigo misma un juego literario en el que ella sería su único contrincante, el único jugador que tendría acceso al secreto del mecanismo para armar no sólo un rompecabezas hecho a base de palabras, sino también ordenar el rompecabezas de un sueño.

A una distancia de trescientos años, es posible que sor Juana, hoy, paradójicamente, se nos presente de una manera más comprensible; pero a pesar de todo, aún nos queda por saber, todavía, si nuestro pensamiento es el correcto.

Creo que el final dista mucho de estar a la vuelta de la esquina.

Es evidente que nunca descubriremos el verdadero secreto de ese juego literario, sor Juana murió, intencionalmente, con él; la única ventaja que poseemos hasta ahora es el hecho de gozar de una ilimitada imaginación, una imaginación que si bien no puede llevarnos a la certeza de su justa ‘balanza’ con el que con su “fiel infiel (…) gobierna la aparatosa máquina del mundo”(26); sí puede, al menos, intentar acercarnos, “en el modo posible que concebirse puede lo invisible”(27), a su “luz más cierta”(28).

Sor Juana asimiló en sí toda una cultura que se encontraba ya en plena decadencia, decadencia que la llevó a convertirse, sin afán de hacer metáfora, en una nueva Fénix cuyas alas no eran otras que su propio pensamiento.

El Primero Sueño no es más que la mirada tendida hacia la Luna y el pretexto de extender la imaginación, sin un solo ruido, durante todo el tiempo que dure la noche. Esa piramidal, funesta, de la tierra nacida sombra…





Notas


(1). Sor Juana Inés de la Cruz, romance “Allá va, aunque no debiera” en Obras completas, t. I, Fondo de Cultura Económica, pág. 53.

(2). Helmut Hatzfeld, Estudios sobre el Barroco, cap. IV, Gredos, págs. 112-113.

(3). Sor Juana Inés de la Cruz, “Respuesta a sor Filotea de la Cruz” en Obras completas. Porrúa, pág. 845.

(4). Helmut Hatzfeld, Op. cit., pág. 116.

(5). Sergio Fernández, “La metáfora en el teatro de sor Juana” en “El estiércol de Melibea” y otros ensayos, UNAM, pág. 139.

(6). Sor Juana Inés de la Cruz, “Respuesta… en Op. cit., pág. 828.

(7). Íbid., pág. 839.

(8). Sor Juana Inés de la Cruz, El Sueño, UNAM, pág. 50.

(9). Sor Juana Inés de la Cruz, “Respuesta… en Op. cit., pág. 830.

(10). Francisco de Quevedo, “Desde la torre” en Antología poética, (Prólogo y selección de Jorge Luis Borges), Alianza, pág. 24.

(11). Sor Juana Inés de la Cruz, El Sueño, op. cit., págs. 8-10.

(12). Íbid., pág. 12.

(13). Íbid., pág. 14.

(14). Íbid., pág. 20.

(15). Sor Juana Inés de la Cruz, “Respuesta… en Op. cit., pág. 831.

(16). Sor Juana Inés de la Cruz, El Sueño, op. cit., pág. 26.

(17). Sor Juana Inés de la Cruz, “Respuesta… en Op. cit., pág. 834.

(18). Eduardo Galeano, Memoria del fuego, vol. I, “Los nacimientos”, Siglo XXI, pág. 296.

(19). Sor Juana Inés de la Cruz, El Sueño, op. cit., pág. 30.

(20). Íbid., pág. 46.

(21). Sor Juana Inés de la Cruz, “Respuesta… en Op. cit., pág. 834.

(22). Íbid., pág. 835.

(23). Íbid., pág. 837.

(24). Íbid., pág. 836.

(25). Sor Juana Inés de la Cruz, El Sueño, op. cit., pág. 50.

(26). Íbid., pág. 12.

(27). Íbid., pág. 20.

(28). Íbid., pág. 62.



Bibliografía


Cruz, Sor Juana Inés de la: Obras completas, (7ª ed.), (Prologo de Francisco Monterde), México, Porrúa, 1989, (Colección Sepan Cuantos, No. 100).

------------------: El Sueño, (Edición, introducción, prosificación y notas de Alfonso Méndez Plancarte), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1989, (Colección Biblioteca del Estudiante Universitario, No. 108).

Fernández, Sergio: “El estiércol de Melibea” y otros ensayos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1991, (Coordinación de Humanidades).

Hatzfeld, Helmut: Estudios sobre el Barroco, Madrid, Gredos, 1964, (Colección Biblioteca Románica Hispánica).

Maravall, José Antonio: La cultura del Barroco, (5ª ed.), Barcelona, Ariel, 1990, (Colección Letras e Ideas).

Texto agregado el 17-10-2006, y leído por 282 visitantes. (1 voto)


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