Era un tipo absolutamente desafortunado. Tanto así que murió aplastado por un semáforo que le cayó en su cabeza y que paradójicamente en esos momentos se encontraba en verde. A los pocos segundos supo que era realidad lo de la luz al final del túnel. Por lo tanto, ya transformado en espíritu, se introdujo en ese oscuro recinto abovedado y comenzó a deslizarse con suavidad por él. Llegó a tanto su paz y ensimismamiento que cerró sus ojos para disfrutar de aquel placentero viaje. Fue para peor. El tren, que venía en dirección contraria, arrasó, sin ningún respeto, con su alma recién estrenada y hasta ahora el pobre hombre trata de encontrar los trozos de ese sutil material protoplasmático para recomponerse y continuar con su última travesía…