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La mujer del mar.
Por Luis M. Villegas.
Mas por convicción personal que por recomendación médica, acepte el consejo de mi doctor de buscar un espacio para darme unas vacaciones. Desde hace muchos años que mi época de pensar en el descanso o en el placer se habían terminado. Dedicarse a escribir puede resultar un oficio peligroso en especial si vives de hacerlo y no obtienes el éxito económico de ello. Sería casi una traición atribuirle al afecto por las letras el estado de mi precaria situación monetaria. Más bien fue para mí la oportunidad de desahogar la parte más íntima del ser al encontrar una buena razón para seguir adelante.
Escoger el lugar de descanso no fue tarea sencilla. Ir a la montaña sonaba atractivo, toda vez que el calor del Golfo era agobiante en el verano y la brisa parecía desaparecer en el laberinto de cerros que forman el valle. Acudieron de inmediato los recuerdos de las noches con ella, junto a la chimenea de esa habitación de pequeñas ventanas, rodeada de jardines de matices multicolores, con esa mezcla de los aromas embriagantes de las flores que parecían abrazarse con el aire frío de la sierra, aspirando ese éter excelso que de sólo recordarlo, me hacía estremecer al evocar su presencia, sus besos, sus intensas caricias y su ternura de tantas veces, todas distintas, en que tuve la dicha de tenerla junto a mi.
Huyendo de esas remembranzas, preferí aceptar la invitación de un viejo amigo para utilizar su casa de playa, la que dejó de visitar al morir su esposa y que por tanto, se encontraba casi en estado de abandono. El pensar en ocuparme en faenas de reparación fue un incentivo para que me decidiera a aceptar su oferta generosa. Con ánimo renovado preparé una pequeña maleta donde acomodé mi inseparable máquina portátil de escribir la cual, por disciplina, siempre cargaba.
La vista era maravillosa. Grandes ventanales dejaban asomar al espectáculo que representaba el sol del atardecer, con sus destellos carmesí revolcados en una paleta de nubes grises y negras, las cuales, merced al fuerte viento del Norte, parecían presagiar la llegada de refrescantes chubascos. Fue en ese momento que la vi. Estaba de espaldas sentada con los pies desnudos jugando a que la alcanzara la ola mas intensa, lo que la hacía reír en su soledad. Traía puestos unos pantalones recortados que dejaban admirar sus bellas, largas y delgadas piernas, con ese tono cobrizo que denunciaba su gusto por asolearse. Traía puesto un suéter blanco con dos bolsas laterales en donde guardaba sus manos, denotando su sensibilidad exagerada al frío. Se levantó agitando la cabeza, dejando ver su cabello recortado en forma irregular, el que le pintaba un aire libre y despreocupado, comenzando a caminar por la orilla húmeda con pasos lentos, hundía la punta de sus dedos lentamente cada vez, haciendo que su figura graciosa simulara una danza extraña, llena de sensualidad. No se si fue la intensidad de mi mirada lo que la hizo voltear justo hacia donde me encontraba, rompiéndose el encanto de ese momento, aunque yo sabía que por la distancia y el tinte de los cristales era difícil que me pudiera ver. Con el ceño fruncido empezó a apurar el paso, deteniéndose súbitamente. Aclaró su semblante, mirando hacia donde yo estaba y extrajo de sus bolsas un paquete arrugado de cigarrillos, lentamente encendió uno, cubriendo la llama con sus dos manos, aspirando intensamente el humo, miró en forma directa hacia la casa y arrojó una descompuesta bocanada azul para después esbozar una sonrisa burlona. Con el sol cayendo en el horizonte se fue caminando desenfadada rumbo a un caserío, perdiéndose en un palmar apretado que parecía saludarla alegremente por su llegada. Durante el resto del día me dedique a revisar la casa, instalándome en la pequeña habitación que ya en otras ocasiones había ocupado, la cual por su ubicación en la segunda planta tenia, según yo, la mejor vista del mar.
El encuentro con ese espacio querido fue desencantador. Nada quedaba del hermoso tapiz de flores que adornara las paredes, ni de las bellas cortinas bordadas que cubrieran los ventanales. Sólo estaba la cama desnuda en mitad del cuarto con su cabecera de hierro forjado en donde fui tan feliz con mi mujer. Los recuerdos de tantas noches de inmensa felicidad que pasamos en la playa iluminados por la luna y millones de estrellas que sentíamos como envidiosos testigos de nuestro amor, hicieron que las lágrimas brotaran con amarga nostalgia, por haber perdido al ser que tanto amé, dejándome un resabio de impotencia por no haber sido lo suficientemente humilde para retenerla, por no tener la sabiduría para conservarla.
El sol tropical penetró directamente por la ventana, trayéndome a la realidad y el deseo de volverla a ver me llevó al ventanal. Caí en cuenta de el enorme parecido que tenía con quien fue el amor de mi vida, solo que un poco mas joven. Mi corazón empezó a latir aceleradamente cuando la vi a lo lejos, acercándose pausadamente, caminando por la orilla del mar, creando un torbellino de sentimientos en mí. ¿Debería salir a provocar un encuentro supuestamente casual? ¿Por qué estará sola siendo una mujer tan hermosa?
Mil pensamientos cruzaron por mi mente. Distintos escenarios donde nos conocíamos y se desataba una corriente de empatía que rompía de inmediato el hielo y nos reconocíamos en gustos y afinidades, en la música, en el cine, en el aprecio del arte, de nuestra cultura y nuestras raíces. Sentí la seguridad de que con mi experiencia sería sencillo despertar su cariño y después de algún tiempo su amor. Aunque nunca fui un experto en el aspecto físico y ya no era tan joven, sentí que podía aún responder a sus aspiraciones, lo que incrementó un regusto extraño por la posibilidad de encontrar a alguien con quien compartir mi vida y dejar atrás los pensamientos oscuros que nos apareja la soledad y el abandono. Planear un nuevo comienzo, más mesurado y con el cuidado de no cometer los mismos errores llenó mi mente mientras me duchaba, apurando el momento, escogí la primera ropa deportiva que encontré, tratando de parecer mas atractivo me hice un peinado moderno y me rocié la cara con colonia. Alcancé a verla casi llegando al frente de la casa a ese lugar que parecía agradarle tanto
y me dispuse a salir. Abrí la puerta principal, sintiendo que saldría a encontrarme con un mundo nuevo, con la esperanza de recuperar una razón para vivir. Me acerque lentamente, advirtiendo a medida que lo hacía, de su belleza y del extraordinario parecido con la que fue mi mujer. Temí que la emoción me impidiera actuar con la naturalidad que exigía la situación, a fin de no parecer un intruso o un loco. A escasos pasos de llegar a su lado, ella había pasado de largo mirando hacia el otro extremo, cuando pude ver una figura que se aproximaba a ella. Era un joven apuesto y alto que se acerco corriendo a su encuentro, motivando que ella iniciara también una carrera hacia el. Al llegar uno frente al otro, se abrazaron riendo, con la alegría característica de los amantes que se encuentran de nuevo, uniendo sus bocas y girando en un beso que pareció ser eterno. Solo logré darme la vuelta y regresar hacia la casa tratando que no se dieran cuenta de mi presencia, lleno de confusión y vergüenza voltee a ver como se alejaban caminando, tomados de la mano, hablando seguramente de las cosas simples que se dicen los que se quieren.


Texto agregado el 17-10-2006, y leído por 1007 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-01-2007 Que buen relato, el final, excelente. Mildemonios
17-10-2006 disfrute cada imagen,cada pensamiento ."La mujer del mar",una historia hermosa bosquedelaureles
 
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