Los sábados y domingos me dedicaba a mi familia; reuniones o salidas. En la semana, en cambio, visitaba constantemente a mi madre. Su cuerpo dolorido se aferraba siempre a ese sillón de cuero con la mirada perdida hacia el patio. Y aunque nunca hablaba por su enfermedad, ahora había comenzado a hacerlo paulatinamente. Entonces le pregunté si recordaba alguno de los familiares para cerciorarme del fantasma de mis culpas, mientras sus pupilas seguían habitando aquel pasado. La vi indignada; nerviosa, a la vez que tomaba esas manos para contener el llanto. Su vida seguía fluyendo dentro de mi cuerpo, el mismo que ayer había sido de ella.
Me despedí dejándola en su casita del albergue hasta la semana entrante; lamentablemente hoy ya era sábado...

Ana Cecilia. ©