Sobre el cuento "El perjurio de la nieve" de Adolfo Bioy Casares


Odio el invierno. En invierno el tiempo se detiene para siempre, el paisaje se aja y sólo se oye el ruido de la nieve cayendo constante... constante.
Odio el invierno y este mundo que papá construyó para nosotros en el que se perpetúa la nada y todo se hace lánguido y desesperante como una pesadilla.
En Dinamarca era diferente, mamá vivía, todos vivíamos, teníamos expectativas, sueños, inquietudes, florecían los rosales y las margaritas, había día y noche en un constante intercambio.
Acá, en este pueblo perdido en el medio de la nada, alejado de la mano de Dios y la mirada de los hombres, nada sucede, todo se detiene, hasta el perfume a alcohol y enfermería permanece en el aire días y días.
Odio el invierno, y cumplir un año y medio de rutina, de mecánica repetición, de ausencia de sensaciones y sentimientos, un año y medio de agonizar todos, velando la vida de mi hermana.

Todo comenzó como un capricho, una orden infantil de mi padre, otra de sus ideas sobre las que carecemos de injerencia y que nos abarcan a todos. Todo comenzó como un capricho y la rutina se perpetuo para siempre.
Desde la triste maña en la que el Dr. Sayago abandonó la casa presagiándonos la muerte segura e inmediata de Lucia, desde esa mañana en que los relojes dejaron de funcionar, y el tiempo se convirtió en circular, todas las mañanas fueron 25 de julio y todas las tardes y todas las noches. Nadie nunca más ingresó a nuestra casa, ni se aventuró hasta el parque custodiado por los perros y el rifle exacto de mi padre, nadie nunca más salió de estos dominios, no se recibieron cartas, ni mensajes y el mundo se detuvo.

Desde ese día odio el invierno y esta sensación de opresión continua y si no me he quitado la vida, si no he intentado terminar con el suplicio de un permanente presente no ha sido porque ame a Lucia, o a mis otras hermanas, ni por el deseo de complacer a mi padre. Si no he decidido acabar esta locura ha sido porque una esperanza me anima, la de escapar de este encierro y huir para siempre. Vivir una vida con estaciones, con soles y cambios de lunas, una vida en la que se recojan flores y se perfume el aire en primavera, una vida...

Porque el tiempo es circular en La Adela, nada altera los colores de sus salas, la amplitud de sus espacios y la silenciosa cadencia de los eternos pasillos, La Adela esta invernando como todos nosotros esperando el beso mágico de un principe que viole las leyes que la encarnan, el antojo despechado de mi padre.
Pero todo tiene un plazo, un final, un desenlace y esta tibia tortura, esta condena a la sombra y ala soledad acabará alguna vez.
Una noche de estas alguien se aventurará hasta la tranquera blanca de la estancia y esa noche, como todas desde la primera prohibición descabellada yo voy a estar allí para esperarlo, conducirlo hasta mi cuarto y romper el hechizo.
Una noche de estas alguien entrará en mi casa, en el santuario Vermehren, en mi cuerpo y hará que vuelvan a girar las manecillas del reloj, que se cumplan los ciclos naturales, que haya semanas y meses nuevamente, una noche de estas... aunque en ello vaya la vida de mi hermana, porque no es vida transcurrir en un invierno eterno.