Los racimos de las nubes,
se deshojaron con la ventisca,
cayeron raudamente;
como un ejército, sobre todo…
Tañaban un concierto,
avisando su llegada.
¡Los grillos callaron un instante!
Dando pasos agigantados
al silencio que trae puñales dorados.
Entraron por sobre mis ojos,
y traspasaron mi ventana.
Mientras un gallo cantaba,
como era su monomanía.
Se escucho el bostezo de las sombras,
mientras la tierra concibe su día.
Aun estaban, las flores de mi jardín,
aquellos relojes de las estaciones;
se habían enmudecidos.
Empañado con el tiempo.
Pasaban las horas, que traían la mortaja;
la tesura ciega, la cotidianidad.
Los azulejos de paisaje…esperan,
el tiempo pasa al trote,
¡Me asombra que no lo veas pasar!
Con pinceles de colores.
¡Al escuchar!
Los violines de los grillos.
Su canto y mi risa que casi olvido.
¡Esa de niño!
Contemple...
Con la puerta del alma entreabierta,
la mustia y gris sombra.
¡Que envuelve, dejando ciego!
¿Y tanta belleza a la vuelta de la esquina?
Solo una brizna de hierba,
entre la grieta de cemento.
parece escuchar los gritos,
de los paisajes que no se ven.
Dejándose avasallar los ciegos,
perseguidos por sus sombras.
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