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Jugaba yo a describirme a mi mismo la escena que acontecía, tranquilamente me hablaba, como dictándome un relato. La mañana era oscura, gris, fría y nublada. La niebla todo lo envolvía y lo empapaba. Recostado en el frío banco de asiento de piedra y reposaderos metálicos, observaba yo las gotas de rocío resbalar por el negro cuero de mi chaqueta. El bao de la nariz jugaba nerviosamente a desvanecerse en el aire quieto y tranquilo. Las botas, mas que negras, marrones de salpicaduras de lodo, y yo completamente quieto, en el banco, gozando de mi fría comodidad, contando inútilmente las minúsculas gotas que en mis lentes quedaban atrapadas.

Mechones de verde y larga hierba crecían por doquier, y me encontraba rodeado de altísimos y frondoso árboles, de diversas tipologías, todo un autentico jardín botánico, aderezado todo ello con arbustos de rosales, autóctonos, demostrando que no hace falta artificio humano alguno para lograr la autentica belleza.

Disfrutaba sobremanera contemplando la maravillosa escena, sabiendo que jamás nunca podría vivir nada parecido. Inhalaba la deliciosa humedad perfumada, como si del mejor y más exquisito bocado se tratase. Todo estaba en su justa medida para hacer de mi entorno un lugar idílico, bucólico, magnifico, perfecto...traté de olvidar la hora, el verdadero lugar, mis obligaciones, mis preocupaciones... y entonces me sentí realmente cómodo por primera vez en mucho tiempo...

Y fue en la perfección de este momento en la que comprendí que podía atisbar un lejano sentimiento de felicidad. La veía, sentía su presencia, pero no la tenia, la estaba rozando con mis dedos, como pasandolos suavemente por la piel de una virtuosa doncella...

El propio aire parecía tener un toque dulzón, para introducirme aun mas en esta hipnosis, en este sopor de inigualable atractivo. Nada ni nadie perturbaba la quietud y perfección del entorno, y entonces, a mis ojos, entre tan pura belleza, deslizándose entre la niebla tan delicada como si parte de ésta fuera, apareció difusa su imagen. Ante mi se formaba su esbelta figura, su castaño pelo caía graciosamente por sus hombros desnudos, de los que colgaban delicados dos finos tirantes que dejaban caer con enorme gracia un vaporoso vestido hasta sus rodillas, insinuando sus virtuosas formas. La negritud del vestido contrastaba con la blanquecina niebla, haciéndola parecer una sombra aproximándose.

Sus labios perfectos y rosados dibujaban una preciosa sonrisa, para mi la mas preciosa sonrisa. Su blanca tez, para ella enfermiza e indeseada era para mi como un narcótico al que tenia adicción. Inmaculada, impoluta, se acercaba a mi descalza, mojando sus preciosos pies desnudos en el rocío de la hierba fresca, con delicados y tranquilos pasos, tal como si flotara, levitara, no rozara el suelo.

Llegó a mi lado, y sin decir nada me levanté y nos miramos a los ojos, ella pasó lentamente sus brazos bajo los mío, y enganchándome con sus delicadas manos de los hombros, me abrazó fuertemente, cerró sus claros ojos y suspiró. Mientras yo me extasiaba con su aroma, la abracé igualmente y cerré mis ojos para poder sentirla y que nada, ni mis propios sentidos, me pudieran distraer de aquello.

No necesitaba nada más, si hacía tan solo un segundo que había atisbado la felicidad, ahora la había empuñado, y no la dejaría escapar fácilmente, no cometería un solo error que estropeara esto.

En nuestro perfecto abrazo en nuestro perfecto entorno con nuestra perfecta felicidad, nos hicimos uno, pues podíamos sentir como yo la necesitaba tanto como ella a mi, respirábamos despacio al mismo ritmo, no fuera a ser que la celeridad estropeara esta agradable sensación, podía sentir la fragilidad de su cuerpo entre mis brazos, casi temblar, de nervios, de felicidad o de frío, eso no importaba. Lo que importaba es que estábamos allí y estábamos juntos, mi corazón latía henchido, entusiasmado...
Los nerviosos latidos me despertaron, estoy en un banco de piedra con reposaderos metálicos, rodeado de altos árboles, pero todos carecen de hojas, la tierra esta encharcada, no existe ni brizna de hierba, todo es lodo, l aniebla en lugar de dulce es enfermiza, los rosales yacen todos muertos, en mi mano éste trozo de papel humedecido, con la tinta corrida...

Cuál es mi sorpresa, entre la niebla la percibo, la veo, la siento...

Pero ella camina hacia otro lugar, a encontrarse con otro, y le besa, sin consideración alguna me apuñala de ese modo. Cada caricia de ellos es un azote flagelante que me hiere el ánima.

Aquí ya no tengo nada que hacer, pues solo la tenia a ella, pero ella no es para mi, que a elegido a otro. Mas no me extraña, pues ya me dijeron que fue triste el día de mi nacimiento, y también lo será el de mi muerte... solo e vivido, y solo moriré, con el honor o la desdicha que supone elegir tu propia muerte, sin ella no cave esperanza para este alma desdichada, triste, sola, atormentada....

Así por mis manos fluye el rojo calor de la vida, mi vida cae al suelo, se mezcla con el fango, y de este modo he llamado ya a la Parca, para que me muestre el camino a un nuevo lugar, donde ser torturado de nuevo en muerte como ya fui torturado en vida.

Sin más me despido. Tristemente de nadie.: UN ALMA ATORMENTADA.

Texto agregado el 17-10-2006, y leído por 62 visitantes. (0 votos)


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