Soy un vigilante, cientoveintiunava generación de vigilantes en mi familia.
Vivo entre colinas verdes y perfectas, cuidando solitarios senderos sin huellas y gritones riachuelos que me quiebran los nervios.
Cincuentamil años sin caminantes llevaron mis ojos del camino al cielo, -para contar nubes y vuelos de pájaros- y del cielo a la tierra, para censar, ordenar y clasificar nacimiento, vida y muerte de rocas, hebras de pasto, plantas, flores, comunidades de insectos, pájaros y animalillos.
¡¡Bum Bum Bum!! Latió mi corazón en mis oídos y se encendió de sangre mi cabeza.
El año Cientocincuentamil traía extrañas visiones por el sendero: ¡¡Caminantes!!
Emocionado, mareado, grité demasiado pronto: “¡¡Papeles!!” y me sangraron los labios al abrirse de pronto después de tanto tiempo.
Las dos siluetas bajaban la colina entre movimientos lentos e inesperados. Giraban, tomaban sus manos, levantaban sus brazos y piernas, mientras quebraban mis pensamientos con risas y un habla extraña, como silbido el del pájaro que siempre estropea mis cálculos.
Mientras se acercaban mis entrañas me alertaron y mi frente sudó tras mi armadura. “¡¡Enfermos!!, ¡¡Locos!!, ¡¡Peligro!!, Detenles el paso…”
Se detuvieron frente a mí con una mueca que mostraba sus dientes y unos ojos brillantes de locura: un macho, una hembra, ambos con evidentes características de desequilibrio; cabellos largos al viento, ausencia de máscara, armadura y zapatos.
- “¡¡P A P E L E S!!” –les grité y la sangre tibia brotó nuevamente- “Sus papeles, por favor”.
Dieron dos pasos atrás y miraron hacía el camino que yo resguardaba.
- “No pueden pasar sin papeles”
Se miraron en silencio, me miraron a mí y giraron despacio caminando sobre sus propios pasos. Desaparecieron tras la colina con un salto y yo, me quedé parado allí vigilando que no volvieran.
(continuará)
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