Ya nada era igual. Había llegado al límite. Estaba a veinte metros de lograr su mayor deseo. Lo había decidido cuando se dio cuenta de que ya nada era igual. En realidad siempre había querido morir, pero no había sido capaz. Ahora quería demostrarle al mundo que no era feliz. Que podía suicidarse y que lo iba a hacer. Tenía miedo. La profundidad de la muerte la hacía vislumbrar algo grande, desconocido. Un lugar donde nunca le iban a decir qué tenía que pensar. Pero ella no quería pensar en lo que iba a pasar. Prefería pasar sus últimos minutos en el infierno, pensando en lo que la había hecho llegar hasta este punto. Se sentía tan valiente. No quería seguir pensando. Le hacía daño. De pronto, se acordó de “ella”. De la persona que la ayudó a sobrevivir hasta los dieciséis años y la que la había hecho morir. Sintiendo la misma sensación de pasión de hace cuatro años, se tiró al vacío convencida de que había hecho lo mejor.