Tras la muerte de Leo, sus sobrinos entraron en su casa para recoger los trastos y los muebles de su tío, así podrían venderla cuanto antes. Jamás se habían preocupado por su tío Leo, un tipo inteligente, con buenas relaciones sociales y un talento especial para la escritura. Leo no se había llegado a casar nunca, aunque se le habían conocido al menos dos parejas aparentemente estables. Hasta sus últimos días, jamás necesitó la ayuda de nadie para vivir solo, nunca padeció ninguna enfermedad que lo obligara a ningún tipo de reposo, y tampoco se quejó de la absoluta soledad en que vivía. Tenía amigos, pero él prefería retirarse en su casa a leer y escribir de una manera casi compulsiva, los había que hasta lo miraban con recelo y se quejaban de que era un viejo testarudo, desagradable, insensible y sospechosamente solitario. Era una de esas personas a las que se las ama o se las odia, pero que no dejan indiferente.
Nadie sabía nada de Leo más allá de unos datos biográficos trasmitidos dentro de la familia y sus largas ausencias por motivos de trabajo. Nada decía sobre lo que hacía, a dónde iba, y menos aún hablaba de sus sentimientos. Así, todos creían, medio en broma medio en serio, que no tenía corazón.
Cuando los sobrinos de éste estaban desmontando el escritorio que Leo tenía instalado en el salón, junto a la terraza, encontraron un cuaderno. Lo abrieron por la última hoja que había escrita, era la letra de su tío. Allí pudieron leer lo siguiente:
Sé lo que es estar muerto, porque yo lo estoy. No hay peor muerte que vivir sin vida, ver anuladas tus capacidades, tus sueños, tus esperanzas. Morir debería llamarse a ese estado, al de no-vida, en lugar de al otro. Dependiendo de los casos, que tu corazón deje de latir puede considerarse un acto de justicia, la concesión de un deseo. Poco importa llegados a un momento la situación concreta, lo verdaderamente fundamental es que se consuma la gesta.
Cuando estás en una situación como la mía, es difícil encontrar una salida, si es que la hubiese. La realidad y todos los fracasos que eso conlleva para mi vida son como un muro que me rodea, un muro infranqueable que me repele y me atrae al mismo tiempo. De modo que me resigno a una existencia en clara decadencia, una caída gradual. Es como mirar al horizonte de frente y ver tu final, verlo claramente, y saber que ese final es tu renacer, pero no poder acercarte a él, no poder aumentar la velocidad para llegar antes al descanso. Es vivir sabiendo que estás muerto.
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