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Azuli y el Alma de Romeo

Azuli despertó de pronto. Aun quedaban diez minutos antes de que sonara la alarma pero no tenía sueño, sólo un largo día por delante.
Bajó de su cama, se arregló y luego comenzó su camino; salir era fácil, llegar al final era un logro del que pocos se jactaban.
Los grandes ojos color dulce de Azuli veían a todos lados mientras ella reflexionaba a dónde ir. Historias, mitos y antiguas noticias de gente perdida en el monte la desanimaban, pero era necesario atravesarlo.
“Si tan sólo tuviese un carro”, pensaba mientras daba sus primeros pasos sobre la grama.
-¿Un carro necesitas?-. La pregunta escuchada del rostro aun no visto desconcertó a Azuli quien ignoró su instinto y se acercó a un hombre muy similar a sí misma; de largo cabello castaño, pálida piel y apariencia demasiado delicada para su propio bien, aun así, muy atractivo.
-Sí, este monte no tiene final- dijo preocupada.
-Pues resulta que sí tiene, tiene muchos finales. Si quieres da un paseo y conoce el lugar- Él le dio las llaves de un auto y luego se fue. Nunca Azuli recibió un regalo más inesperado y decidió seguir el consejo de su amigo instantáneo.
Sin notarlo condujo por horas y la vegetación se iba haciendo más espesa y mucho más complicada; una planta local incluso le preguntó a Azuli su opinión sobre el gobierno sólo para luego quejarse por veinte minutos.
“Qué árbol tan antipático… Sólo quería discutir” Pensó, pero fue interrumpida.
-Ignóralo, sólo se siente solo. Es difícil hacer amigos en esta zona; o se van, o son absorbidos por el aire, las hojas, la tierra… Aquí la gente desaparece todo el tiempo más no mueren, sólo cambian de vida… Más de lo que podrías imaginar que es posible cambiar-.
Un sujeto un poco más alto que Azuli, pálido hasta el punto de crear sospechas de transparencia, delgado y aun así, de apariencia fuerte, de cabello dorado con un movimiento que sólo hace el cabello cuando está bajo el agua, la veía con curiosidad.
-¿Quién eres tú?-, se preguntaron a la vez.
-Yo era un inventor, hasta que me perdí aquí, ahora soy… bueno, no estoy seguro, pero se siente como… como luz- Dijo, viendo en su mano cientos de puntitos brillar y pensando en qué decir mientras Azuli hablaba.
-Yo soy Azuli, tengo una librería a la salida de aquí-.
-Querrás decir “tendrás una librería” pues ahora estás aquí y no la tienes- le dijo el semibrillante encontrado.
-No lo había visto de esa manera. De todos modos no importa-.
-Oh, sí importa pues si te quedas aquí no la tendrás… Me caes bien, así que voy a darte un consejo: mientras estés aquí, trata de hacer amigos- El luminoso sujeto se alejaba y Azuli le dijo:
-Sé mi amigo, ¿Cómo te llamas?- Él le respondió: -Eso no importa, no me puedes hacer tu amigo porque yo ya estoy hecho. Si quieres un amigo tienes que hacerlo tú misma-.
Finalmente le dio la espalda y se fue pensando “Qué niña tan fresca, queriendo hacerse amiga de alguien ya hecho… Es floja, muy floja”.
Ella siguió caminando hasta que agotada rompió a llorar, sola, sin saber en dónde estaba ni a dónde ir, se estaba haciendo tarde. Azuli lloró por horas, como pocos han llorado y secó sus lágrimas con hojas pues era lo único que tenía a la mano. Luego las tiró y al decidir seguir caminando escuchó una vocecita dulce y débil desde el suelo.
-¡No nos dejes solitos! ¡No te vayas!-. Parecían muñequitos, del tamaño de los soldaditos de plástico verdes, pero suaves, aterciopelados y flexibles, todos verdes, con las caritas rosadas. Había tres, uno por cada hoja que Azuli usó.
-Queremos ser tus amigos, llévanos contigo- le dijo el más delgado de los pequeños.
Azuli no podía creerlo, al menos ahora no estaba sola, pero tal vez simplemente se había vuelto loca.
-¿Qué son ustedes?- Dijo, subiéndolos a su mano.
-Somos Montecitos, ¿Acaso no es obvio?- El montecito más pequeño la señalaba con su bracito y se reía con los otros dos: -¡Qué boba, qué boba… No sabe que es un montecito!
-A ver… explíquenme pues ¿Qué son?- Su voz era seria, pero habían logrado hacerla sonrojar con su risita. Realmente eran lindos: ojitos negros, naricitas pequeñitas y boquitas sonrientes. Sus caras eran de color rosa pálido y tenían una melenita rosa fuerte que no se distinguía bien si era cabello o pétalos. Mientras uno miraba a Azuli, los otros dos corrían por su brazo y le hacían cosquillas.
-Ya mi hermano te dijo, somos Montecitos ¿Verdad que somos bonitos?- preguntó el mediano, que se había mantenido callado hasta el momento.
-Sí, pero eso no me ayuda en nada, ¿Qué son? ¿Son plantas, animales, son reales?- Azuli dio en el punto sensible del montecito menor: -¡Claro que somos reales! ¡Mala! ¡Mala!- El montecito mordió a Azuli con todas sus fuerzas, pero ella sólo sintió un cariñito en la muñeca y sonrió.
El mayor y más delgado le hizo a los otros dos una seña de silencio y comenzó a explicar: -Nosotros vivimos en este monte, pero solemos adaptarnos al modo de vida del pasto o de las flores… Sólo tomamos nuestra verdadera forma cuando alguien de verdad nos necesita, o cuando vale la pena estar despierto, lo cual aquí no es muy seguido- Azuli lo interrumpió:
-Yo no creo que los necesite-.
Indignado, el montecito continuó: -Pues eso no significa que no nos necesites, además tú llorando deseaste hacer amigos ¿Acaso no acabas de hacer amigos?-.
-Buen punto. Lo siento-. En el fondo, Azuli no sabía si sentirse tonta por hablarles, pero no podía evitarlo pues no había nadie más.
-No importa, sigue caminando que nosotros iremos en tu hombro y te cuidaremos hasta que salgas de aquí-.
-No se preocupen, yo tengo un auto- Dijo Azuli, pero el auto nunca más apareció ni ella nunca volvió a ver las llaves.
Pretendieron no oír sobre el auto, pero a sus espaldas murmuraban sobre la posible locura de Azuli.
-Tal vez tiene amnesia- Susurró el menor de los montecitos a sus hermanos.
-¿Qué es eso?- Preguntó el del medio.
-Hermano, no seas ignorante, amnesia es cuando la gente dice que tienen auto para impresionar pero no tienen nada- El mayor creía saberlo todo y los otros dos pensaban lo mismo sobre él.
Los cuatro continuaron el camino hasta que Azuli se detuvo. Aun de lejos pudo notar que era hermoso, tenía que acercarse.
Él aparentaba no saberse visto, pero sabía que era cuestión de segundos para que ella le preguntara: -¿Estás perdido?-.
-Sí, tuve que pasar la noche aquí, y creo que alguien robó mi auto- Respondió a Azuli, quien extrañada por la coincidencia le invitó a buscarlo juntos, tal vez así conseguiría el suyo.
Hablaron de todo, de la luz, de los colores, del cereal y lo mala que es la televisión… De todo menos de los montecitos. De todo menos de ellos mismos, hasta que Azuli tuvo que preguntar: -¿Quién eres?-. Él tomó su mano y acercándose le dijo:
-Eso no importa, pues te encontré hoy- Ella lo veía llena de felicidad incrédula, ignorando los susurros de los montecitos, el sonido del viento y el cansancio. Sus ojos azules, su cabello que cambiaba de color con la luz, con el ánimo, con el momento… Su cara de príncipe, de alguien nacido en el siglo equivocado que debería estar sacando espadas de piedras, despertando a bellas durmientes con besos por los que han de esperar cien años. Con apariencia justamente de alguien que no acabaría perdido y hablando solo.
Azuli fue hipnotizada, fue dejada llevar por las palabras de aquél y eligió caminar a su lado. Él tomó sus manos nuevamente y pretendió besarla pero se limitó a decirle muy de cerca: -No creas que estoy loco, pero no quiero separarme nunca de ti-.
Ella jugaba con el entonces celeste cabello de él y su conciencia era menor, sólo pensaba en él, quienquiera que fuese, era todo lo que ella necesitaba.
-Yo tampoco quiero separarme nunca de ti- dijo con los ojos perdidos.
Finalmente se besaron y él le dijo: -No sé de dónde eres, ni a dónde vas, pero si te quedas conmigo serás de aquí, y siempre te voy a cuidar. Si te vas, nunca voy a ser el mismo, la comida no va a saber igual, el sol no va a brillar para mí, el agua no va a quitarme la sed. Te necesito-. Su rostro era triste y su pelo plateado y largo.
En su hombro algo seguía susurrando y finalmente Azuli le dedicó un instante de atención y oyó que los montecitos le decían: -No le hagas caso, vámonos de aquí-.
Ella los miró con enojo y volvió a los brazos del, entonces rubio sujeto.
No supo cuanto tiempo pasó, no comía, no dormía, la lluvia cayó sobre ella. La noche pasó una vez, dos veces, cuatro veces y luego todo fue borroso. Más de una vez los montecitos trataron de despertarla, pero era inútil.
-¿Hermano, está muerta?- preguntó el menor y le respondieron: -No, pero si no reacciona, va a estarlo pronto, o algo por estilo… Si tan sólo hubiera una forma de hacerla reaccionar- El hermano mayor conocía lo que sucedía con Azuli; no recordaba el verdadero nombre, pero sí que quien adormecía a la chica era apodado “Alma de Romeo”, y con sus palabras, sus miradas y sonrisas atraía a muchachas confiadas las cuales se desvanecían con él para siempre.
El tiempo pasó y Azuli cambiaba lentamente, su cabello negro estaba asemejándose más a las ramas que al cabello humano, su piel más a la madera que a la piel, ya casi era incapaz de caminar, pero los montecitos nunca la dejaron. Le hablaban, le gritaban, la mordían… pero todo era inútil.
Una noche, el Alma de Romeo estaba acariciando el cabello de Azuli, diciéndole lo hermosa que era y lo celosa que estaban la luna y las estrellas de su brillo, diciéndole cientos de frases que al oírlas de cualquier otro hubiesen sonado preparadas, pero ella ya no diferenciaba ningún sonido a parte de su voz, ya era dependiente en todas las formas de él.
Azuli dejó de ser Azuli, alta y llena de flores, delgada y corazón de madera; definitivamente ya no era humana. Nunca supo cuanto tiempo pasó, si durmió, si era capaz de soñar o de despertar, hasta que vio pasar a aquél de los cabellos dorados que fue quien sabe cuan atrás, un inventor.
Ahora de él sólo quedaba una figura translúcida, como una forma recorrida por luciérnagas que volaban sospechosamente unidas. Alguien normal no lo habría reconocido, pero ella, que aun conservaba un poco de vista y su memoria (porque hasta los árboles pueden recordar algunas cosas, sobre todo los recuerdos más intensos) pudo, y logró recordar algo que él le dijo una vez: “Es difícil hacer amigos en esta zona; o se van, o son absorbidos por el aire, las hojas, la tierra… Aquí la gente desaparece todo el tiempo más no mueren, sólo cambian de vida… Más de lo que podrías imaginar que es posible cambiar”.
Quiso gritar pero todo su esfuerzo no fue suficiente, por suerte, él la reconoció a ella, aun conservaba su aire de dulzura que no tienen la mayoría de los árboles de por allá.
No pudieron hablar, pero no se dejaron solos y cuando el Alma de Romeo se acercó a seguir seduciendo a Azuli, sintió la presencia del tercero y desató su rabia. Por primera vez en siglos volvió a su forma más similar a lo que fue en vida: un tipo pálido, más bien corriente, de ojos verdes y cabello castaño y corto, no muy delgado, pero sin llegar a estar gordo… tal vez tendría 40 años en apariencia.
Con ira trató de atacar a las luciérnagas, él también reconoció al conocido de Azuli. Éste intentó también devolver el ataque, pero eso es muy difícil cuando uno no tiene cuerpo.
La lucha que tuvieron fue absurda en su inicio, pero mientras más peleaban, más forma y cuerpo iban adquiriendo. Al vagar entre esa hierba y esas plantas, al hablar con esas flores y ese río, se unían a ellos, su paz los cambiaba; pero al estar uno frente al otro y necesitar con todas sus fuerzas fuerza, su conmoción también los cambió.
Pelearon durante semanas. El primero en desvanecerse derrotado fue el alma de Romeo, quien antes de irse vio a Azuli con decepción y le dijo: -No valías la pena de las penas, la causaste, pero no la vales-.
Luego, vencedor, pero agotado, el hombre luz, luciérnagas y brillo, comenzó a desvanecerse también pero sus últimas palabras fueron de consuelo para Azuli: -No es tu culpa que él te engañara, ya era hora que descansáramos. No me extrañes que voy a estar bien-.
Azuli no pudo llorar, pero quiso. Los montecitos lloraron por ella. Ahora estaban solos, y allá es muy difícil hacer amigos, o se van o son absorbidos por la naturaleza, y las despedidas son duras.
Lloraron hasta no poder más y luego lloraron otro poco. Su llanto se derramó por el suelo y de las hojas poco a poco comenzó a formarse un ser igual a ellos, un poquito más suave y pequeño, pero como ellos.
-¿Montecitos?- Les dijo, sin saber bien qué había pasado.
-¿Azuli?- Sí, era ella, podría tener otra cara y haber cambiado de nuevo, pero seguía siendo ella.
Azuli nunca más fue Azuli, la dueña de la librería, la que trabajaba de lunes a sábado hasta las ocho. Ahora era como los tres hermanos que despertó de las hojas. Ellos alguna vez fueron humanos y luego parte de aquél lugar, pero eso ya no importaba, no había nada que hacer al respecto. Ahora los cuatro eran iguales y por todas sus vidas fueron los mejores amigos que alguien podría desear tener. Y todos saben lo difícil que es hacer amigos.

Texto agregado el 15-10-2006, y leído por 412 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
18-01-2007 Es un cuento infantil que por supuesto le contaré a mi hijo pequeño. En algunas partes gana una frescura tal que recuerda a Lewis Carrol, hasta con paradojas linguísticas y todo -guardando las proporciones por supuesto-: "una planta local incluso le preguntó a Azuli su opinión sobre el gobierno sólo para luego quejarse por veinte minutos." (Estupendo). "-Querrás decir “tendrás una librería” pues ahora estás aquí y no la tienes- le dijo el semibrillante encontrado." Combinación del cuento clásico, con el cuento moderno. Bien logrado. Comentarios: "color dulce", según yo el dulce es un sabor, no un color. "a los brazos del, entonces rubio sujeto", creo que sería mejor "a los brazos del entonces rubio", así sin innecesaria coma no buscamos leer entrelíneas un llamado de la escritora. roberto_cherinvarito
14-01-2007 Todo ocurre sin un motivo, tal como en los cuentos de hada. Impresionante, lo leí de un tirón y no pude evitar leerlo de nuevo. Felicitaciones a ti por escribirlo, a tu mente por idearlo y a tu corazón por sentirlo, de verdad. Un beso y un saludo, kikoyu
29-11-2006 Tienes pasta para la literatura que puede ser leida de grandes a chicos sin que ninguno deje de divertirse y maravillarse de los mundos que creas. Además es universal, un bosque se encuentra en cualquier parte, enanos y romeos también. El ambiente de cuento de hadas que tienen bosque y librería es encantador. Muchas luciérnagas en tu cuento... venicio
28-10-2006 Me encanto. Fue un placer leer este gran relato. FENIXABSOLUTO
26-10-2006 Es hermoso tu cuento, me encantó tienes mucho talento.***** maffer
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