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En “La montaña del siempreverde”
Cristofué


Muy cerca dos pajaritas
suspiran con ilusión
por un lindo cristofué
que a un ventanal asomó.
Hilmar de Constant
(venezolana)

Una tarde de Febrero, Tomás, Mario y Sofía vieron llegar un gran camión, cargadito hasta los bordes superiores. En las últimas dos semanas habían visto como algunos hombres construían una casa, no sabían para quién o quiénes y hacían conjeturas, los tres deseaban que llegasen mas niños para los juegos, Sofía con sus dos cachitos en el pelo, quería una amiga.

Luego del camión llegaron sus habitantes, Una joven y bella mujer mayor, “la nona Lala”, un matrimonio y dos pequeñines, ella, Daniela, menudita, algo menor que Sofía y Diego un chavito despierto, los niños comenzaron a compartir, Tomas y Mario, más Mario que Tomás estaba feliz ya que seguían los “hombres” siendo mayoría.

Cuando Tomás vio la jaula con dos coloridos pajaritos, abrió los ojos y partió junto a Mario y Sofía a conversar con los nuevos habitantes.

—¡Aló!
—¡Alo, señora, caballero!
—¿Quién llama? - Preguntó una voz femenina desde dentro
—Nosotros – Dice Mario
—Pasen –Es la mayor de la nueva casa
—Señora. Mire yo soy Tomás y él es Mario.
—Si yo soy el Mario y soy valiente como Tomás
—Y yo, Sofía – dice la niña, tirando con sus dedos la chasquilla de su cabello.
—Ellos son Diego y ella Daniela, yo soy su abuela y me dicen Lala, pero, ¿les sirvo algo, un jugo de mango?
—No señora, si nosotros no venimos a nada de tomar jugos – dice Tomás
—Tomás, pero yo tengo sed – dice Mario
—Yo quiero jugo – dice Sofía, buscando con sus ojos a la niña.
—Señora, mire, yo le voy a decir – Tomás habla con seriedad- acá en esta montaña, nosotros respetamos a los animalitos.
—Pero yo también los respeto - dice la abuela
—Mire señora, escúcheme bien, no diga mentiras, mi papi dice que no hay que mentir, y ustedes trajeron una jaula con dos pajaritos lindos, pero, no los puede tener enjaulados.
—¡Ah! – sonríe ella, son una pareja de Cristofués
—Si son lindos pero, no pueden volar, mire señora, usted debe dejarlos volar libres, a usted no le gustaría estar encerrada.
—Hay mis niños. ¿Y qué puedo hacer?
—Mire señora, todos los pajaritos andan el la montaña, si usted los suelta, también van a vivir con los otros y se harán amigos.
—Sí, sí tía, además se pueden juntar con Almendro. - Sofía, reitera lo que dice su primo


—¿Sofía, quién es Almendro?
—Nadie, señora, mi primita inventa.
—No Tomás, no está inventando la Chofi, tía, el Almendro es un amigo chiquitito que anda a caballo de los pajaritos, es de otro mundo. – Mario sale en defensa de su amiguita.
—Y en dónde vive vuestro amiguito?
—No vive en ninguna parte señora.

Tomás ve que la conversación con la doña se le hace difícil así que busca el retirarse, total ya dijo lo más importante, que las avecillas no deben estar encerradas. En eso están cuando desde dentro de la casa, se oyen unos grititos, “Cristofué, Cristofué, Cristofué”, luego de un par de segundos en silencio nuevamente “Cristofué”. Pero, ahora solo una vez, luego de otros segundos de silencio suena nuevamente “Cristofué, Cristofué, Cristofué” y se silencia para no volver a oírse.

—¿Qué es eso, señora?
—Son los pajaritos que cantan, dicen Cristofué, por eso se llaman así.
—¿Podemos verlos?
—Pasen por acá.
—Tomás ¿Puedo ser amigo de ustedes? –Diego se ha incorporado junto a su hermanita, Sofía toma de la mano a la niña, se ven alegres.
—Si, podemos ser amigos – establece Tomás - Cuando vayamos a jugar al cerro, pueden ir, a veces llevamos al Mancha.
—¿El Mancha?
—Si señora, el Mancha es el cabrito del Mario, mire como Daniela es chiquita, va a poder andar a caballito del Mancha.
—Si tía, a mí me lleva
—Si tía, yo le presto mi cabrito a la Daniela, si no importa que sea mujer.

Y los niños después de cumplir con su cometido se fueron al cerro, claro llevaron a sus dos amiguitos nuevos. Estos, iban felices, la niña de la manito de Sofía y Diego quiere sentirse como Mario y Tomás.
Diego mira a Tomás y pregunta todo, Tomás va serio, meditabundo, pero, le responde, el nombre de las plantas, de los árboles, de las flores, de los pájaros que circundan el aire, trata de responder todo claramente ya que sabe que así no le consultará de nuevo.
—Tomás
—Si Diego.
—Mi nona trajo un nopal y lo va a plantar en el patio
—¿Nona? Ah. Tu gueli, nosotros le decimos gueli no nona.
—Ya Tomás
—¿Qué son los nopal?
—Tomás, son esas plantas que dan tunas, tienen muchas espinas.
—Ah, ya, acá son tunales o tuniches.
—Ya Tomás.




Llegando a “Los tres árboles”, se sientan, hacen espacio para Diego y su hermanita, les preguntan todo y todo se responden. Luego de un rato sentados, Mario va a enseñarle cosas a Diego y Sofí a Daniela, Tomás se queda, está serio, luego de media hora regresan encontrándolo mirando la nada con una mano empuñada en el mentón.

—¡Tomás! ¿Qué te pasa?
—Nada Mario, nada
—Tomás. ¿Por qué estás tan serio?
—Sofía, por qué no se quedan callados, acaso no ven que estoy pensando.
—¿Pensando? Tomás, yo no te veo hacer nada. – Mario mira seriamente a su amigo
—Sofía, si estoy pensando ¿Que no ves acaso?
—Pucha Tomás. Pero si estás sentado sin hacer nada, parece que estas mirando el cerro. – Diego ya se siente parte activa del grupo
—Diego, cuando uno piensa solo piensa, no hace nada más. Por que no van a jugar y me dejan tranquilo que tenemos un serio problema.
—Tomás, Tomás, enséñanos a pensar. – Otra vez Mario
—Sí Tomás, y así pensamos todo juntos. ¿Quieres primito lindo?
—A ver siéntense, cierren los ojos. ¿Los cerraron?
—Si Tomás los cerré, pero no veo nada. Yo tampoco, ni yo
—Se acuerdan de los pajaritos en la jaula. ¿cómo eran?
—Tenían plumas negras. Y amarillas y cantaban “quitofué, quitofué” – dice en su media lengua Danielita
—¿Ven los pajaritos?
—Si, yo los veo, y yo, yo también
—Eso es pensar.
—Diego, Daniela ¿Quieren ser amigos de nosotros?
—¡Siiiiiiiiiiiii!
—Ustedes tienen que jurar que no le van a contar a la gueli Lala lo que vamos a hacer.
—¿Qué vamos ha hacer Tomás?
—Mira Diego, yo le dije a la gueli tuya que no puede tener los pajaritos encerrados.
—Si Tomás yo te escuché – dice contenta Danielita
—Escúchenme todos. ¡Vamos a soltar los pajaritos!
—Siiiiiiiii, para que vuelen como los picaflores del Almendro ¿Verdad primito?
—Miren, vamos a hacer lo que les diré...

Los cinco niños se van a la casa que han ido armando en la copa de un Tule, de hojas verdes y grandes, es el segundo sitio en el que es normal encontrarlos, sus padres están acostumbrados a sus ausencias, saben que están en Los tres árboles o en su casa del Tule. De vez en cuando, van al árbol y revisan sí la casa es firme, aseguran lo que está suelto, con ello previenen los accidentes, luego de una media hora de cuchicheos, bajan los cinco y se dirigen a la casa de Daniela y Diego. Mario va a buscar





una caja de zapatos vacía, caja en la que alguna vez, cupo el cuerpo de una niña recién nacida.
—¡Aguelita Lala!
—¡Tía, tía!
—¿Qué les ocurrió?, ¿Qué pasa Danielita?
—Tía, fíjese que se me perdió mi suricata.
—Y a mi el pandita, nona.
—¿Qué puedo hacer? Yo no he visto sus animalitos.
—No tía, ayúdenos a buscarlos. ¿Quiere por favor? Si no la Danielita no va a poder dormir a la noche.
—¿Dónde andaban, cuando las perdieron?
—Por los tres árboles guelita
—Vamos tiita, ¿Ya?
—Hay mis niñas lindas, esperen acá, voy a apagar la cocina y regreso para que vayamos.

Mario llegó con la caja, los tres se escondieron detrás de un Jazmín de flores blancas. La abuela no entendía mucho, era la primera vez que ocurría algo así, siempre se la arreglan solos, movió la cabeza y salió, tomó a las dos niñas de las manos y caminaron rumbo a los tres árboles. Cuándo ya estaban lejos, los niños agachaditos entraron a la casa, allí siguieron las instrucciones de Diego, ya bajo de la jaula, movieron una silla, Diego subió a ella, abrió la puerta, con sumo cuidado tomó primero a la hembra, se la pasó a Tomás, la metió dentro de la caja que es sostenida por Mario quien la tapó, Luego tomó al macho y repitió lo mismo, Mario lo guardó en la caja y la tapó, dejaron la silla en su lugar y salieron tan silenciosos como habían entrado. De ahí marcharon a su casa sobre el Tule.

A pocos minutos de caminar, las niñas dirigieron la búsqueda, iban indicando en donde ellas creían haber visto por última vez sus juguetes, la abuela Elena, veía que algo no andaba del todo bien, los niños no actuaban de esa manera, pero, en unos coirones estaba el suricata de Sofía y el panda de Daniela, juntitos, como si los hubieran dejado allí, no extraviados, los recogió y entregó a cada uno el suyo.

—Ya niñas. ¿Y ahora qué hacemos?
—Nada tía, tú te vas a tu casa y nosotras vamos donde los niños que nos esperan en la casa del árbol.
—¿Las esperan? ¿Danielita cuénteme que pasa?
—Nada abuelita, si Tomás nos dijo...
—Shistttt, Daniela.
—Tía vamos a jugar allá.
—Si, gueli.

Las dos niñas se fueron corriendo hacia la casita, la abuela partió para su casa, sin entender, pero sabía algo ocurría, llegó a casa y recomenzó con lo que había dejado cuando acompañó a sus niñas.




Al legar a la casa, los niños esperaban inquietos, Tomás había tenido que retener a sus dos amigos que querían liberar a las avecillas, pero, fue categórico en decirles qué esperarían por las niñas que también habían hecho lo suyo para cumplir con el plan.

Ambas pequeñas, subieron con algún esfuerzo la escalera y entraron en la casita.

—Ya primito.
—Tomás, si hicimos lo que nos dijiste. ¿Cierto Sofía que me porté bien?
—Si, se portó bien.
—¡Mario!, saca un pajarito con cuidado.
—Miren que es lindo, hay que hacerle cariñito a los dos.

Los cinco pasaron sus manitas por el plumaje negro y dorado de los dos Cristofué, luego Mario y Diego, los colocaron en la ventana de la casa, las aves, miraron y dieron un corto vuelo hasta una cercana rama del árbol, allí miraron a los niños (ellos pensaron que los miraban) y se oyó un, “Cristofué, Cristofué, Cristofué”, un silencio y luego “Cristofué”, otro silencio y “Cristofué, Cristofué, Cristofué”.

Los cinco se miraron y sonrieron, se abrazaron y luego aplaudieron a sus amiguitos, el aire puro de la mañana en la montaña, llevó el canto de las aves hasta los oídos de Elena, abrió los ojos y, caminó hasta donde estaba la jaula. Esta, con su puerta abierta y vacía, ahí en una fracción de segundo supo el por qué. Hasta donde estaban los niños se oyó...un jajajajajajaja, la más fuerte carcajada de la Gueli de Diego y Daniela.



Curiche
Primavera 2006

Texto agregado el 15-10-2006, y leído por 645 visitantes. (20 votos)


Lectores Opinan
03-11-2006 Una maravilla de cuento con un final que dan ganas de abrazar a la vida y gritar esperanzado porque nos regala cosas tan bonitas como las que tú nos escribes. Majestuoso Curiche!!***** josef
29-10-2006 Maravilloso cuento, de un estupendo contenido y mensaje didáctico. la espontaneidad y el amor natural de los niños se manifiesta elocuentemente. Y gracias Curiche, por tomar esas líneas de mi poesía, ellos signifca un gran honor que me haces.***** Hilmar
28-10-2006 Mi gran amigo perro negro me hiciste< enternecer una bellezat u historia. gatelgto
27-10-2006 Bien, bien, bien, BIEN. Un traslado a la vida en los suburbios, la familia, la experiencia en un lugar "común". Es tan dificl llevar al lector a un lugar simple. Mis 5* regina_mojadita
26-10-2006 No tuve para que comprar un libro ya que este breve cuento esta muy lindo..5* lovecraft
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