SALIDAS
“A fugitivas sombras doy abrazos;
en los sueños se cansa el alma mía;
paso luchando a solas noche y día
con un trasgo que traigo entre mis brazos.”
Soneto Amoroso
Francisco de Quevedo y Villegas
Sé que nunca pretendiste hacerme daño. Quiero que sepas que el dolor y la distancia han vaciado mis manos. Mis profundas manos que tanto te han dado y tanto les has negado. Tal vez, algún día, podremos mirarnos con el horizonte claro, sin renuncias, y así, sólo entonces, nos miraremos con el infinito aliento de la complicidad y las palabras. Te quiero irrenunciable y libertario. Libérame de ti, llévame a lo más hondo de mí.
Todo estaba bien. Crecí entre algodones y magnolias de hierro. Cuando me asomé al espejo me volqué sobre mí. Yo te elegí. Canté una melodía de pájaro y después brillé en tus ojos, me deshice de mí y en aquel momento supe de ortigas negras. El destino cavó mi muerte en el festejo, en el altar, junto a ti.
Tuve abrazos perdurables, caminos de fertilidad y llantos del crío que vi nacer de mis entrañas. En el risco miré el universo desde arriba y olvidé todo. El insondable letargo tocó a mi puerto cuando se escapó el amor de las manos, de aquellas manos que dibujaban el nido que después dejarías vacío.
Cabalgué en corcel negro tras de ti sin darme cuenta que me había dejado en el andén. Caí en la pendiente, todos los días, en cada hora, en cada instante, y tú ni siquiera me miraste ni reconociste que mis ojos se llenaron de neblina. Llegué sola, a la sombra de mi orfandad, entonces me arrastraste con tu sangre corrosiva, después sembraste el surco del rencor en mi corazón de arena. Paró el reloj en la noche de pinos altos y lunas calizas. Los signos no se inventan, existen, a pesar de ello no fuiste capaz de descifrarlos.
Detente, no insistas, ya no toques más por favor. No abriré la puerta ni acudiré a tu llamado. Nosotros dos aún, los de antes, ya no somos. Merezco una tregua después de tanta indiferencia. Debo correr el riesgo y buscar las salidas para las aves que han quedado en el olvido.
Has dicho adiós y ahora mi cuerpo yace en pájaros de fuego y sangre. El mundo me mira con la angustia del día desolado, eso me da la fuerza suficiente para elevarme a ese viaje sin regreso.
Por fin entro en estupor, a la deriva del sueño perenne. Todo cambia y ahí está esa zona oscura, amplia. Al final, una montaña y detrás la más sorprendente y maravillosa luz que nunca antes había visto. Retorno la mirada y vuelo hacia mi cuerpo. Amor, en el torrente adivino una luz a lo lejos del largo y sinuoso túnel. El camino se cierra en cruces.
Lady López, 2006.
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