LA CASA
Al quitar la araña del techo del living, dejaron al descubierto un perfecto ombligo. Entonces, tuve la certeza de que mi casa era una mujer. A partir de ese momento, cuando recorría los cuartos o los baños, la cocina, el corredor o la terraza, en todas partes percibía su presencia viva, palpitante. Llegué a comprender que existía una arbitraria distribución de sus miembros, de sus órganos, de sus sentidos. En la chimenea sentía su respiración; a veces tranquila y acompasada por el sueño, otras agitada y anhelante. Entonces me alejaba confundido, pues mis sensaciones se agudizaban hasta hacerse intolerables. En la cocina sucedía algo semejante: Escuchaba palpitaciones regulares, que de pronto cambiaban a un ritmo de tambores enloquecedor, por lo que debía abandonar la comida a medio hacer. Al entrar en cualquiera de los cuartos, vislumbraba un rápido movimiento, como de miembros que se enrollan y desenrollan. En los baños sentía su mirada clavada en mi cuerpo, a veces tierna, otras devorada por la pasión. En el comedor, a la hora de las comidas, llegó a perturbarme de tal manera con sus insinuaciones que dejé de concurrir a la mesa familiar.
Un día me sorprendí acariciando sus paredes y sus puertas, mientras besaba con vehemencia los vidrios de las ventanas y los azulejos de la cocina. Entonces, un imperioso deseo me decidió un mediodía y concurrí otra vez al comedor. Durante el primer plato, comí sintiendo un cosquilleo en los brazos y en el cuello. Al empezar el segundo, la sensación se corrió al vientre, mis labios temblaban y los cubiertos se hicieron cada vez más difíciles de manejar. Comí el postre con la mirada perdida por el inminente éxtasis. De súbito, bajó por mi espina dorsal una suerte de descarga eléctrica, cuando sentía que el comedor se agrandaba y se achicaba al ritmo de mis palpitaciones. Próximo al desmayo, me deslicé de la silla y caí al suelo por debajo de la mesa. Apoyé los pies en ella y grité, al tiempo que extendía las piernas. La mesa voló, estrellándose contra el techo y desparramando una nube de astillas por toda la habitación. En ese momento, el abrazo se hizo completo. Las paredes me rodearon, los vidrios se arrojaron sobre mí con besos interminables. Los cuartos se escondían entre mis miembros y la chimenea me ahogaba con
su jadeo. Hasta que todo se desmoronó, para luego volar en pedazos.
-Así queda muy bien- dijo mi madre al ver colocada la nueva araña en el techo del living.
-No me parece adecuada al estilo de los muebles- observé por decir algo, mientras contemplaba con dolor e impotencia la agonía de mi amante.
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