Quiero escribirte lo que siento, es posible esto. Me miras a los ojos y todo es blanco, blanco como la nada o el absoluto, no sé. Debo ser sincero y no mentir, pero qué es la mentira sino la ausencia de verdad, y qué es la verdad… Una pregunta sin respuesta, y si la hay, es una mentira mas. Todo es mentira, y todo es verdad, eso es lo que siento con sinceridad a esta hora de la noche en que me muero de sueño y luego de haber conversado con mis muertos, con mi gente que hace mucho están siendo desgarrados por las uñas del tiempo, y tan solo se les ve un brillo en su apergaminadas almas. Si pudiera pedir un deseo sería siempre un sueño, de esos que suelo soñar día a día, y si pudiera traducirlo en palabras sería otra mentira más.
Debo de parar de escribirte porque no veo hacia dónde me dirijo. Pero, esta fuerza que me arrastra como las olas del mar me ordena que no detenga estos dedos que resbalan por las teclas de esta computadora tan linda y tan terrible. He vuelto mi mirada hacia atrás y noto que estoy solo, sin nadie mas que mi sombra y el canto silencioso de mi pasado, y el eco lento y neblinoso del futuro. Noto un hombre de muchos años. Se ha detenido frente a mí. Pregunta quién soy. Le respondo que sólo sé que escribo, y eso es lo que hago. Vuelve a preguntarme la arcaica pregunta. Dejo de escribir y le miro de frente. Es un hombre muy viejo, se parece a dios, o al demonio… Para qué deseas saber lo que no sé, le pregunto. El anciano sonríe de oreja a oreja y me dice con gran soltura que él pensaba que yo sabía, y que se siente aliviado porque yo soy uno como él que no sabe mas que está aquí y no sabe por cuánto tiempo. Me doy la vuelta y continúo escribiendo, y, a medida que aprieto las teclas siento que el anciano empieza a evaporarse. Me he detenido y noto que no hay nada tras de mí. Continúo escribiendo y se me presenta una niña de ojos lindos, gruesas pestañas, cabello negro, largo, tez muy blanca, como la nieve ¿Será Blanca Nieves? Quién eres, le pregunto. No me mira y empieza a ver lo que escribo. Me mira y me da un beso en los labios. Me gusta el frío de sus labios. Le digo si puede volverme a besar. Me dice que no, que no sea vicioso. Se da media vuelta y empieza a caminar por todo mi cuarto. Abre todos mis cajones, revisa mis libros, mis textos inéditos. Ve las fotos de mis familiares. Coge mi pluma y se pone a escribir sobre un papel que tenía sobre uno de mis libros. Le pregunto de qué o de quién está escribiendo. Detiene su escritura y me dice que narra acerca de mí, de que soy como siete enanitos aglutinados en un solo cuerpo. Me gusta la historia y le pido si puedo leer algo más. Me dice que no, que si quiere continúa contándome. Continúa, le digo. Me dice que jamás voy a tener familia, que nunca iba a ser editado y que mi muerte sería muy triste, así como todos mis cuentos. Gracias, le digo, y ella se para y se va a través de la ventana, como un fantasma más… La veo disolverse en la oscuridad de la noche y siento que estoy perdido en el universo, en un espacio que no cesa de mutar posiciones.
Continúo escribiendo y noto que hay algo que me detiene. ¿Quién eres?, pregunto, y escucho una voz idéntica a la mía diciéndome que tiene mucho sueño, que mañana será otro día, uno mas, otro mas y que espera que sea el día mas feliz de todos mis días… Gracias, le digo. Cierro los ojos. Me echo sobre mi escritorio y, siento que, todo empieza a entrar en una realidad, soporífera, bella, como un sueño…
San isidro, octubre de 2006
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