La madre, quien caminaba de un lado hacia otro preparando la once para su novio y ella, no pudo evitar detenerse a mirar a la mayor de sus dos hijas, la que en esos instantes se paseaba con una cuchara entre sus manos la cual utilizaba como micrófono. Estaba entonando una canción, la cual acompañaba con una absurda coreografía que había sacado de un tonto y vacío programa de televisión.
- A quién le importa lo que yo haga, a quien le importa lo que yo diga, yo soy así, a si seguiré, nunca cambiareeeee....-
- Hija, a mí me daría mucha pena que llegues el próximo año, cuando cumplas 17 y te toque enfrentar la realidad, cuando salgas del colegio y te des cuenta que el mundo no gira entorno a ti. -
Carolina, detuvo su canto tras oír a su madre hablándole de ésta forma. Jamás esperó que la mujer le hubiese dicho aquello... ¿ella?, ¿egocéntrica?, se preguntó si acaso vivían en el mismo mundo, si acaso compartían el mismo techo.
-¿por qué?, ¿A qué te refieres?, ¿qué hice?- preguntó la adolescente desconcertada.
- Porque eres egocéntrica, porque te encanta parecer mejor que el resto, te gusta apocar a la gente, me apocas a mí, a tu hermana...-
La joven no pudo evitar soltar una risa sarcástica. Era su forma de decir: “me duele lo que dices”, “quiero llorar”, “pero soy fuerte”, “me burlo de lo que me daña”. A la vez también intentaba decir: “¿eso piensas?, se nota que no sabes nada...”
- El otro día...- dijo la muchacha, interrumpiendo el incómodo silencio que su risa sarcástica había generado en aquella, pequeña y pálida cocina. – me dijeron todo lo contrario, dijeron, que estaba deprimida, que tenía que aprender a apreciarme... Es triste saber que en 16 años, no me has aprendido a conocer, ¡mírame mamá!, ¿parezco feliz conmigo misma?, yo me odio, odio cómo soy, odio quien soy.
La mujer se quedó boquiabierta, con el semblante arrugado y sus ojos desorbitados, realmente no esperaba una respuesta cómo aquella, no esperaba darse cuenta de que en realidad no conocía a la persona con la que estaba hablando, no sabía cómo era su verdadera hija. Sintió, por unos breves momentos un agudo dolor, cómo si alguien le hubiese dado una bofetada en el rostro.
Por primera vez miró a su hija sin esa mágica pantalla que adornaba toda realidad con mentiras de fantasía, esas mentiras que su propia mente proyectaba.
Casi llora al ver a su hija, la vio destrozada, angustiada, enfadada, la vio como nunca antes la había visto. Pero casi de inmediato se refugió tras los párpados de sus ojos, los cuales cerró y abrió tantas veces hasta que comenzó de nuevo a ver a esa chica alegre, egocéntrica, simpática, chistosa, que tanto le gustaba ver.
- Pero entonces... ¿por qué disminuyes tanto a tu hermana?, ¿por qué te empeñas en ridiculizarla con ella misma?-
- ¿Mi hermana mamá?, y ¿eres capaz de preguntar todavía?, tu sabes como yo era con ella cuando éramos más pequeñas, yo la quería mucho, la protegía del resto y de ella misma, ¿recuerdas lo que me hizo? ¿te acuerdas como me trataba?-
Angélica, bajó su mirada sin responder. Sabía que su hija tenía razón. Le dolía aceptarlo, Marcela, la menor de sus dos hijas, era responsable del trato que ahora recibía por parte de Carolina, insultos, ironías, humillaciones. En su niñez, se empeñó en hacer sufrir a su hermana, de dejarla sola, de apartarla de sus amigos, de su familia, de todos. Era difícil no consentirla. Cuando pequeña, era como un angelito, era tierna, no amorosa, pero si tierna, todos caían arrodillados a sus pies y ella lo sabía, era la consentida, ella quería ser el centro de todo. Incluso a veces se golpeaba en la oscuridad de su cuarto cuando nadie la veía, le echaba la culpa a su hermana sólo para llamar la atención y de paso así, sacar a Carolina de en medio.
- Podrías intentar olvidar y perdonar-
- ¿y qué crees que he hecho?. ¿Sabes?, las cosas no se olvidan y se perdonan así nada más, yo no suelo ser rencorosa, pero tanto dolor, tanta rabia acumulada por años... eso también me daña, las cosas no están solucionadas, ella jamás me ha pedido perdón por todo lo que hizo, ¿cómo me quito esta rabia?, quizá no quiero hacerle daño, no quiero vengarme, o quizá sí, de forma inconsciente, ¿Cómo olvidar lo que hizo?-
Carolina bebió un largo sorbo del vaso de leche que sostenía entre sus manos para evitar así demostrar lo que sentía. Ella solía reprimir sus sentimientos, tantos años de dolor, de llanto, le habían enseñado a contenerse a no mostrarse débil frente a nadie.
El rostro de Angélica se iluminó, cómo si de un momento a otro hubiese descubierto algo increíble, cómo si tuviese la respuesta a la interrogante más grande del universo.
-Conversando...- dejó soltar con entusiasmo.
La adolescente volvió a reír con sarcasmo.
-¿Conversando?, ¿con quién?- la sonrisa se borró de lso labios de la madre los cueles comenzaron a tiritar con impotencia. -... disculpa que te lo diga mamá, pero en esta familia yo no puedo hablar, ¿cuándo?, si después de que llegas del trabajo, estás tan cansada, no tienes tiempo, no tienes ganas, estás conversando con Miguel (su novio), estás muy ocupada, tienes sueño, mañana..., y mi hermana, ella no quiere oírme, le da lo mismo, para ella es más importante escuchar a los backstreet boy en su Mp3 que a mí, y mi papá...bueno él ni siquiera vive aquí... ¿con quién quieres que converse?, ¿con mi perro?, bueno, al menos, él si escucha- La niña se volteó. Iba a marcharse, pues casi no soportaba más ese molesto nudo en la garganta. No soportaba esas lágrimas, queriendo escapar por sus ojos.
Angélica tomó a la joven entre sus brazos y la apretó con fuerza creyendo que esto ayudaría a la muchacha, sin embargo, todos se habían encargado, hace mucho tempo, de que Carolina fuese tan fría como una estatua de hielo, ella, no podía sentir aquel cálido abrazo maternal, eso no significaba que no quisiera ni intentara sentirlo, sino que simplemente le era indiferente.
- Desde hoy en adelante voy a tratar de prestarte mayor atención-
- No mamá- dijo la chica con serenidad apartándose de los brazos de la mujer. – no necesito de ti ni ninguno de ustedes ahora. Estoy acostumbrada a reservarme todo, quizá podrías darte ese tiempo con mi hermana, aún te quedan tres años junto a ella, yo me voy en unos meses más... -
Carolina se marchó.
Mientras salía por la puerta, miró de reojo a su madre. Ella continuó con la once como si nada.
A la muchacha no le importó, de todas formas sabía que su madre jamás se daría el tiempo, y aunque dispusiera de él, ella ya no sentía la necesidad de hablar con su madre, quizá lo necesitó cuando pequeña, ahora tenía un pie afuera y otro adentro de las puertas de su hogar.
|